¿Qué hacemos con Pablo? (E-book)

Gerard Martin & Alfonso Buitrago Londoño

En 1991, el año más violento de Medellín, las editoriales Oveja Negra y Milla Batres publicaron un libro de tamaño modesto (138 páginas), pero con un título impactante: En qué momento se jodió Medellín, que se lee en la carátula en letras mayúsculas blancas, de media página y sobre un fondo verde, acompañado de un mapa de Antioquia de color azul con una diana roja que señala a Medellín.

Al interior se encuentran las opiniones de ocho destacados conocedores de la crisis de la ciudad de esos años, en representación de sectores muy distintos: Juan Gómez Martínez, constituyente, ex alcalde, figura importante del Partido Conservador y director del diario El Colombiano; María Emma Mejía, consejera presidencial para Medellín, nombrada por el presidente César Gaviria; Guido Parra Montoya, abogado de Escobar (asesinado con un hijo, en 1993, por los Pepes); la escritora Laura Restrepo; Julio Jaramillo Martínez, jefe de pastoral de la Arquidiócesis de Medellín; el constituyente Fabio Villa, desmovilizado del EPL (y concejal de Medellín 1992-1998); el general Harold Bedoya Pizarro, en aquel momento director de la Escuela Superior de Guerra; y Alonso Salazar, cofundador de la Corporación Región y quien acababa de publicar y hacerse famoso con No nacimos pa’ semilla.

Hoy, tres décadas más tarde, En qué momento se jodió Medellín sigue siendo un libro pertinente. Primero, los textos fueron escritos en 1991, el año más violento de la ciudad y se trata entonces de opiniones contemporáneas, que permiten al lector reubicarse en cómo se opinaba en la ciudad sobre el narcotráfico, la violencia y el terror, el disfuncionamiento institucional, el desempleo, la informalidad, la corrupción y otros problemas más. Segundo, autores de muy diferentes horizontes políticos, sociales e intelectuales aceptaron figurar el uno al lado del otro para contribuir a un debate constructivo sobre la ciudad. Tercero, sorprende la franqueza con la que opinaron sobre la crisis y con un tono muchas veces autocrítico, así como la sofisticación de sus argumentos, con los que varios de ellos insisten sobre múltiples causas y su imbricación. Ninguno ofrece una explicación monocausal de la tragedia ni atribuye la responsabilidad a un solo actor. A diferencia de algunas interpretaciones actuales (2020), como la ofrecida por el entonces alcalde Federico Gutiérrez, como justificación para la demolición del edificio Mónaco, que supone que la única causa de aquella crisis, su violencia y terror, fue el narcotráfico.

Por ejemplo, Juan Gómez Martínez, quien acababa de ser alcalde (y el primer alcalde electo de la ciudad), identificaba tres causas para explicar por qué tanto la “gente de bien (como) los que vivieron sin esperanzas” buscaron soluciones “por caminos equivocados”, y por qué “el dinero llegó a corromper a buena parte de la sociedad”. La primera, el desborde demográfico e institucional; la segunda, la pérdida de valores; y la tercera, el desempleo provocado por la crisis industrial y financiera. La violencia y el terror se intensificaron, además, según el ex alcalde, por causa de “políticas nacionales erradas” y por la impunidad: “Los crímenes, por graves que fueran, nunca se investigaban”. Es todo, menos una interpretación unidimensional o fatalista.

El general Harold Bedoya, en su contribución, concentra su análisis en las redes mafiosas del narcotráfico, pero precisa que “las instituciones oficiales” se dejaron cooptar por ellas y cita el ejemplo del Departamento de Seguridad y Control en Envigado, “especialista en refinadas torturas” y “posiblemente responsable de más de 400 crímenes y desapariciones en 1989”.

El desmovilizado guerrillero y futuro concejal, Fabio Villa, se detiene en la falta de políticas integrales para confrontar los graves problemas sociales y un Estado operando “a espaldas de las necesidades del país”. Julio Jaramillo Martínez, en nombre de la Arquidiócesis, considera que la violencia en Medellín es “como una hija de la crisis política”, ya que “el hombre políticamente escéptico es la matriz donde se gestan los estados informales. […] La carencia que se vive en muchos de los recursos aptos para una vida digna y justa ha generado en los moradores de esos barrios [precarios] una subvaloración del Estado”. Y menciona en particular el “desorden interno de las fuerzas policiales, bien porque a sus miembros se les corrompe con la seducción del dinero o bien porque se les aniquila en cuanto encarnan la ley”. Ninguno de los tres responsabiliza únicamente al narcotráfico de que la ciudad estuviera jodida.

Alonso Salazar, de su lado, explica que “en los primeros tiempos buena parte de la elite antioqueña aprovechó los enormes ingresos de los nuevos ricos. […] Durante más de diez años, narcotráfico, bandas y delincuencia en general crecieron bajo la mirada impotente o cómplice de las autoridades. […] Durante años la justicia ha estado paralizada y diversos sectores han promovido la muerte o guardado silencio cómplice. […] Después de diez años de haberse dado la alerta general sobre el fenómeno del sicariato y de las bandas juveniles, el Estado no ha realizado ningún programa para enfrentarlo. […] La clase dirigente paisa sigue siendo experta para abrir mercados y consolidar su economía, pero ha sido incapaz de afrontar el desafío de lo urbano”. En filigrana, se percibe lo que más tarde será un eje central de la política del urbanismo social de las alcaldías de Sergio Fajardo y Alonso Salazar: incluir la gente y aproximar las instituciones a ellas.

María Emma Mejía, en su contribución, escribe que “el narcotráfico estaba llenando […] los vacíos dejados por el Estado en la estructuración de la sociedad”. Considera que en la época de los 70 y 80, “a todas las instituciones de la sociedad les faltó inquirir más al futuro. Tan embebidas estaban en sus intereses individuales que no se percataron siquiera de ese nuevo presente, ni de la importancia de conversar y ponerse de acuerdo para llegar a un proyecto colectivo de ciudad”.

O sea, estas explicaciones dejan claro que en 1991 no faltaba el coraje para hablar con claridad y autocrítica sobre las causas institucionales, políticas y sociales de la violencia y el poder de los criminales en la ciudad. También sabemos hoy que aquella invitación de María Emma Mejía de conversar entre todos no fue gratuita: la Consejería Presidencial para Medellín (1990-1994), que inicialmente Mejía y después Jorge Orlando Melo lideraron, puso a hablar a la ciudad y abrirse a ella misma. En qué momento se jodió Medellín, por empezar con su título, fue prueba de ello. Muchos que han reflexionado sobre la historia contemporánea de Medellín consideran que fue esa apertura de la ciudad hacia ella misma el inicio del rescate de la ciudad, y no sin relación con el proceso constituyente, las desmovilizaciones de varias importantes guerrillas y una reorientación sobre los procesos democráticos y participativos, alimentado también por las implicaciones de la caída del muro de Berlín (1991) y la implosión del régimen soviético totalitario.

Nuestro ¿Qué hacemos con Pablo? es un proyecto académico y editorial que se inspira en dicha tradición local, en especial, en el reconocimiento de la importancia de siempre seguir conversando sobre los temas complejos que la ciudad confronta y de abrir escenarios para intercambiar opiniones, y no tener miedo de los debates y opiniones divergentes, pero sí de los silencios y verticalismos.

El proyecto ¿Qué hacemos con Pablo? se refiere al desafío de hoy –mucho menos dramático y violento que el de 1991, pero no sin relación con él– de encontrar maneras para narrar a las nuevas generaciones, y a los que vienen a visitar la ciudad, en qué consistía aquella crisis que jodió la ciudad y la dejó con sus 90.000 habitantes asesinados y otras víctimas más. A cada generación le toca, de nuevo, contar la ciudad, y en el caso de Medellín, de manera inevitable, referirse a la historia de Escobar, al matrimonio non sancto entre la ciudad y el narcotráfico, a la intensidad y longevidad de sus violencias y a la tragedia de las víctimas. El éxito mundial de la serie de televisión Narcos (2015) genera en este sentido nuevos desafíos, ya que volvió a poner la lupa sobre Medellín, como en su momento lo hizo El Padrino sobre Sicilia o Apocalypse Now sobre la Guerra de Vietnam.

Bienvenida, ante la turistificación de Escobar, la iniciativa del ex alcalde Federico Gutiérrez en su momento de enfrentar fenómenos inaceptables como ver a Roberto Escobar, hermano y ex socio del capo, o a alias Popeye, confeso matón de decenas de personas por orden de Escobar, liderando tours a antiguas casas u otros lugares identificados con Escobar, abiertamente hagiográficos sobre el capo y, por tanto, ofensivos para las víctimas y gran parte de la sociedad. Bienvenida también, la decisión del ex alcalde de celebrar la memoria de las víctimas del narcotráfico y más en especial las de Pablo Escobar, y de desmontar narrativas hagiográficas. 

Lastimosamente, en lugar de aprovechar plenamente esta situación para generar un debate de ciudad y formular una política ambiciosa para confrontar el narco-turismo de manera integral, Gutiérrez decidió saltar el debate público –ni siquiera en el Concejo Municipal hubo– y optó por un “yo alcalde”, único capaz y con la claridad suficiente para enfrentar dicho reto. De manera inevitable, en vez de una estrategia de ciudad, el “yo alcalde” se tradujo en una alta inversión en acciones cortoplacistas e improvisadas, muy mediáticas, pero de pobre impacto pedagógico, tanto para los medellinenses mismos, como para sus visitantes.

Entre estas acciones figuran el cierre intempestivo del museo privado de Roberto Escobar, pero abierto el día después por decisión de un juez; la demolición del edificio Mónaco, muy comentado en El Poblado, pero sin que el resto de la ciudad se enterara; un parque memorial dedicado a las víctimas del narcotráfico, ahí donde estaba el Mónaco, producto de conversaciones entre el alcalde y su secretario privado, pero no de la ciudad. 

Otras ciudades también han tenido que enfrentar la turistificación de temas sensibles o dolorosos, pero en el mejor de los casos, en vez de improvisar, optaron por respuestas sofisticadas, producto de concertación y asesorías expertas. En Alemania, la ciudad de Múnich, centro histórico del nacimiento del Nacional Socialismo y base de operaciones iniciales de Hitler, para hacer pedagogía y tomar responsabilidad por su propia historia, creó hace dos décadas un Instituto de Estudios de Historia Contemporánea, hoy entre los más prestigiosos en el mundo, y acaba de crear un museo y centro de documentación sobre la historia del Nacional Socialismo, en un emblemático edificio moderno, especialmente diseñado y creado para este fin. Este último centro –que opera como un museo– fue ubicado en el sitio mismo donde estaba la sede inicial del partido nazi, destruido por los aliados, pero cuyo perímetro original ha quedado visible.

La Alcaldía pudo haber aprendido mucho del proceso de Múnich, más aún porque los responsables de su nuevo museo ya vinieron a Medellín, en años pasados, para una labor con el Museo de Antioquia. La Alcaldía también pudo haber aprendido del Museo de la Mafia en Palermo o del Museo Anne Frank, en Ámsterdam, entidades con las que el Museo Casa de la Memoria y centros académicos locales habían tenido contacto en el pasado.  

No todo asunto de interés público requiere de un referendo popular, pero una manera común de tratar temas sociales complejos, en una ciudad tan opinada, educada e informada como Medellín, es recurrir a un debate abierto con diferentes sectores de opinión y conocer experiencias similares pertinentes para llegar a una política informada y de consenso, que sin duda no contará con la aprobación de todos, pero permitirá una propuesta mucho más acertada y participativa que las que surgen del “yo alcalde”. 

Ante la justa decisión de Gutiérrez de confrontar el desafío generado por la turistificación de Escobar, hubiera sido oportuno escuchar de manera sistemática a diferentes sectores de víctimas, historiadores, urbanistas, artistas, expertos en memoria histórica, ex alcaldes, así como garantizar una revisión crítica de las experiencias de otras ciudades, como las que acabamos de mencionar. Si bien la Alcaldía convocó y escuchó a una serie de personas sobre el tema, entre ellos urbanistas y expertos en memoria histórica, lo hizo a puertas cerradas, de manera que no quedó trazo de las opiniones que circularon, de las sugerencias entregadas, ni de cómo influenciaron o no las decisiones del alcalde.

La llamada “democracia de la expresión”, en la que las diferentes opiniones son escuchadas, incluso antes de deliberar con ellas, como explica el politólogo francés Pierre Rosanvallon, es conflictiva de manera inherente. Sin embargo, es un error intentar evitar que tales diferencias de opinión y de intereses se expresen de manera pública y sin conflicto. Además, la Constitución de 1991 obliga a las autoridades a promover y propiciar la participación ciudadana en la toma de decisiones. 

Ahora bien, promover la democracia de la expresión no es únicamente una tarea de la Alcaldía, sino que también es una responsabilidad de los diferentes sectores de la sociedad civil. Es cierto que la memoria de las víctimas de lo narco no ha sido un tema prioritario para las organizaciones sociales locales activas en el campo de la memoria histórica, ya que su interés primordial ha sido, por las leyes de Justicia y Paz (2005) y de Víctimas (2011) el del conflicto armado.

En Colombia, la memoria y reparación de las víctimas de las organizaciones criminales, en primer renglón las del tráfico de cocaína, han quedado en la sombra de la de las víctimas del Estado, de las guerrillas y de los paramilitares. Entre las organizaciones de víctimas también dominan por el momento las de víctimas del conflicto armado. Ante el consenso más o menos generalizado en la ciudad de rechazar los tours hagiográficos de Escobar, el ex alcalde tenía entonces de algún modo un campo libre para actuar. Nadie parece haber tenido problema con el cierre del museo privado de Roberto Escobar y el anuncio inicial de Gutiérrez, en 2017, de la implosión del Mónaco, tampoco contó con mayor reacción. El tema fue apenas breve ­­y superficialmente debatido en el Concejo Municipal en ese año.

Ante esta situación de un silencio generalizado y poco debate, con la implosión ya agendada, ofrecimos a la Alcaldía organizar una serie de debates bajo el título ¿Qué hacemos con Pablo? para in extremis ayudar a la ciudad a hablar abiertamente y, al mismo tiempo, realizar una serie de entrevistas entre personas seleccionadas para captar la opinión pública sobre el asunto. Como producto final sugerimos publicar un pequeño libro, reuniendo las transcripciones de todas las voces consultadas para dejar un registro de las opiniones contemporáneas sobre el tema, inspirados en En qué momento se jodió Medellín.

Finalmente, sin el apoyo de la Alcaldía, pero con la participación de la Corporación Región, el colectivo Lunes de Ciudad y la Universidad Eafit (su Centro de Análisis Político y el Departamento de Comunicación Social) organizamos dos debates públicos, cuyas transcripciones editadas están incluidas en esta publicación. También logramos captar, inmediatamente anterior al día de la demolición (22 de febrero de 2019), las respuestas, en un máximo de 200 palabras, de un centenar de personalidades de la ciudad, a la pregunta: “¿Considera usted que el edificio Mónaco debería ser demolido sí o no, y por qué razón?”, incluidas también en esta publicación. El ejercicio no aspira a ser representativo o exhaustivo, sino a guardar, para la historia, una imagen de la gran variedad de opiniones informadas disponibles en la ciudad y que lastimosamente no fueron aprovechadas por la Alcaldía para fomentar un debate público sobre la manera de proceder ante la necesidad de encontrar nuevas narrativas para comprender mejor la época de Escobar y, más en general, la relación entre lo narco y Medellín.

En esta publicación también reunimos tres fuentes adicionales de opinión, igualmente formuladas en los meses anteriores a la implosión: columnas y artículos de opinión sobre la decisión de implosión; propuestas de artistas para intervenir el edificio Mónaco; y propuestas de arquitectos para el parque memorial, presentadas al concurso público convocado por la Alcaldía antes de la implosión, ya que consideramos que tampoco fueron socializadas de manera apropiada, cuando representan, a su manera, sugerencias sobre cómo narrar la tragedia de la ciudad.  

Por último, cubrimos la implosión, tanto desde el evento oficial, organizado por la Alcaldía en El Club Campestre con 2.200 invitados, el día y la hora de la implosión; y desde el otro lado de la ciudad, en los barrios altos de El Picacho, acompañados por el pintor Fredy Serna y el historiador Daniel Herrera. Incluimos breves crónicas de aquellos acontecimientos, antes de cerrar con un epílogo, en el cual respondemos, nosotros mismos, a la pregunta “¿Que hacemos con Pablo?”.  

En el camino de la elaboración de estos materiales, en 2019, el Museo de Antioquia decidió iniciar la preparación de una exposición mayor sobre el tema de “lo narco y Medellín” y nos invitó, como asesores académicos, a participar en el proceso de pensar de manera crítica los potenciales contenidos. De esta iniciativa surgió la serie de debates “Reflexiones ciudadanas sobre lo narco”, que a octubre de 2020 ha realizado diez sesiones públicas con expertos que han abordado el fenómeno desde áreas tan diversas como la historia, la antropología, la arquitectura y el urbanismo, la economía, el cine, la literatura, el periodismo y la propia actividad curatorial y museográfica. Adicionalmente, desde 2020, con el apoyo del Fondo de Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas (FINND), financiado por la Fundación Gabo y Open Society Foundations, surgió la plataforma colaborativa “NarcosLab. Narrativas entre líneas”, que ha continuado el debate sobre “¿Qué hacemos con Pablo?”, tomando como eje la escultura La Familia, del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, que se encontraba en la fachada del edificio Mónaco y fue entregada en custodia al Museo de Antioquia.

Tanto las opiniones de diferentes disciplinas y sectores reunidas en esta publicación, como la iniciativa del Museo de Antioquia y de la plataforma NarcosLab, y las alianzas generadas alrededor de ella, demuestran que Medellín sigue teniendo la capacidad de movilizar debate público y democracia de expresión, y avanzar así en un mejor entendimiento de lo que fuimos, somos y queremos ser.

Conversatorio: ¿Cómo narrar la historia del narcotráfico en Medellín?

Universidad Eafit, 20 de febrero 2019

 

Moderador: Alfonso Buitrago Londoño

Participantes: Ana María Jaramillo, Gustavo Duncan, Martha Ortiz, Manuel Villa y Alejandro Echeverri

 

 

Alfonso: En 1991 se publicó en un libro que se ha hecho icónico, ante todo por su título, las opiniones contemporáneas de varias personalidades, para opinar sobre la crisis que la ciudad estaba viviendo en aquel momento. El libro se titula En qué momento se jodió Medellín, y tiene, entre otras, la voz de Juan Gómez Martínez, de María Emma Mejía, y de Alonso Salazar. Lo lindo de aquel libro es que no son miradas retrospectivas sobre la crisis de 1991, sino opiniones captadas en aquel momento histórico mismo. Nos inspiramos en aquella metodología, con nuestro esfuerzo de dejar memoria de las ideas y discusiones contemporáneas entorno a la demolición del edificio Mónaco, decidida por la Alcaldía. Ante todo, quisiera entones saber la posición de cada uno de ustedes frente a esa decisión.  ¿Ustedes están de acuerdo o no están de acuerdo con la demolición del edificio Mónaco, y porque sí, o porque no?

 

Ana María Jaramillo: A uno le queda, frente a este anuncio que se hace de parte de la Alcaldía, una sensación agridulce. De un lado, indudablemente hay un aspecto positivo, que la Alcaldía le otorgue importancia al tema del narcotráfico, y precisamente desde la perspectiva de memoria. Al mismo tiempo, sin embargo, es una decisión tardía e improvisada. No encontramos en esta oportunidad un proceso previo que hubiera sido realmente muy interesante, en donde se hubiera podido transmitir a la ciudadanía precisamente este pensamiento de la Alcaldía entorno a la posibilidad de demoler el Mónaco. Realmente, no hay algo importante que lo preceda en términos de diálogo, de conversación, de debate, en torno a este asunto tan importante como es tocar los símbolos del narcotráfico.

 

Me llamó la atención en un debate anterior, el de Lunes de Ciudad, las preguntas que se hacían de parte del público. Preguntaron por qué realmente la decisión del edificio Mónaco, por qué se considera el Mónaco como el símbolo por excelencia del narcotráfico, porque precisamente este lugar y no otros. Entonces, cuál es realmente la argumentación de fondo de la Alcaldía y también de la sociedad de atribuir esa enorme importancia al edifico Mónaco como símbolo. Las preguntas que uno notaba allí, en el debate de Lunes de Ciudad, no solo reflejaban un interés en el asunto, sino también desconocimiento y confusión. Confusión incluso también sobre el parque de memoria que la Alcaldía pretende hacer en el mismo lugar, una vez derrumbado el edificio. Preguntaron sobre el memorial, si se pretende que sea un homenaje a las víctimas, de qué tipo de víctimas estamos hablando, dado que las víctimas del narcotráfico son muchísimas y reflejan un panorama supremamente variado. Entonces. ¿cuáles son las víctimas que van a ser allí memorizadas? ¿Son víctimas que se seleccionan con base en qué criterios? Incluso, ¿una figura como la de un sicario, por ejemplo, cabe dentro de las víctimas del narcotráfico que se honrarán allá, o no? Sabemos que incluso en el caso del narcotráfico, en esta ciudad y en este país, hay una línea muy sutil entre víctimas y victimarios, y definir las unas o los otros genera preguntas. Todas aquellos son, me parece, unos asuntos de marca mayor, y no se ha generado hasta ahora una discusión más amplia sobre estos asuntos, ni se existe mayor conocimiento de lo que se pretende hacer por parte de la Alcaldía en el parque de memoria.

Entiendo que posiblemente van a haber anuncios en este sentido de parte de la Alcaldía de que es lo que se pretende para que esto no quede meramente en un hecho puntual de una implosión y poco más, ya que por lo demás, hasta ahora, ha sido un hecho supremamente mediático. Sin duda, aquí va a haber cualquier cantidad de periodistas y va hacer una noticia mundial el que se logre demoler el edifico Mónaco. Pero, ¿cuál es realmente el significado y los alcances que tiene esto en términos de construir también una interpretación de todo lo que ha implicado el narcotráfico para nosotros, para esta ciudad, para esta sociedad?  Creo que es muy importante poder apreciar de parte de la Alcaldía cuál es su propuesta de continuidad de abocar una tarea tan compleja, y sobre todo en el caso de Medellín, de construir memoria.

 

Alfonso: Gustavo, en varios artículos ya ha hecho pública su opinión sobre este asunto, pero recuérdenos entonces cuál es su posición frente a esa demolición.

 

Gustavo Duncan:  No solo he escrito sobre el tema, también he conversado con la Alcaldía, entre otros con el secretario privado del alcalde, nuestro amigo Manuel Villa, aquí presente, sobre las razones económicas para la demolición. Pero yo quisiera contra argumentar y pensaría que una ciudad como Medellín necesita y tiene los medios para poder mantener ese símbolo que es el Mónaco. Más aun, va a ser muy importante y necesario contar con él para enfrentar una discusión, para explicar, iría a un tema ya mencionada por Ana, es decir, por qué el Mónaco no es un símbolo del narcotráfico, sino, en concreto, el Mónaco es un símbolo de Pablo Escobar. Y la ciudad no se ha hecho la pregunta clave de este asunto, ¿por qué Pablo Escobar es tan famoso a nivel mundial? Narcos ha habido en muchos lugares, incluso en Colombia, pero el personaje mediático que le ha dado otra dimensión al narcotráfico ha sido Pablo Escobar. Además, Escobar ha representado diferentes cosas para diferentes públicos. Los extranjeros vienen a Colombia a visitar Mónaco, porque Mónaco les simboliza a Pablo Escobar y Pablo Escobar les simboliza algo muy distinto a lo que vivió Colombia y simboliza para la mayoría de los colombianos. Para los extranjeros, es un personaje casi de ficción. Cuando yo entrevistaba narcos, todos ellos tenían un mismo personaje como referente, tanto en México como en Colombia: Tony Montana, o sea el narco incorporado por Al Pacino, en la película Scarface.

De alguna manera, Pablo Escobar se ha apropiado de ese significado. Es un significado que trasciende la propia criminalidad, ya que es la imagen de un rebelde hedonista, es la imagen de un rebelde súper egoísta, la imagen de un rebelde megalomaniaco, pero que además logra ser muy exitoso y es capaz de poner a la sociedad de rodillas. Una sociedad que entre otras cosas tampoco es que se viera como muy justa, y este señor es capaz de ponerla de rodillas, siempre es algo que funciona para el consumo internacional. Además, Pablo Escobar, fue en este sentido uno de los bandidos sociales más importantes que ha tenido la historia, no de Colombia, del mundo.

Es un poco lo que pasa con el Che Guevara, es decir, mucha gente que lleva camisetas con el retrato del Che lo simboliza como luchador contra la injusticia social, como un rebelde, hasta un progresista, poco importa que, en realidad, si se revisa un poquito la historia del Che Guevara, se van a dar cuenta de que era homófobo, racista, le encantaba los pelotones de fusilamiento y era un orate, era casi loco. Sin embargo, en el caso del Che, también hay una distancia muy grande entre lo que el personaje fue y lo que realmente simboliza. El problema que tiene Medellín, entonces, es que Pablo Escobar simboliza para extranjeros e incluso para nuestras generaciones de jóvenes que no vivieron en aquellos tiempos, algo muy distinto a lo que la gente vivió. Necesariamente la ciudad va tener que enfrentarse a esa dicotomía entre lo que se vivió y lo que se ve afuera. 

En este sentido, lo que se vaya a hacer con el Mónaco es importante hacia afuera, pero el tema de la cultura que representa Escobar al interior de la ciudad no tiene nada que ver con el Mónaco. De hecho, las consecuencias del operar de Escobar no pasan por las visitas de quienes van a visitar o a consumir culturalmente hacia el Mónaco, porque por ahí no pasa, porque está ubicado en un barrio distinto donde ellos están.

 

Alfonso: Martha Ortiz, si el editorial de El Colombiano fuera mañana, y se quisiera pronunciar a favor o en contra de la demolición, ¿cuál sería la posición del periódico?

 

Martha Ortiz: Cuando uno cubre Medellín, se da cuenta de que acá hay dos ciudades. No hay duda de que el mundo del narcotráfico existe y es supremamente doloroso. Lo recuerdo, porque fue uno de los primeros momentos cuando yo hace seis años inicié como directora de El Colombiano, e hice una entrevista con una persona joven que consideraba que morir antes de los 25 años era parte de su plan de vida. Es decir, parte de su plan de vida era entrar al narcotráfico y parte de su realidad era que al escoger ese camino por las ambiciones que tenía de vida incluía su muerte.

Cuando uno empieza a relatar estas historias de la ciudad, necesitamos referentes. Yo creo que el Mónaco es la punta del iceberg de una cultura narco que existe en la sociedad, y que esta es una sociedad que requiere nuevas opciones y escoger nuevos caminos. A mí la posibilidad de convertir o digamos de empezar a convertir la apoyo y la veo necesaria. Estoy de acuerdo que el Mónaco es solo uno de los símbolos, pero es un punto de partida para empezar a convertir estos símbolos en otras alternativas narrativas, en otras alternativas de vida para la juventud que ven en el narcotráfico sus opciones de vida. Uno puede entrar en miles de debates del cómo, pero lo que más me importa a mí para entregar a la juventud es nuevos porqués. Yo no puedo taparle la boca a nadie como a Netflix con Narcos, a las cadenas locales con las series que quieran hacer. Pienso que es válido coexistir con ellas, pero sí se requiere que la juventud tenga nuevas opciones que le inspiren nuevas alternativas de vida, a mí me parece que convertir el Mónaco en un memorial es una oportunidad para hacer eso. Otra cosa sería si fuera un proyecto urbanístico y tendría entonces un discurso totalmente distinto.

 

Alfonso: Alejandro Echeverri, como urbanista, ¿cuál es su posición frente a la demolición?

 

Alejandro Echeverri: Como urbanista te contesto ahorita. Voy a contestar como Alejandro. Yo creo que este tema nos toca el alma y la vida a todos, algunos más que otros, pero a todos. Es que la realidad viva de las secuelas, pero también del presente, y el narcotráfico está aquí, no es pasado, no fue ayer, es presente y es futuro. El año pasado, me acuerdo que tuvimos una experiencia muy bonita, pero muy dolorosa con una serie de reuniones y talleres en varios barrios de Medellín, entre esos con muchos jóvenes de la comuna 13. Te digo que me duele, el dolor mío era en el alma, porque la lucha de la vida de estos muchachos de entre 14 y 18 o 20 años por construir un territorio posible en un entorno tomado por el microtráfico y las bandas, esto no es ni ficción. La vida del presente de cada muchacho de estos era muy dura y además con una gran incertidumbre. Estuve una semana metido allá y me fui y dije vengo en seis meses y lo que más me va a doler es que de pronto algunas de estas casas/de ellos?? ya no están ahí.; Nos contaban la historia de sus papás y eran todas muy parecidas; contaban las historias de sus abuelos y eran muy parecidas todas. Lo digo con dolor, porque he estado trabajando en estos asuntos desde acá, desde la academia, pero también desde el sector público.

Ante una realidad tan dura y un tema tan profundo, yo creo que en la acción de derrumbar el Mónaco hay un riesgo muy grande, que es lo que lo llena a uno de incertidumbre. ¿Cuál fue o cuál es la motivación original? ¿Cuál fundacional? Lo pregunto, y son preguntas fundamentales, porque como se funde el proceso termina siendo hacia dónde va, poco importa si después se termina adicionando o corrigiendo cosas. Obviamente hay una condición de Netflix mediática, de una serie de series que ofrecen una imagen y una narrativa sobre la situación de la ciudad, como lo que también explicaba Gustavo, y que no tiene nada que ver con una gran cantidad de iniciativas y actores extraordinarios en la ciudad que llevan construyendo memoria por muchos años y están absolutamente vivos. De hecho, hay una cantidad de procesos bellísimos que usan el arte para tratar de narrar esta historia de forma distinta, metidos en el alma del vivo. Entonces, uno siente que hay uno que es más epidérmico, dijéramos más instantáneo que puede tener el riesgo de que se pueda traducir o lo puedan entender muchos que con la implosión del Mónaco ya esa persona no se va a poner la camisa de Pablo después de la implosión, o un proceso realmente que trate de construir una narrativa que conecte con las vidas de muchos de los jóvenes y habitantes que están en esa lucha de construir otro relato de la ciudad.

Eso me preocupa mucho, pero no lo digo por que este de un lado ni del otro. Como ser humano, estoy metido en esta ciudad que requiere un proceso, no algo que se empiece o que se termina, sino un proceso que está vivo que puede orientarse a un tema muy valioso para la ciudad, como es lo de qué hacer con Pablo, pero tiene que ser una construcción de muchas voces. Voces cómodas e incómodas. Seguramente no se logrará jamás traducir en el espacio público del Mónaco, ese otro tema del cual vamos a hablar, porque es un lugar anodino desde el punto de vista urbano. Para concluir, repito mi pregunta inicial: ¿cuál es la motivación fundacional de esa acción? Porque sin una motivación clara, tiene el riesgo de que no vaya para ningún lado.

 

Alfonso: Manuel Villa, puede contestar la pregunta para que demos paso a ese punto de inflexión o a esa punta del iceberg de lo que va a significar la intervención en ese espacio público.

 

Manuel Villa: Aquí tengo unas notas personales y unas notas que fui tomando de las intervenciones de cada uno de ustedes. Intentaré conectarlo todo y ser lo suficientemente claro. Medellín lleva 25 años en un proceso valioso de transformación que todos resaltamos y del cual todos nos sentimos orgullosos. Medellín efectivamente tocó fondo, estuvo al borde del abismo y llevamos varias administraciones buenas y sucesivas que han logrado que hoy Medellín sea reconocida a nivel mundial por su urbanismo, por su modelo de movilidad sostenible, por ser la ciudad del aprendizaje y por ser la ciudad más innovadora.  Todos estos han sido procesos de construcción colectiva, que han surgido desde la base y que han tenido respaldo institucional, empresarial y social. Son procesos que se han mantenido a lo largo del tiempo, gracias a los cuales nos hemos transformado como ciudad. La pregunta fundadora o fundamental sería: ¿nos hemos transformado como sociedad?

No voy a decir que en los 70, los 80 o los 90 surgió la ilegalidad. No hemos entrado en la discusión de si Pablo Escobar fue causa o consecuencia. Personalmente, creo que fue de las dos cosas. Fue primero consecuencia y después quizá se volvió causa de muchas otras cosas, incluso a partir de la imagen en la que se convirtió.  Pero hay muchos factores de nuestra historia, de nuestra idiosincrasia, de nuestro ADN que han generado un caldo de cultivo para las problemáticas y en los años 70, 80 y 90 esas problemáticas empezaron a condensarse y encontraron factores mercantiles, comerciales y de otra índole que hicieron de la ilegalidad una cierta cultura. Factores que fueron normalizando lo anormal, convirtiendo en uso el abuso y sistematizando la ilegalidad. Por eso nosotros hablamos de mafia, porque la mafia nosotros la entendemos como el sistema de esa cultura de ilegalidad, donde la mafia poco tiene que ver con el narcotráfico porque la sobrepasa. El narcotráfico es un componente, pero la mafia es el sistema en el cual se culturalizó y en el cual permitimos que se culturice la ilegalidad. Infortunadamente, la mafia llegó para quedarse con nosotros. En este sentido, podríamos hacer después otro debate con una pregunta que se la he planteado en una reunión a Gerard Martin y a Alfonso Buitrago: ¿somos una ciudad mafiosa o somos una ciudad víctima de la mafia? Tal vez no lo debería decir como representante de la institucionalidad, pero Medellín es una ciudad mafiosa, es culturalmente ilegal y esa cultura de la ilegalidad permeó todos estamentos de la sociedad.

Difiero un poquito de Gustavo cuando habla del barrio en El Poblado donde está ubicado el Mónaco y su significado como lugar. Personalmente considero que si hay algún barrio en Medellín que yo creo que está llamado a auto señalarse respecto a lo de la mafia, es El Poblado. También, si hay un barrio que se tiene que sacudir en esta ciudad es El Poblado. Para explicar por qué, les voy a contar una anécdota. Sucedió en la administración, pero no voy a decir quiénes o qué gremios o qué sectores estaban involucrados y me llamaron y me decían: “Manuel nos están extorsionando a los empleados y nos están atracando en la oficina” Yo les decía: “pásenme los datos, yo me encargo con Secretaría de Seguridad para hacerles el acompañamiento. Pero antes de colgar, déjeme le echo un cuentico. Ese que extorsiona y ese que roba, ese está haciendo su trabajo. Ese es el trabajo de ellos y yo no justifico la ilegalidad, pero sí tenemos que entender la dinámica en la cual estamos inmersos como sociedad. Seguramente ayer robó y ayer extorsionó y seguramente mañana va a robar y mañana va a extorsionar. Ojo, no lo estoy justificando, pero esa es la empresa de ellos, esa es su oportunidad. Para ellos, las oportunidades en la legalidad existen, pero no son tan convenientes, infortunadamente, como sí lo son dentro de la ilegalidad” Entonces yo les decía a ellos, “ese combo, esa empresa que les está robando y extorsionando a ustedes pertenece a una estructura mayor que aquí comúnmente conocemos como La Oficina. Estamos dedicados también a luchar contra ellos, a capturar a sus cabecillas, pero por encima de esos cabecillas hay inversionistas del crimen y ¿sabe dónde viven? En El Poblado, en el Centro, en Guayabal, en Belén. Y ¿saben por dónde mueven la plata? Por el gremio que usted representa. Aquí tenemos un problema de lavado de activos inmenso, y nos incomoda hablar de eso, pero entiendan que aquí no podemos tener más doble moral”. O sea, lo que les decía es que aquí, en esta ciudad, hemos sido expertos en señalar al otro, cuando este momento, con la implosión del Mónaco, es el momento para en vez de hacer así (señala al público) es hacer así (se señala), de responsabilizar también a nosotros mismos y a todos.

A partir del próximo viernes, con la implosión, la invitación es auto señalémonos, reflexionemos de manera colectiva para entender qué fue lo que nos pasó. A caso fuimos complacientes, a caso fuimos tolerantes, a caso lo permitimos, por qué no hubo sanción social. Aquí hay una deuda narrativa, porque hay que reconocer que organismos culturales y artísticos, organizaciones sociales, el periodismo y la academia hicieron la tarea. La reflexión es si hemos sido tan contundentes, como por ejemplo sí lo ha logrado ser la ficción. Setenta millones de personas han visto Narcos y un niño en Europa, que apaga Narcos en el computador para salir a su escuela o colegio, si ese niño sabe que eso era ficción o piensa tal vez que eso era la realidad. Aquí en Medellín muchos de los niños hoy en nuestros barrios apagan Narcos y salen y tampoco saben cuál es la realidad y cuál es la ficción, cuando muchas veces, además, aquella realidad fue más dura que la que muestra la ficción.

En una investigación, acompañada por unos empresarios, le preguntábamos a unos jóvenes, luego de haber visto Narcos y otras narconovelas, qué quisieran ser. Causaba gracia un niño en Manrique que respondió “yo quiero ser Pablo Escobar, versión flaca”, y está grabado en un video, pero uno después se decía: ¿cuáles son los referentes de estos jóvenes? Esa convulsión de la mafia en los años 70, 80 y 90 nos dejó marcados, nos dejó una herida, una herida que está sancochada, que le hemos dado incluso hasta la espalda. Esperamos que sea este el momento para volver sobre ese pasado, respetando lo que ha pasado. Los años que han pasado sin hacerlo eran tal vez necesarios, pero ya son suficientes.

 

 

Alfonso: Su intervención sobre esas causas fundacionales me da pie para preguntarle a Ana María y a Gustavo, si más allá de memorizar, no es el momento de fortalecer el conocimiento de la ciudad, de crear centros de estudio sobre el tema narco y el crimen organizado, por ejemplo, sobre temas como el lavado de activos, que es una deuda pendiente, para que el proyecto de abrazar nuestra historia sobrepasara una Alcaldía y una administración y fuera de largo aliento. ¿Ese no es una de las maneras para avanzar y encontrar cada vez mejores respuestas?

 

Ana María: Sí, efectivamente, yo creo que en el caso de Medellín, ante un asunto tan importante, que toca precisamente las memorias de un hecho que ha marcado –¡y de qué manera!– toda la historia de la ciudad y de sus habitantes, no haya habido un trabajo sistemático de análisis y explicación. No se ha promovido de parte no solo de esta Alcaldía, sino también hacia atrás. En general, se mira de una manera muy coyuntural el tema. Hay y ha habido indudablemente iniciativas, pero son iniciativas que no logran tener la debida continuidad y respaldo. Por ejemplo, lamento mucho que la Alcaldía ha contado con unos recursos importantes para demoler el Mónaco y para todo lo que se va a hacer alrededor del edificio Mónaco, pero no para fortalecer de una manera significativa procesos que vienen ya en marcha, en primer lugar, el Museo Casa de la Memoria, el programa de atención a víctimas y también procesos investigativos desde la academia y la sociedad civil. Es precisamente a lo que estaba haciendo referencia Alejandro: procesos muy interesantes de construcción de memoria, que vinieron ya de manera acertada, y que pudieran haber recibido mucho mayor apoyo y proyección.

 

Alfonso: Pero, ¿no es cierto que no solo se trata de hacer memoria del pasado, sino también hacer frente al presente y generar opciones como ciudad para estudiarlo más a fondo tal vez?

 

Ana María: Claro, porque aquí hay un asunto que es importante considerar y es que el fenómeno del narcotráfico no puede quedarse meramente anclado en Pablo. De alguna manera, el asunto riesgoso y complejo con el edificio Mónaco es anclar nuevamente todo en Pablo, como precisamente lo hace también Narcos, cuando la Alcaldía pretende ir en contra de esa narrativa. Con lo del Mónaco, vuelve de todas maneras Pablo y el fantasma de Pablo, con toda una centralidad nuevamente en torno de esa figura. Es un asunto que no se puede obviar y pretenderlo ocultar, como bien decía Gustavo. Es un tema realmente importante que hay que construirlo y eso demanda muchísimo más que hacer el derrumbe de un edificio. Eso demanda procesos mucho más complejos en donde se pueda realmente situar y entender el porqué de esa figura y qué pasó con ella. De un lado, se trata de asumir eso de una forma crítica y de garantizar que ese conocimiento se convierta en un saber social que no sea meramente análisis de los expertos. De otro lado, pero al mismo tiempo, hay que tomar distancia de Pablo y de esa figura, porque realmente el fenómeno del narcotráfico es mucho más allá que Escobar. El narcotráfico es una historia muy dinámica a lo largo de varias décadas, y otra vez nos quedamos con el Mónaco ahí anclados en los años 80, cuando se trata efectivamente de dar cuenta de cómo este fenómeno se ha venido transformando y también de cómo estamos hoy.  En torno al período pos-Escobar ya existen unos aprendizajes también muy interesantes, y partir de las voces de víctimas y de otras personas, que se han elaborado precisamente en torno al fin de hacer memoria histórica de lo que nos ha pasado hasta hoy.

 

Alfonso: Gustavo, ¿cómo ve usted la posibilidad de que la implosión del Mónaco y la construcción de un parque de memoria, como está previsto, sea una oportunidad para fortalecer el entendimiento que tenemos de la criminalidad y del narcotráfico como parte de ella.

 

Gustavo: Estoy de acuerdo con Alejandro y Ana María: el tema es que hubiera podido servir como un mito fundacional, un mito de origen sobre la ciudad, reflexionándose sobre sí misma, controlando la construcción de la narrativa sobre este fenómeno. Como decía antes, hay que distinguir entre Pablo Escobar y el narcotráfico, porque aquí en Medellín obviamente hay lavado, obviamente hay todo un tema de indulgencia hacia El Hueco, y están todos los símbolos del narcotráfico, pero esos son símbolos de otra cosa. Yo insisto en lo de Escobar, porque el legado de Escobar y lo terrible de ese legado para la ciudad, es, más allá de una cultura, la dominación por criminales. De hecho, yo no creo que Pablo Escobar sea tanto una cultura traqueta como tal. El legado de él no es tanto que la gente quiere ser narcotraficante, sino que de adolescentes en adelante quieren controlar sus barrios, gobernarlos y desde ahí hacer una carrera criminal que genera rentas. Incluso, poco parece importar que cada vez genera menos rentas, porque hay una separación entre la gran criminalidad y esta criminalidad a nivel de barrio que no produce tanto dinero, pero produce un poder político enorme, porque es el control, es la administración de justicia, es la extracción de impuestos en numerosas barriadas de Medellín. Allí creo que es donde debe hacerse una labor cultural y por eso decía que el Mónaco no es un símbolo poderoso. Hay mucho otros símbolos de lo que era Escobar.  Hay una disociación entre ese tipo de consecuencias de una cultura de control que tenemos en la ciudad, en sus barrios, y lo que se ve afuera en Narcos y es la gran falencia que han tenido todas estas series. Las series sobre Escobar nunca han sido capaces de mostrar el dominio social que él ejercicio sobre Medellín, que fue lo que le permitió hacer la guerra contra el estado. En Netflix, yo recuerdo un episodio que está totalmente desfasado con la realidad. Es cuando hay un agente de la DEA a finales de los 80 persiguiendo un sicario en plenas comunas de Medellín. Eso en los años 80 nunca hubiera pasado. A ese tipo lo descuartizan vivo antes de que dé tres pasos, porque había un control territorial de esta organización. Entonces hay una gran diferencia entre lo que representa culturalmente Pablo Escobar al interior de la ciudad y lo que representa hacia afuera.

Respecto al tema de cultura traqueta, creo que es otro punto de discusión. Creo que el 99 por ciento es moda, son comportamientos, son hábitos, pero el 99 por ciento de la gente que viste como reguetonera, que dice malas palabras y que actúa agresiva, ni va a cometer delitos, ni se va a dedicar al narcotráfico, ni va a ser asesina. Entonces creo que ahí es importante considerar hacia dónde la Alcaldía está apuntando con su propuesta de una transformación cultural y hasta dónde la demolición del Mónaco puede ser un símbolo y un nuevo mito fundacional para que la ciudad resuelva un tema que no va poder evadir, es decir, la memoria de Escobar. Escobar ya es demasiado famoso a nivel mundial y no hay manera, para la ciudad, de poder ocultarlo. De alguna manera hay que saber cómo sortear y cómo crear una versión desde la institucionalidad de esa imagen.

 

Alfonso: Hay un primer paso en ese sentido, Manuel, es voltear la historia hacia las víctimas. En lo que ha insistido el alcalde, el parque de memoria es el primer mojón, una vez demolido el Mónaco, con el que la administración le propone a esta ciudad hacer ese giro narrativo. ¿Cómo el memorial entonces va ser el lugar detonante para proponer nuevos relatos a partir las víctimas?

 

Manuel: El alcalde ha sido claro en ese sentido. No es Pablo Escobar, no es luchar contra un fantasma, no es luchar contra una infraestructura, sino hacer un alto en el camino, mirar hacia atrás y hacer las reflexiones sobre la pregunta fundamental o fundadora o fundacional de la cual venimos hablando. Es auto señalarnos a partir de un ejercicio de memoria, de construcción colectiva de memoria, donde nos volvamos a relatar aquello que no hemos terminado de relatarnos como sociedad. Aquí conocemos una parte muy clara de la historia, que fue cierta y que no dejará de ser cierta, pero aquí tenemos que poner el foco también sobre las víctimas, sobre a quienes no les hemos dado voz. Aquí hay que darles voz a quienes Narcos y otra ficción han callado, y a quienes les hemos permitido silencio. Cuando hablamos de víctimas hay que hacer inmediatamente un asterisco, porque esta vez no estamos hablando de víctimas de lo que sucedió con las guerrillas; no estamos hablando de víctimas con lo que sucedió con el paramilitarismo, con sus respectivas organizaciones y su tratamiento normativo de la memoria histórica. Estamos hablando de víctimas de un episodio trágico, pero importante para nuestra historia, pero que pareciera que hubiera quedado en el olvido, incluso en el olvido de muchas instituciones. Hoy hay todavía hijos de magistrados que reclaman verdad, justicia y reparación, y que piden que se declare la muerte de sus padres como delitos de lesa humanidad. No es señalar a la justicia, sino es auto señalarnos como sociedad y provocar, entonces, que la justicia acepte también esta invitación a esta reflexión.

 

Alfonso: Pero en concreto, ¿cómo la Alcaldía va a potenciar esta idea en el parque de memoria previsto para el lugar del Mónaco? 

 

Manuel: Cuando nosotros hablamos de cuarenta y seis mil seiscientas doce muertes violentas, y aunque ahí cometemos tal vez un error de cálculo, pero lo que pretendemos es tratar las muertes del episodio entre 1983 y 1994. Esto nos permite circunscribir el relato, pero somos conscientes de que el fenómeno viene desde antes y va hasta mucho también después. Muchos nos preguntan por esa cifra y de dónde salió. Solamente hemos hablado con la organización de víctimas del avión de Avianca, porque otras no las hay. Para la cifra, sumamos cuántas muertes violentas hubo en el año 1983 más las muertes violentas que hubo en los demás años hasta 1994 y nos da la sumatoria de cuarenta y seis mil seiscientas doce muertes violentas, víctimas de un episodio de narcoterrorismo, de tragedia, y de mafia. Incluso, ahí están incluidos quienes hacían parte de las estructuras criminales, porque fueron víctimas también.

Toda la sociedad fue víctima, pero haciendo la salvedad de que por decir que somos víctimas, no implica que nos podemos lavar los manos e irresponsabilizar. Sobre este tema, otros me han hecho la claridad, varios de ustedes en conversaciones que hemos tenido. Tenemos que tener cuidado cuando digamos que somos víctimas de lo que vivimos, porque el decir “víctimas” de cierta manera puede irresponsabilizar cuando nosotros, como sociedad, no nos podemos irresponsabilizar. Entones lo difícil ha sido aquí hablar sobre cuáles y cuántas víctimas. Las víctimas pareciera que se hubieran reducido a un número, que no es lo que queremos. Les tengo una anécdota. Cuando fuimos a la notaría con la policía a hacer la permuta del edificio Mónaco, le pido ayuda al notario para evitar que el proceso sea demasiado lento. Y el notario me dice: “Le ayudo; pero sobre todo le ayudo porque eso tiene un significado para mí; yo fui víctima de Pablo Escobar y nadie me ha contactado nunca”. Entonces lo invito a que haga parte de este proyecto y me dice: “No, yo he vivido en el silencio durante más de 25 años, yo ya no soy capaz de abrir esa puerta”. Era una víctima común y corriente, un notario, y lo mismo me sucedió en la Registraduría y lo mismo con algunos de los periodistas y lo mismo con las personas que han venido sumándose a la estrategia, y lo mismo en la calle, y con algunos de los vecinos del edificio Mónaco. Ellos decían: “Sí, quiero que hagan algo, pero para que nos reconozcan a nosotros no como vecinos, sino como víctimas de Pablo Escobar, porque a mi se me murió un tío por aquellas cosas también”. Han sido encuentros bonitos, pero es difícil de entender como esta sociedad le ha dado la espalda a estas personas. En este sentido, lo del Mónaco se convierte en una oportunidad para con una acción superar esa falencia. Abro un paréntesis. Nos preguntan por qué el Mónaco y no otros que podrían tener mayor significado. Confluyeron varios factores que nos llevan a identificar el Mónaco como la oportunidad, y no para borrar la historia, como nos dicen. Si quisiéramos borrar la historia tendríamos que demoler tres cuartas partes de Medellín que han tenido relación con la mafia y con el narcotráfico. Medellín tiene una construcción de transformación en altura, pero ¿qué porcentaje de esa construcción ha sido financiada por dineros calientes? ¿Por qué en 2008, 2009, cuando hubo una crisis económica internacional, aquí ni la sentimos? Para regresar entonces a la pregunta: el memorial en el lugar del Mónaco es una oportunidad a partir de la cual tenemos que empezar esta conversación. Es una invitación a participar, ya que aquí nada ha empezado, aquí nada se ha construido por el momento, todo comienza a partir de ahora. Ustedes nos han dicho que hay que orientar mejor la conversación sobre el tema. La invitación es a ayudarnos a orientarla.

 

Alfonso: Pero explíquenos mejor qué va a haber en ese memorial para hacerlo más palpable, porque esos contenidos es muy importante discutirlos, y todavía estamos en un momento previo, y nos acaba de invitar a contribuir.

                                                      

Manuel: La Alcaldía decidió hacer un concurso público de diseño internacional. En ello nos acompañó Cesar Zapata, un paisa que reside en Nueva York y que acompañó el memorial del 9/11. Lideró el proceso del concurso de la mano de la Sociedad Colombiana de Arquitectos. Ahora bien, los referentes y símbolos no se imponen, sino se construyen y se identifican y por eso lo hicimos a través de un concurso en el que participaron más de setenta personas, con 45 propuestas finales, calificadas por un jurado de 5 personas independientes. Identificaron de manera unánime la propuesta ganadora, por ser la más pertinente en términos de construcción colectiva de memoria y de poner el foco en las víctimas. La propuesta ganadora incluye un espacio público que utilizará ruinas del Mónaco, que nos harán recordar por siempre esa tragedia que nos choca e incomoda, pero que la tenemos que reconocer. También un muro, donde encontraremos los miles de simbolitos que representarán a las víctimas, que infortunadamente se identifican con un número, pero con la idea de que empecemos a construir entre todos las historias de cada una de esas personas víctimas de una muerte de violenta. Lo más bonito del proyecto es un espacio público donde van a converger las subjetividades y las historias individuales de cada uno y entre todos vamos a poder construir colectivamente esa memoria, desde el notario, desde el registrador, desde el fotógrafo, desde el vecino, desde las organizaciones como las del avión de Avianca, pero acompañados con toda la sociedad, desde organizaciones sociales, culturales, institucionales, empresariales, académicas, periodismo, entre otros. Se pondrá el foco en esas víctimas, pero también en los héroes y los valientes.

Es infortunado, por ejemplo, que la gente se le haya olvidado quién fue don Guillermo Cano. Todos aquí, en esta sala, seguramente sabremos quién es, pero mucha no sabe quién fue don Guillermo Cano; mucha gente no sabe quién fue el coronel Valdemar Franklin Quintero; incluso, mucha gente de la misma policía ni siquiera sabe quién fue el coronel Valdemar Franklin Quintero, el comandante de la policía de Antioquia y que el mismo Pablo Escobar lo denominaba como el incorruptible. Esos referentes tienen que ser para nosotros un motivo de orgullo. Cuando, para este proyecto, yo hablaba con Enrique Parejo, le hacía una pregunta: “¿Para usted fue suficiente y valió la pena su lucha? Créame que a uno le duele que un señor, a quien uno admira y considera héroe, le responda con: “No creo que haya valido la pena; creo que esta sociedad está en deuda con lo que nosotros quisimos defender”. Entonces la Alcaldía considera que nosotros tenemos que reivindicar la memoria de esos valientes, de esos héroes y de todas esas víctimas.

 

Alfonso: Pero en concreto: ¿vamos a poner el nombre de Enrique Parejo en el muro? Quiero llevar la discusión a lo concreto, al plano físico y al plano del espacio público del parque memorial que la Alcaldía nos propone, porque también hay riesgos ahí. Hay un ejemplo reciente: el parque de la bailarina, realizado de muy buena intención en la administración de Alonso Salazar, con un símbolo poderoso, pero termina no siendo utilizado por la ciudadanía. También, cómo se considera que el parque va a impactar no solo a los vecinos del sector, sino a los habitantes de los barrios de otras comunas, en otras partes de la ciudad. Quiero que Manuel nos precise y que Alejandro luego responda como urbanista.

 

Manuel: El espacio público tendrá el muro, pero también una exposición tipo museografía al aire libre y abierto al público. La idea es que se cure su contenido museográfico con el Museo Casa de la Memoria y con un comité que está en creación o se va a crear dentro del Museo Casa de la Memoria. También habrá obras de arte de artistas que han aceptado nuestra invitación a construir con el lenguaje artístico también memoria, referentes y simbología. Pero más allá de que el diseño puede quedar bonito, puede tener simbología, que se pueden constituir rituales de poner una flor, una manilla, o un candado, lo importante es la legitimidad, la apropiación y la simbología que represente a partir del ejercicio de construcción colectiva que empecemos. Podrá ser un memorial espectacular, pero lo físico para nada garantiza que sea apropiado como quisiéramos. De eso somos conscientes y dependerá de nosotros, no tanto como administración, sino de todos los que vivimos esta ciudad, cómo lo dotamos de sentido. Está previsto, además, que el memorial no es una acción única e individual, sino que hará parte de un conjunto de acciones que vamos a empezar a promover y a invitar a otros actores para que se vinculen a ellas. Por ejemplo, nos hemos sentado con los operadores turísticos que están llevando a la gente al edificio Mónaco.  Entre ellos hubo mucha resistencia y mucha crítica y nos decían básicamente que les íbamos a acabar el negocito. El tema no es acabarles el negocito, sino encontrar nuevas oportunidades narrativas. Nosotros no le vamos a decir que no pueden llevar a la gente al Mónaco o a la tumba de Pablo Escobar o a La Catedral. Lo que les intentamos decir es que aquí habrá algo mucho más interesante a contar y que es una deuda que todos tenemos.

La gente pasa por La Macarena, la gente pasa por la Floresta, la gente pasa por el Parque Lleras, la gente pasa por el “pan de queso”, la gente pasa por el Estadio, la gente pasa por un montón de partes donde hubo atentados, víctimas, homicidios, asesinatos y la gente no sabe que allí hubo dolor. Qué tal si empezamos a construir ese tour de la memoria, como ya lo ha dicho el alcalde, para que como ciudad empezamos a reflejar y que brote de nosotros de manera formal y solemne ese homenaje que tenemos que hacer a esa parte de nuestra historia, donde recordemos a las víctimas, a los valientes y a los héroes. Que lo hacemos en una esquina desde el arte, desde un símbolo, desde un ritual, en otro desde el Museo Casa de la Memoria para que esto no sea una acción aislada, sino que sean muchas acciones, narrativas, comunicaciones, intervenciones artísticas y pedagógicas. transformadoras con los colegios, con las universidades. La idea es y yo les hago una invitación y es, abran la mente, abran el corazón para que, a partir del viernes, de la implosión, encontremos todos un espacio, donde podamos conciliar nuestras diferencias. Una última cosita y si quieren ya me callo para que hable otro, y es miren, a esta sociedad la han dividido desde la Colonia los federalistas y los centralistas; a esta sociedad la han dividido los liberales y los conservadores…

 

Alfonso: Pero no nos vamos hasta la Colonia (RISAS) para poder terminar hoy y dar la palabra a los demás participantes y al público también.

 

Manuel: Hasta la paz y la justicia nos ha dividido. Yo les hago una invitación a que no nos divida más la memoria para que la memoria sea más bien un punto de encuentro.

 

Alfonso: Alejandro, con el conocimiento que usted tiene de la ciudad, ¿qué posibilidades le ve a ese espacio?

 

Alejandro: Es imposible. Voy a tratar de explicarlo. Creo que independiente de la motivación que la Alcaldía ha tenido con este proceso, creo que la Alcaldía ha abierto una oportunidad aquí y me parece que sería muy triste que se perdiera, que se desperdiciara y que se reduzca. No estoy a favor de tumbar el Mónaco, brevemente lo dije anteriormente y no sé si tendré una oportunidad de desarrollarlo más adelante, seguramente no, pero estamos ya en una otra realidad, porque no hay duda de que el Mónaco implosiona este viernes y creo que hay una oportunidad de un diálogo abierto por aprovechar. Con esta provocación, se han activado muchas voces y me parece que el gobierno y la Alcaldía tienen una oportunidad aquí de redefinir mucho de lo que han concebido en un principio. Primero: hay que quitarle cuerpo mediático. Los medios no son lo importante. Los medios son una herramienta de lo que se produzca en el proceso, porque si se basa todo en la acción mediática de tumbar el Mónaco, lo que habría que contrarrestar entonces es de alguna manera esa imagen que construye Netflix. Todo eso hay que hacerlo, pero hay que hacerlo a partir de un proceso que tiene que ser mucho más profundo y que ya está activo en la ciudad y que requiere de alguna manera activar un diálogo dinámico, vivo. En cuanto al parque que se pretende construir, obviamente el lugar del Mónaco es un lugar urbanamente muy pobre, muy poco accesible y lo digo pensando en esos lugares en 10 años, no a hoy. Ni siquiera pensando en la discusión de hoy, porque de pronto la ciudad cambie de gobierno, y llegue un gobierno de con otra visión. Se trata de un lugar que no es un lugar urbano. Es un barrio, o por lo menos fue barrio. Hoy y en el futuro es de clase alta con muy poca gente. Es un lugar, más aún porque están cambiando unos usos, al cual no se llega, no se cruza, no se ve. Habrá que llevar la gente para que vea. Entonces, no es relevante ni Pablo Escobar ni el espacio público que va a existir en ese lugar. Lo que es relevante es lo que se pueda construir a partir de esta conversación que estamos teniendo. En un momento dado pensé y sigo pensando que realmente para poder que se de lo que la Alcaldía dice querer, tiene que ser un lugar que produzca contenidos. Esto quiere decir que debe ser un lugar que se pueda habitar y en el que se puedan generar diferente tipo de encuentros, diálogos, acciones. De hecho, recuerden la imagen en el anuncio de este conversatorio es mucho más potente y dice mucho más que cualquier otra cosa. No lo digo como una crítica en contra de nadie, sino con una convicción y con el conocimiento que tengo. Esa imagen es mucho más potente y dice mucho más de lo que se va a lograr decir con el espacio público en ese lugar, porque esta imagen representa de alguna manera otra cosa y además es una pantalla de comunicación distinta. La infraestructura del edificio Mónaco se pudo haber usado gradualmente, no pensando en los treinta mil millones de pesos para transformarla en una sede para la SIJIN, sino irla ocupando y restaurando de manera muy distinta, si hubiera una intención de construir un contenido activo para el lugar y para la ciudad. Ahora ya no va a pasar en ese lugar, porque ya sabemos que el edificio será demolido, pero si consideramos válido aquel contenido activo, entonces podemos considerar pasarlo a otro lugar apropiado. De todos modos, me parece, Manuel, que con este conversatorio abrieron una oportunidad muy bonita de estar abiertos a este diálogo e invitación a la Alcaldía de sumarse a ello. Yo siento que la Alcaldía no se ha conectado con muchas de esas voces y personas e instituciones que llevan construyendo, pero está la puerta abierta, y creo que hay muchas instituciones y actores que tienen el interés de ayudar realmente a construirlo que pueda ocurrir, no en ese lugar y con ese espacio público, sino de alguna manera a partir de lo que se habla con ocasión de la intervención. Lo que sí creo, es que es irresponsable no situar realmente la relevancia del espacio público. Ese espacio es un lugar limitado, con poco acceso, y no hay que ponerle más responsabilidades de las que pueda tener. De hecho, el problema va a ser sostener de alguna manera ese lugar para que siga estando presente. En cuanto a la construcción prevista: de todos modos, puede pasar de ser algo distinto de lo presentado, porque bien que ya se juzgó un proyecto, que se haga y cómo se enriquezca y qué se le monte puede depender también de lo que el próximo alcalde puede decidir.

 

Alfonso: Habría entonces que mantener vivo este debate también previo a las elecciones. Marta, en su doble condición de directora de un medio de comunicación, pero también en la condición de El Colombiano como víctima del narcoterrorismo, ¿qué papel juegan lo medios para dotar de contenidos nuestra memoria, como sociedad, del narcotráfico y sus víctimas?, y ¿cómo propiciar un debate crítico para contribuir a que el espacio público y el parque de memoria cumplan la función para la cual la Alcaldía pretende construirlos?  Nosotros hablábamos recientemente a propósito de nuestra iniciativa “¿Qué hacemos con Pablo?” con el ex alcalde Juan Gómez Martínez y se le avivaban en el recuerdo todos esos momentos de las bombas, del intento de secuestro, y del ataque bomba contra su casa. Él se siente reconocido en su condición de víctima con la implosión y el parque, ¿qué papel juegan los medios de comunicación para que ahí de verdad sucedan las cosas que queremos que sucedan?

 

Martha: Hay dos sombreros totalmente diferentes y yo creo que uno cuando ejerce este oficio, pues justamente los debe separar muy claramente. Como víctima pues, El Colombiano tuvo su bomba, su carro bomba, el intento de secuestro. Pienso que uno como víctima, a lo que se aspira, es que lugares como el Mónaco no se queden ahí, como todo aquello pasó en vano, o sea, usted pasa y lo que ve es más bien un insulto. Por otro lado, pienso que la vida y los oficios como el periodismo cobran sentido cuando uno siente que tiene propósito. Entonces no pasa nada con ser víctima, si valió la pena sería única pregunta. A mi carro le dispararon el año pasado cuando iban a recogerme. Al día siguiente salimos con un editorial muy fuerte contra la criminalidad de Medellín, porque si uno tiene claro, desde el momento que acepta este cargo y este oficio, por qué lo hace, pues está uno dispuesto a pagar los precios que haya que pagar. Entonces desde el punto de vista de víctima, yo pararía ahí, porque me parece que no es ningún otro sombrero para ponerse cuando uno está haciendo periodismo, porque empieza uno a equivocarse.

Desde el punto de vista del periódico, pienso que el rol nuestro no es ni debe ser distinto al de hacer periodismo y el de hacer periodismo con los valores más fundamentales y originales del periodismo. No importa si es una plataforma análoga o digital, sino tener claro que en la parte informativa estamos trabajando los más comprometidos con buscar la verdad. La parte de opinión son puntos de vista basados en esa verdad. Es decir, prefiero hablar basándonos en los hechos, y considerar que la verdad está en un lugar entre muchos hechos. Entonces, uno también busca narrar desde siempre la verdad del narcotráfico y la historia de Medellín. Esa historia y esa verdad las hemos buscado en El Colombiano, pero igual mis colegas de El Espectador y todos los demás, que también han sido víctimas, narrando estos hechos, buscando que la información se contraste, que haya suficiente número de fuentes, que sean del mayor nivel que uno pueda encontrar, que sean un buen número de fuentes, que sean planteamientos pluralistas. Con eso, ¿qué busca uno? Uno busca decirle a la sociedad qué piensa, uno busca darle a la sociedad elementos de reflexión, creación de conocimiento, elementos para debatir, para que al final tenga sus propias ideas y decida qué piensa. Veo esto como una oportunidad también de conversación, como la que han abierto con este conversatorio. Es un trabajo sistemático, y no una acción aislada, sino una acción que espero sea parte de muchas acciones, de muchas conversaciones, de muchos debates. Las generaciones no se cambian por una acción, se cambian por una consecuencia de actividades que ojalá sean aquí de Estado y no de gobierno y ojalá que nosotros como sociedad lo hagamos entre todos. Como medio simplemente acompañaremos el debate desde la información y desde la opinión.

 

Alfonso: ¿Algo adicional y más concreto van a hacer este resto de año además de reivindicar los valores periodísticos tradicionales? Aquí estamos en una Facultad de Comunicación Social, seguramente habrá muchos estudiantes de periodismo preguntándose, ¿qué hará El Colombiano, ahora que se cumplen 30 años de ese año fatídico de 1989?

 

Martha: Bueno, me va a chivear de nuevo la portada de mañana. Nosotros lanzamos un proyecto mañana que es #MedellínEsMas, porque creemos que el Mónaco es un punto de partida de un proceso. Vamos todo el año con una serie de momentos: la muerte de Lara Bonilla, la muerte de Galán, la muerte del coronel, el atentado de Avianca y vamos durante todo el año a mostrar cómo El Colombiano cubrió aquellos eventos en su momento, pero articulado también con una campaña nueva nuestra sobre el antivalor, y sobre como esas cosas nos empezaron a suceder por una crisis de valores y cuál es el valor que quizás como sociedad debemos empezar a debatir para contrastar y prevenir eso. Entonces mañana conocerán los detalles.

 

Alfonso: Seguramente van a aumentar las ventas de El Colombiano mañana, y para seguir con este mismo tema, Ana María y Gustavo, ¿cómo consideran que desde la academia se puede contribuir a dotar de contenido el trabajo de memoria con las víctimas del narcotráfico? El libro Basta Ya Medellín, producido por la Corporación Región, Eafit y la Universidad de Antioquia, con asesoría del Centro Nacional de Memoria Histórica, de alguna manera resume el trabajo reciente con víctimas en Medellín. ¿Qué significa trabajar con víctimas, que dificultades tiene, y cómo aprovechar aquellos conocimientos para simbólicamente dotar lugares como el parque de memoria y espacios como el Museo Casa de la Memoria? ¿Qué es necesario que hagamos a partir de ahora para garantizar que este tipo de lugares y espacios realmente apunten en la dirección de las víctimas?

 

Ana María: Me asiste una preocupación precisamente con lo que estás anotando y es que realmente este tema de construcción de memoria colectiva es algo supremamente complejo y requiere muchísimos esfuerzos. Ni que decir de lo que significó realmente hacer el Basta Ya Medellín, que recoge memorias de nuestra guerra urbana, y que cubre obviamente el tema del narcotráfico en su articulación con el conflicto armado. Eso es, por lo demás, una de las particularidades de Medellín, que no es el narcotráfico puro, solo, aislado, sino que siempre el narcotráfico está en conexión con otros fenómenos como, por ejemplo, en el caso del conflicto armado. En fin, ¿a mí qué preocupación entonces me asiste? En relación con todo lo que requieren esos procesos de construcción de memoria colectiva, y como ya se aludieron las acciones de la Alcaldía en ese campo, me queda una sensación de dispersión. No siento claridad y coherencia en torno a cómo darle continuidad a este proceso de construcción de memoria que se sugiere arrancará con la implosión del Mónaco. Habrá que esperar los anuncios que se harán y en que medida es efectivamente una ventana que se abre y que hay que aprovechar y hay que tener toda la disposición para contribuir, por ejemplo, en ayudar a mejorar el diseño y los contenidos del parque de memoria que aquí se presentaron. Sin embargo, creo que eso requiere en definitiva una actitud distinta de la Alcaldía, porque esto requiere una postura realmente abierta al dialogo, a poder escuchar, a poder reconocer y aprovechar una serie de iniciativas que están en marcha en esta ciudad y que pueden enriquecer el diseño que se tenga. Incluso me atrevo a pensar que, si con antelación la Alcaldía hubiera sometido a discusión este asunto de los símbolos y cómo trabajar el asunto del edificio Mónaco, de que hubieran salido una cantidad de ideas interesantísimas para la ciudad. Esta oportunidad se perdió, y hoy tenemos unas realidades que otra vez muchas entidades y personas están dispuestas, como hemos escuchado acá, a abocar de la mejor manera posible, pero hay que ver si la Alcaldía se abre o si sigue en el mismo camino.

 

Alfonso: El Museo Casa de la Memoria es el lugar natural para muchos de estos temas, por lo menos institucionalmente y para esta ciudad, y además fue construido de manera mancomunada, entre muchas voces y organizaciones, pero no ha sido protagonista en debates sobre el Mónaco y sobre el qué hacer con Pablo que nos convoca hoy. ¿Cómo ve ese asunto, Ana, y qué papel podría o debería jugar el Museo en la construcción de los contenidos del parque?

 

Ana María: Es una excelente pregunta. ¿Cuál es el papel que va a jugar el Museo Casa de la Memoria? Porque yo considero que hay precisamente un lugar simbólico por excelencia que es el Museo Casa de la Memoria y que es ahí donde debe estar la apuesta de fortalecimiento de la memoria de todo lo que ha pasado en esta ciudad, y precisamente también del narcotráfico. Siento que realmente en esta Alcaldía no ha habido en firme una propuesta de fortalecimiento del Museo Casa de la Memoria, cuando por supuesto ese es el tipo de lugares que requerimos, porque ahí hay la posibilidad y el conocimiento, en principio, de ofrecer una mirada diversa, amplia e inclusiva, y de fomentar debate y participación de muchos sectores. Es un espacio que realmente es absolutamente indispensable para la ciudad y ha jugado un papel importante en abrir la ciudad a sus propias tragedias. Hay que consolidarlo, dotándolo, como se ha dicho muchas veces, de su segunda ala, que hace mucha falta.

 

Alfonso: Gustavo, siguiendo con este tema, ¿qué cree que tenemos que hacer para garantizar que esos contenidos y esos relatos vayan surgiendo y a partir de qué espacios, de qué instancias, y de qué actores?

 

Gustavo: A mí me asiste una preocupación y es que el memorial previsto para el lugar del Mónaco sea más un tributo y no un homenaje que se rinde a las víctimas, que es necesario. Temo que lo indispensable, es decir, que ese lugar sea un espacio de comprensión de lo sucedido, no se logrará generar con lo que está previsto en este momento.  Un museo, en ese sentido, dentro del edificio que se va a derrumbar, hubiera sido un lugar ideal. Pudieran haber confluido esas voces en particular de lo que sucedió con Escobar y el terrorismo. Lo estoy diciendo de una manera un tanto especulativa, porque todavía no sabemos en detalle cuál va a ser lo que surja finalmente, pero de todos modos está claro que los museos y los memoriales son espacios un tanto diferentes. Creo que para las víctimas, sobre todo después de tanto tiempo de lo ocurrido, estamos en un momento en que mas allá de un memorial, la comprensión también es importante, es decir, una explicación acertada de porqué nos sucedió eso. Y en particular, la comprensión de un fenómeno que señaló Ana María previamente, y que tiene que ver con esa línea tenue que hay entre víctima y victimario, que con frecuencia se puede encontrar en Medellín. Por ejemplo, el victimario clásico de los años 80 era el sicario, el sicariato, los de la moto, etc., pero también fueron víctimas. Si tomamos la hoja de la demografía de la ciudad, uno encuentra que hay un faltante de jóvenes que tenían 15 a 25 años en aquellos años. Es decir, las principales víctimas de toda esa violencia, durante esos años, fueron los jóvenes entre 15 y 25 años, que también fueron los victimarios.

 

Alfonso: Se habla de una generación perdida, ¿no?

 

Gustavo: Se habla de la generación perdida y, en ese sentido, la comprensión es sumamente importante. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué pasó? ¿Por qué unos jóvenes hicieron el sacrificio y por qué, incluso el día de hoy, no es así? Cuando uno entrevista y analiza cómo jóvenes con un pie en la criminalidad, la situación al día de hoy, uno encuentra que esa cultura de morir joven ya no es tal. Ya la mayoría de los jóvenes piensan en sí mismos, en su propia vida y futuro. Dicen cosas como “es muy probable que yo pague en algún momento cárcel, pero si hago parte de estas organizaciones criminales no necesariamente me voy a morir”. De hecho, la posibilidad de sobrevivir el día de hoy para este tipo de jóvenes es mucho mayor que de morir.

 

Alfonso:  Manuel, quiero volver sobre el Museo Casa de la Memoria y su papel en la estrategia de la Alcaldía para promover la memoria de las víctimas del narcotráfico. ¿Cómo está articulado e integrado en este proceso o que está previsto al respecto?

 

Manuel: El Museo ha tenido un papel, lo tiene y lo tendrá. Sin lugar a dudas es la institución idónea que ha de liderar estos procesos de conversación ciudadana. Créeme que como administración reconocemos que ni nos estamos inventando nada nuevo, ni tenemos la solución en nuestras manos. Más bien, lo que estamos haciendo es un aporte desde una convicción de que debe ser un proceso con múltiples acciones que, aunque a la vista aparezcan dispersas, creemos que tiene que confluir con la ayuda de todos los actores relevantes. No es solo que son bienvenidos, sino que tienen que estar. Reconocemos lo que se hizo ya, incluso en otras administraciones. Reconocemos que las polémicas están en los procesos de construcción colectiva de la memoria. En otras partes del mundo también la polémica ha sido un instrumento de la misma discusión y construcción y no nos asusta que sea incómoda. No estamos en contra de la polémica. Estamos a favor de esta conversación y yo creo que su espacio natural es el Museo Casa de la Memoria, y aquí nos acompañaba hasta hace un momentico, Adriana Valderrama, la anterior directora, y aquí está Catalina Sánchez, la nueva directora. Creo que vendrán noticias y nuevos alientos para el Museo Casa de la Memoria y la invitación es que todos respaldemos esa institución.

 

Alfonso: Ya para concluir, Martha, con respecto al Museo Casa de la Memoria, ¿cómo ve el papel que ha jugado en las últimas administraciones? El Colombiano ha seguido el Museo desde su inicio y por sus altibajos y por todo lo que implica construir una institución nueva y un conocimiento nuevo en la ciudad. ¿Qué papel le ve ahora que debe jugar?

 

Martha: Creo que las cosas no son excluyentes. Medellín es una ciudad grande, es una ciudad llena de micro mundos y yo creo que el Museo Casa de la Memoria tiene un rol que es importante, que se le debe respetar, y que se debe potencializar. Esto, sin embargo, no es excluyente de que surjan otros lugares que nos ayuden de nuevo. A mí lo que me importa es que seamos capaces de transformarnos como sociedad y cualquier lugar que esté en esa línea y sea parte de esta conversación, y de esta construcción de nuevas generaciones, y que esta uniéndose con esa causa, me parece bienvenido y que todos pueden estar juntos.

 

Alfonso: Vamos a ir para las preguntas del público, que fueron entregadas por escrito. Cerrando esta parte de la conversación, creo que hicimos un recorrido desde el edificio Mónaco, pasando por el parque que llegará en su lugar, pasando por el desafío de un nuevo relato y la centralidad de las víctimas del narcotráfico en él, terminando con los nuevos retos para el Museo Casa de la Memoria. Cuando Manuel nos llama a la reconciliación también es importante recordar que la memoria histórica es siempre polémica y que hay diferentes maneras de construirla y pensarla, y eso también es parte de la democracia.

 

Les voy a leer una selección de preguntas. Algunas están firmadas; otras, no. Algunas tienen destinatario concreto; otras, no. Una primera pregunta es:

 

¿Qué procesos concretos se llevarán a cabo en el parque? ¿Cómo se van a articular con los procesos de construcción de memoria? ¿Qué continuidad se proyecta para estos procesos justamente para que no quede en un hecho mediático?

 

Manuel: Como lo decía ahorita, el parque o el memorial tendrá que ser parte de un sistema articulado y estratégico de acciones que estén dotadas de una intencionalidad de construcción colectiva de memoria. Es un espacio del cual, por ejemplo, los actores que hagan parte de la conversación hoy, o sea todos ustedes reunidos acá, podrán apropiarse, y quisiera yo que lo hicieran. La memoria que se pretende construir no depende del Mónaco, es decir, podríamos estar hablando aquí de exactamente lo mismo sin el asunto del Mónaco. No centremos entonces este proceso en el Mónaco. El Mónaco es apenas una acción simbólica, algunos dirán mediática, que es apenas uno de los tantos pasos que tenemos que dar para garantizar que no sea un paso aislado, como decía Marta. Tendrán que ser muchas instituciones, muchas acciones, muchos lugares, muchos actores y muchas voces para llevar a este lugar no solamente una infografía, no solamente unos símbolos que representarán las miles de víctimas, no solamente unas obras de arte o unas placas, no solamente ir a conmemorar en un día X con un gesto, un ritual o un acto solemne, sino que tendrá que estar en el marco de una ciudad que acepta volcarse sobre su historia y entender que hay una necesidad narrativa y una necesidad de construcción de memoria sobre el narcotráfico y sus víctimas. .

 

Alejandro: Creo que hay una tarea necesaria pendiente y es estudiar un tema en relación con el sitio y con el proyecto que se va a hacer y creo que es una tarea que queda. Este es un lugar, como lo mencionábamos ahorita, con poca actividad humana alrededor, con poca accesibilidad. Los espacios públicos no son espacios públicos en sí mismos, sino son lugares de encuentro de lo que sucede en el contexto y de lo que lo rodea. O sea, tienen sentido no en sí mismo ningún espacio público tiene per se un sentido, sino por una dinámica y una actividad en el entorno que es la que genera ese espacio público. Entonces yo no conozco en todo detalle el proyecto, pero esa condición de contexto, de actividad ahí es más difícil de trabajar. Hay que tenerla en cuenta y hasta ahora no he visto que se la tenga en cuenta. Hay entonces una necesidad de pensar creativamente a partir del diseño que se tiene –ya es una realidad– y ver realmente cómo se activa eso, qué contenidos se pueden generar con acciones adicionales, con eventos, y otras medidas. Para cerrar y concluir, a mí me parece muy difícil que ese lugar vaya a producir eso. Entonces la pregunta es, con todo lo que Manuel nos ha contado, con todo lo que sucede en la Casa de la Memoria, con lo que sucede en conversaciones como esta, ¿cómo ese lugar hace parte vivo de narrar nuestra historia? ¿Cómo evitar que sea simplemente un mausoleo o un monumento en este sentido? Eso es un reto que yo creo que es muy importante abordar como tarea pendiente.

 

Alfonso: Quería hacer la referencia a un referente urbano nuestro que puede ser una guía también respecto a lo que nos acaba de explicar Alejandro. Es el monumento que hay a los niños asesinados en el barrio Villatina, que está no en el barrio mismo, sino en el Parque del Periodista. Fue una decisión de la comunidad tenerlo ahí y no en Villatina con una justificación muy poderosa. Ana María me corregirá, pero entiendo que es el primer proceso de reparación colectiva del Estado que sucedió en Colombia con esa masacre cometida por la Fuerza Pública y la comunidad decidió repararse de esa manera y pidió que la estatua estuviera en el centro de la ciudad, porque a Villatina nadie iba a ir a ver un monumento. Entonces quizás esa experiencia pueda indicar un camino.

 

Viena la próxima pregunta del público, dirigida a Gustavo: Señor Duncan, ¿cómo desarrollar una narrativa del narcotráfico en el ámbito del turismo para este público que llega motivado por un personaje mediático y no por interés histórico y cultural?

 

Gustavo: Yo he sido pésimo negociante, así que muy mala idea si les digo algo. (RISAS). Quizá y esto lo digo desde el punto de vista de alguien que terminó quedándose en Medellín en gran parte por el encantamiento, desde el punto de vista académico, de la guerra que hizo Escobar. Es decir, fue fascinante ver como alguien pudo hacer la guerra desde la segunda ciudad del país contra un Estado, sobrevivir, agregar un punto crucial en una constitución y luego llegó obviamente un punto en que era insostenible que otro criminal lo tuviera en cuenta. Lo que aconsejaría es llevara a cabo una comprensión de las preguntas que hice previamente, es decir, ¿por qué Pablo Escobar es tan famoso, cómo pudo hacer una guerra y cómo la pudo sostener? Al mismo tiempo, agregaría ese elemento de victimización, porque lo importante de la guerra de Escobar y lo que Escobar tenía muy en cuenta era la manera de doblegar a la sociedad, la manera precisamente de causar tanta victimización, que obligara al Estado a negociar. Incluso Escobar lo dijo en sus pocas declaraciones públicas y hay una interceptación donde él dice algo así como “hay que armar un mierdero muy, muy, hijueputa y al final después de ese mierdero es que se sienta a negociar porque así acá se entiende la oligarquía en Colombia”. Pero paradójicamente, luego en trabajo de campo y en entrevistas me he podido enterar de que Pablo Escobar pensó que cometió un gran error con el terrorismo, que la debió dedicarse exclusivamente a secuestrar gente de la élite, familiares de la élite. Hay toda una serie de elementos que creo que podrían abrir una ventana de oportunidad para que la comprensión desde afuera sobre el fenómeno de Escobar sea mucho más completa.  Ahora bien, esa mercadería de una especie de Robín Hood también es inevitable, de hecho, ya está pasando con el Chapo Guzmán. No sé si han visto, pero en Culiacán están vendiendo pequeñas imágenes del Chapo Guzmán. Pero repito, soy pésimo con los negocios, así que tengan mucho cuidado con los consejos.

 

Ana María: Un pequeño complemento a lo que anotaba Gustavo. En esas alternativas turísticas ha habido intentos en la ciudad por construir otro tipo de recorrido diferente en los famosos narcotour. Allí es muy importante no solo mirar espacios que fueron símbolo de Escobar, sino otra cosa, además muy impresionante en esta ciudad, y que tuvo también escenarios concretos, y que fueron las formas de respuesta de la ciudadanía, de la gente, ante la situación. Lo que fue por ejemplo un festival de poesía de Medellín, lo que fueron actividades que se llevaron a cabo en los barrios, los grupos artísticos, culturales y demás. Eso es realmente fascinante, y si se quiere, mucho más fascinante que ir a ver edificios de uno o otro capo, y eso queda en general totalmente invisibilizado en una propuesta como la de los narcotour. Son los elementos con los que hay que contrastar precisamente este poder que tiene esa fascinación que ejercen los tipos de narrativas y de lugares del capo.

 

Alejandro: Esa idea es muy bonita para contraponer un contenido de esa dimensión. Yo también creo, en alguna forma similar, que se lea y que se pueda tener esa experiencia sería muy bonito.

 

Alfonso: Uno se pregunta también qué tanto conoce el sector turístico su propia ciudad y sus propios procesos para poder enriquecer propuestas alternativas. Pasando al campo simbólico, la próxima pregunta no está dirigida a ninguno de ustedes en particular, pero el que quiera contestarla, adelante:

 

¿Cómo construimos los símbolos narrativos e imaginarios que transversalizan a Medellín y continúan victimizándola como si el tiempo de Pablo Escobar no hubiera pasado?

 

Alejandro: Eso ya está pasando desde hace tiempo. De hecho, está pasando tanto que me parece que se ha convertido también en ficción, la imagen cambiada, a nivel nacional, internacional, latinoamericano. En alguna conversación que tuve con Manuel y unas personas de la Alcaldía, les decía que yo creo que no hay una ciudad en el mundo que en los últimos 10 años haya tenido una mejor publicidad que Medellín, y lo podemos cuantificar. Parte de mi trabajo es ese y yo no sé si soy afortunado, desafortunado, pero a mí me toca dar muchas vueltas por el mundo, porque me invitan de muchas partes. La semana pasada estuve en Londres en tres instituciones, porque quieren hablar del proceso de transformación de Medellín en relación con temas estructurales que compartimos con muchas otras ciudades y sociedades, y realmente sobredimensionan el suceso de Medellín. El hecho de que Medellín haya sido sede del Foro Urbano Mundial, el hecho de que haya ganado una cantidad de premios, el hecho de que sea parte del E40 en relación con las redes de sostenibilidad; mucho de eso tiene que ver con el suceso que ha tenido esta ciudad en relación con cómo se ha comunicado con lo que se ha hecho. Entonces a mí me parece que más promoción de la buena imagen de la ciudad ya no es necesario.  El tema es que cuando uno ya se mete en la vida real de la ciudad uno siente que muchos problemas siguen vivos; o sea, hay muchos desafíos que siguen vivos y que requieren otra lectura. A mí me parece que no hay necesidad de construir otra imagen, ni que se puede hacer más al respecto.

 

Gustavo: Si no fuera así no había tantos visitantes extranjeros, o sea, estarían muy locos para venir, sería turismo extremo.

 

Ana María: Yo creo que ahí es donde radica el inmenso poder de los poderes de construcción de memoria. Que efectivamente se pueda materializar ese reto de construir un relato, de disponer la ciudad de un relato en donde precisamente se puedan reconocer las múltiples memorias, pero al mismo tiempo todo un eje interpretativo. Eso sería de una importancia inmensa y además sería algo sin precedentes de que Medellín pudiera contar con eso.

 

Alfonso: Varias preguntas del público vuelven sobre la pregunta que nos convocó, ¿cómo narrar la historia del narcotráfico en Medellín? Y quisiera que cada uno de ustedes hiciera un esfuerzo de conclusión y de cerrar diciéndonos, desde su punto de vista, desde su oficio, su experticia, ¿cómo narrar la historia del narcotráfico en Medellín?

 

Martha: Yo insisto en lo que decía ahora, desde el periodismo haciendo periodismo y haciendo periodismo con franqueza. Muchas veces la gente es muy susceptible a cosas que contamos, porque no son buenas noticias, pero yo creo que no llamar las cosas como se llaman es la entrada a no tener soluciones sociales. Entonces, desde el punto de vista nuestro, pienso que es haciendo periodismo, narrando la ciudad, fomentando el entendimiento, la ciudad, el conocimiento, la formación de ideas, el debate para que cada persona tenga criterio y elija libremente. Ahí es donde pienso que el periodismo no se debe meter, pero si dar los elementos para que la sociedad hable de las cosas que son bondadosas y de las cosas no tan bondadosas. Coincido con Alejandro de que hay un exceso de optimismo a veces y ahí rescato las palabras de Manuel de hablarnos con la verdad. Yo creo que Medellín tiene dos ciudades y eso hace que Medellín sea una ciudad muy frágil, supremamente frágil.

 

Manuel: El anhelo que tenemos nosotros es que nos narremos desde los diferentes espacios, espectros, perspectivas de una manera articulada. Articulada no es la visión, sino la conversación, pero garantizando que esta narración nos llegue a absolutamente a todos como sociedad. Tiene que ser una conversación y una narración técnica, rigurosa, estructural, pero con la capacidad de incidir en todas nuestras generaciones, en todos nuestros jóvenes y en todos nuestros estratos. Esa es la preocupación que nosotros tenemos desde la administración.  Esta ciudad se ha sabido narrar. Quizás haya vacíos, quizás haya discrepancias, pero lo que nos ha faltado es algo más de articulación, de sistematización, de potencia para llegarles con este mensaje a absolutamente todos los rincones de la ciudad. Eso es el dolor de cabeza de nosotros, una conversación que como ustedes lo resaltaban, tiene que ser tan cruda como sea necesaria, tan difícil y tan incómoda como sea necesaria y que toque todos los aspectos: los chéveres, los narrativos, de los alias, las situaciones novelescas, pero también esas situaciones en las que dimos el brazo a torcer como sociedad y como individuos y contribuimos a esa realidad del narcotráfico.

 

Gustavo: Breve, muy breve. Compren mi libro Más que plata o plomo y si les alcanza la plata también el de Gerard Martin, que también es bueno (RISAS).

 

Ana María: Es realmente una pregunta difícil, pero bueno, yo creo que sería un paso fundamental para la ciudad el que precisamente tuviéramos una forma mucho más profunda y compleja de entender por qué nos pasó lo que nos pasó. Que haya una forma de entender, de comprender y de transformarlo. Creo que esas tres cosas son vitales de combinarse, y que se han venido construyendo de muy diversas maneras en esta ciudad. Es por eso precisamente tan importante el poder hacer unos ejercicios que permitan reconocer –y no partir de cero–, sino efectivamente valorar todo aquello de lo que disponemos ya, pero potenciarlo.

 

Alejandro: Estoy pensando en los jóvenes, no en el pasado, ni en lo que pasó. Creo que hay que pensar en eso, porque la historia del narcotráfico no es historia y no va ser historia, desafortunadamente, hasta que no cambien. Es presente y ese presente se manifiesta generacionalmente de forma muy distinta, territorialmente de forma muy distinta. Además, muta, cambia y generalmente el grupo humano que más sufre estructuralmente en eso son los adolescentes y los jóvenes.  Me han impacto mucho los testimonios de vida que están, en tiempo real, hoy sucediendo en a ciudad. No tengo ninguna respuesta, pero Ana hablaba de esas historias y bellezas de iniciativas barriales que existen. Creo que hay que hacer visible, conectar, acercarse, apoyar muchas de esas iniciativas bellas que existen, y que han sucedido y que están sucediendo como reacción al narcotráfico. Hay historias muy bonitas, eventos muy bonitos, iniciativas muy bonitas. También estoy pensando en estos aparaticos (muestra su celular) de cómo se puede conectar realmente una serie de relatos vivos y de construcción de un imaginario posible, más de oportunidades que de tragedias. ¿Qué se inventa uno para que haya un diálogo de acciones positivas en esos territorios que hoy son en este sentido complejos? Pueden ser que estas plataformas abran posibilidades increíbles y la pienso porque tiene que ser un diálogo donde la voz principal sean los actores que están viviendo eso, o sea que los jóvenes…

 

Alfonso: Que ellos construyan parte de la historia, ¿no?

 

Alejandro: Que ellos construyan parte de la historia.

 

Alfonso: Para cerrar llamaría la atención sobre cuatro puntos que creo quedan del debate. Uno, la necesidad de estos encuentros y de estos diálogos y de los consensos a los que llegamos mirando hacia el futuro. Dos, que hay riesgos desde distintos puntos de vista, con los que seguimos viviendo, como decía Marta, con esa particular fragilidad nuestra. Tres, vimos oportunidades de cómo llegar a profundizar y ampliar un proceso de memoria histórica de las víctimas, en el cual es innegable que la ciudad ya ha avanzado algo y por caminos muchas veces fructíferos. Por último, la relevancia de pensar la memoria como esa posibilidad de saber lo que somos y de imaginar lo que podemos ser.

 

Muchas gracias a todos por estar acá y esperamos que no sea la última vez. Gracias a ustedes.

(APLAUSOS)

Conversatorio: ¿Qué hacemos con Pablo?

Lunes de Ciudad, Plazuela San Ignacio, 18 de febrero de 2019

 

Moderador: Alfonso Buitrago Londoño

Participantes: Lina Botero, Marta Villa, Carlos Mario Gallego y Gílmer Mesa

 

Buenas noches para todos. Muchísimas gracias por asistir a este Lunes de Ciudad Medellín. Entendemos las penurias que nos está haciendo pasar la lluvia, pero les agradecemos de antemano su presencia y su paciencia. El día de hoy vamos a tener un tema de conversación sobre ¿Qué hacemos con Pablo? Y para eso tenemos como invitados a Marta Villa, directora de la Corporación Región; a Carlos Mario Gallego, humorista; a Lina Botero, secretaria de Cultura de Medellín; y a Gílmer Mesa, escritor y profesor universitario. Como moderador nos estará acompañando Alfonso Buitrago, periodista y profesor de la Universidad Eafit. Muchísimas gracias nuevamente y comencemos entonces este Lunes de Cuidad Medellín.

 

Alfonso Buitrago: Muy bien, buenas noches. Muchas gracias por estar acá. Muchas gracias a los invitados, a Carlos Mario, a Marta, a Gílmer, a Lina por venir. Hacía días no llovía de esta manera y precisamente hoy nos toca encerrarnos y perdernos del espacio público y de la plazuela San Ignacio, y sobre todo de los asiduos de la plazuela cuando empiezan a intervenir y a opinar, pero confiamos en que el debate acá también será nutrido. Nos convoca hoy y esta semana la demolición del edificio Mónaco. Este conversatorio es un esfuerzo que estamos haciendo entre varias entidades –la Universidad Eafit, Lunes de Ciudad, la Corporación Región y otros amigos– para tratar de dejar memoria de cómo la ciudad está pensando este asunto. Estamos grabando para más tarde publicar una transcripción de este conversatorio y debate, y hay transmisión en directo también para que por favor les digan a sus amigos que estamos por Facebook y para que también lo retwiteen y lo reproduzcan con la etiqueta #QueHacemosConPablo. Nuestro propósito con el proyecto ¿Qué hacemos con Pablo? es que podamos, por lo menos, dejar registro de las ideas y de los debates que se suscitan alrededor de la implosión del edificio Mónaco y discutir sobre cómo hablar de la memoria del narcotráfico en esta ciudad, de sus víctimas, de sus protagonistas, de qué nos hemos olvidado de contar, en qué nos hemos equivocado y qué podemos mejorar, y bajo qué miradas dar forma a nuestras memorias. Todos los invitados están aquí porque de alguna manera han hecho algo profesional en relación con la figura de Escobar o el narcotráfico en general. Esa es una de las premisas.

Carlos Mario Gallego, con su humor, nos ha ido contando la historia de esta ciudad. Carlos tiene mucho que ver con un libro que a mí me parece uno de los libros más raros y también más necesarios dentro de toda la literatura del narcotráfico, ya que fue promotor del libro de Eliseo Bernal, ahora con el título de El ala chichipata del Cartel de Medellín.

Marta Villa, en cabeza la Corporación Región, ha sido gran protagonista de todo el proceso que ha tenido que ver con lo que se ha llamado la resurrección de Medellín; es decir, con las resistencias civiles y con cómo enfrentar esa violencia desde las comunidades y, en general, en todo el trabajo que ha realizado Región desde los tiempos de la Consejería Presidencial hasta el trabajo más reciente sobre las víctimas en la ciudad, libro conocido como el Basta Ya Medellín.

Gílmer Mesa se nos dio a conocer con un libro maravilloso, La cuadra, que es la historia de los Riscos, que parecen no ser otros que los Priscos, de Aranjuez, donde él mismo se creció. También lo tenemos acá por su contacto con los barrios populares y con cómo la violencia del narcotráfico se manifestó y se hizo memoria en esos lugares.

Y Lina Botero, secretaria de Cultura de Medellín, que también ha jugado otros papeles importantes en esta ciudad y que hoy está directamente involucrada, como secretaria, con temas como el Museo Casa de la Memoria y los procesos culturales de construcción de memoria en la ciudad.

La primera pregunta que les quiero hacer a todos, dada la inminencia de la demolición del Mónaco en un par de días, es: ¿Qué hacemos con Pablo? Empecemos por Carlos Mario Gallego.

 

Carlos Mario Gallego: Buenas noches. ¿Qué haría yo con Pablo? Yo soy el cronista de un libro que se titula El ala chichipata del Cartel de Medellín, porque cuenta la historia de dos periodistas, Eliseo Bernal y yo, que trabajamos en un periódico que se llamaba Medellín Cívico y era de don Hernando Gaviria, tío de Pablo Escobar. Un periódico que llevaba ya muchos años y en cuya fundación Escobar nada tuvo que ver. Bueno, entonces empezamos a trabajar ahí y por eso el libro se titula el ala chichipata, porque el señor Hernando Gaviria no parecía mafioso. Era amarradizo y ahí estaba yo, buscando las historias de la mafia que tuvieran humor. De eso es lo que me interesaría hablar con Pablo. ¿Qué haría yo con Pablo? Vení, vení, contame esas historias que guardan humor. La mayoría de los antioqueños afortunadamente no estábamos de acuerdo con esa práctica y, digamos, rechazábamos moral y socialmente a los mafiosos. Esas historias eran las que a mí me interesaban. Por eso, cuando yo traté de ingresar al Cartel de Medellín, me metí por el lado del ala chichipata y no logramos nada, como se puede ver en el libro.

 

Marta Villa: Hay que hacer dos cosas: una es reconocer que Pablo Escobar hace parte de una historia colectiva, o sea, no es un extraterrestre que llegó aquí a dañarnos, sino que es producido por esta sociedad. Entonces, lo primero es reconocerlo y, lo segundo, es incorporarlo a esta historia colectiva que tenemos.  Incorporarlo significa hacerla reflexiva, o sea, yo creo que para comprender y transformar el peso de Pablo Escobar, no lo podemos negar. Hay que reconocerlo, hay que contarlo y hay que narrarlo como parte de la historia colectiva y de la historia de Medellín.

 

Gílmer Mesa: Buenas noches y gracias por venir. Yo también creo que lo principal que tenemos que hacer es reconocer, para bien o para mal, que Pablo Escobar existió, hizo las cosas que hizo y que se ha transformado casi en un personaje patrimonial.  Eso no quiere decir que sea bueno, pero sí que vamos a tener que pasar siempre por él si queremos contar la historia de esta ciudad. Ahora, tenemos que ver cómo estamos contando esa historia y yo creo que es el momento oportuno de cogerlo y hacerlo personaje realmente, y deconstruirlo también. Se han empezado a hacer cosas. David Gil tiene una novela hermosa, Colección de tragedias y una mujer, y lo pone en una situación muy distinta. Entonces, para resumir, creo que es hora de cogerlo como personaje y empezar a jugar con él y a deconstruirlo a ver si nos quitamos ese lastre que tenemos encima de esta sociedad, que me parece la parte más jodida.

 

Lina Botero: Muy buenas noches también para todos. Medellín desde hace muchos años viene haciendo muchas cosas con el tema de Pablo Escobar. Creo que los invitados aquí son muestra de eso. Medellín es hoy una ciudad de Pablo Escobar y a pesar de él. La Secretaría de Cultura también es muestra de eso, porque los grandes hitos culturales que ha tenido la ciudad han sido una respuesta en gran medida a esa problemática de violencia que hemos vivido. Complementando los comentarios de las personas que me antecedieron, diría también que es importante una reflexión de la historia antes, durante y después de Pablo Escobar. Nos hemos enfocado casi que únicamente en el periodo de Pablo, específicamente en los 80 y los 90. Concuerdo con Marta con que ya Medellín es un escenario propicio para analizar por qué un personaje como Pablo Escobar logró tanto peso y tanto impacto.

 

Alfonso: Hay un consenso en que tenemos que seguir hablado de él. Hay un tema que me gustaría que tocáramos y es que muchas veces cuando uno propone hablar de Pablo Escobar y del narcotráfico dicen que estamos cansados del narcotráfico, y que no queremos ni necesitamos saber nada más de esta historia. ¿Qué piensan ustedes de ese rechazo o esa apatía que uno se encuentra en muchas partes de la sociedad? ¿Se justifica no querer hablar en algún momento y hacer el tema a un lado?

 

Marta: El silencio siempre será un derecho de las personas y de la sociedad. A nadie se puede obligar ni a recordar ni a hablar, pero creo que hay sectores de la sociedad, sectores culturales, sectores académicos, sectores gubernamentales que nos corresponde crear los espacios y las estrategias para poder hablar de las cosas, y como acabamos de decir todos, es un personaje del que necesitamos hablar. A la vez, como sociedad, nos ha pasado una suerte de estrago por la comercialización de la figura, por la cantidad de series, pero a mí me parece que es una tontería pelear con las series y con las camisetas y con las cosas que lo han hecho ídolo. No se pelea negándolas ni diciendo que hay que recoger los álbumes que hicieron sobre Pablo Escobar y sobre el Cartel o que hay que prohibir que hagan los tours de Pablo Escobar en la ciudad, o que vendan las camisetas con su retrato. A mí me parece que eso magnifica la figura y evita pensarla como producto de un asunto colectivo. El silencio es posible y puede haber sectores de la sociedad que no quieran hablar, pero también creo que hay hipocresía en el silencio de determinados sectores, porque Pablo Escobar nos interpela como sociedad, nos interpela a cada uno de nosotros sobre cuáles son nuestros valores, cuál fue la economía que generó Pablo Escobar en esta ciudad, cuál fue la relación con los círculos de poder, cuál fue la relación con la iglesia y cuál con los partidos políticos. Es también en este sentido que esos silencios no nos los podemos permitir colectivamente.

 

Alfonso: Gílmer, sobre el mismo tema de los silencios que nos rodean, ¿cómo lo has vivido por ejemplo como profesor universitario? A mí me pasa, también soy profesor y le doy clases a jóvenes de 18, 19, 20 años y cuando les propongo una discusión sobre Escobar o el narcotráfico, veo que se fruncen, es como que te dicen: “Otra vez vamos por aquí”.

 

Gílmer: Mire, yo creo que en el fondo uno también tiene su cierta hipocresía con respecto al tema. Hay una vaina muy tesa, que a mí también me parece muy bajo, y es que la gente se indigne por las narco series, cuando es un producto más y cada quien lo hace. Yo creo que hay que seguir hablando de Escobar, aun cuando obviamente cada cual tiene derecho a olvidar lo que le dé la gana. Acabé de leer un libro que se llama El elogio del olvido y tiene cosas muy interesantes y válidas, pero yo creo que como sociedad nosotros tenemos que revisar constantemente nuestro pasado. Me parece que tenemos que seguir hablando y la gente se está sintiendo es por la manera como están hablando de Pablo y entiendo, en muchos casos por lo apologético que hay en el discurso. Me parece que también, y eso nos pasa mucho como universidad, cada uno elige la forma, es un producto, está bien que lo hagan y los que hacen camisetas pongan eso, eso es lo que se vende y si hay reguetón, que el reguetón se una también (RISAS), si el reguetón no tiene la culpa, lo que quiero decir. Entonces, yo creo que nunca nos hemos puesto en la tarea de mirar por qué hay un discurso apologético alrededor de ese personaje. La gente se indigna con el narcotour, cuando al mismo tiempo aquí todo el mundo brega a sacar tajada de lo que sea. Si vamos a dejar que los narcotours los haga la gente que de verdad admiraba a Escobar, porque de verdad hubo gente que lo admiraba, es uno pensar por qué está ese discurso apologético en el aire.

 

Alfonso: Lina, desde el trabajo de la Secretaría, supongo también que en el contacto con las comunidades han sentido este rechazo, ¿o cómo lo ha visto usted?

 

Lina: A propósito del Mónaco, descubrí hace poquito que el edificio se terminó de construir en el 86, cuando la familia se muda al edificio y en el 88 el Cartel de Cali pone la bomba. Realmente, los Escobar vivieron a penas dos años en este edificio, y creo que fue la ficción la que creó toda esa historia alrededor de este edificio, cuando desde 1988 estuvo muchos años abandonado. Creo también que el tema de Pablo Escobar nos puso en una conversación mundial. ¿Qué hubiera sido de la historia de Medellín si eso no hubiera sucedido? Por otro lado, se olvida que por ejemplo Medellín fue la primera ciudad del país, en 1990, en tener un plan de desarrollo cultural, precisamente cuando hubo un pico de violencia y cuando ni siquiera había una Secretaría de Cultura en Medellín. En esta ciudad, en cada uno de los picos de violencia, ha habido una respuesta cultural ante la violencia. Además, Antioquia hizo unos lineamientos para un plan de desarrollo cultural en el 84, y también fue el primer departamento en hacerlo. Esto quiere decir que siempre hubo una respuesta desde la cultura y en esto tuvo mucho que ver la sociedad civil y las organizaciones sociales. De ahí que Medellín sigue teniendo hoy uno de los proyectos culturales más robustos del país. A propósito del edificio Mónaco, ustedes saben que la cultura se construye a través de grandes símbolos y el edificio Mónaco es un símbolo muy potente para nosotros para generar estas conversaciones en la ciudad. Estoy de acuerdo con que es absurdo pensar que vamos a tapar la historia o que no vamos a hablar más de Pablo Escobar. Eso no tiene sentido y menos hacerlo tumbando un edificio. Creo que es un momento de inflexión para Medellín, y por esto también el parque memorial se llamará Parque de Inflexión.

 

Alfonso: Entonces, pese al cansancio tenemos que seguir por este camino. ¿No sé si Carlos Mario ha sentido ese cansancio, esa resistencia a tocar ese tema en su columna de opinión, sus caricaturas, o sus presentaciones también?

 

Carlos Mario: Pues, yo evito hacerlo en lo posible sin embargo es un tema que se mete. Siento que se debe hablar de él, porque lo prohibido atrae más. A Pablo lo dañó la prohibición. Si hubiera sido legal, Pablo no hubiera sido el criminal, sino que hubiera sido el CEO de una gran empresa de narcóticos, me parece. Y veo que, por ejemplo, por qué los antiqueños permitimos ese auge, porque todos queríamos ser mafiosos, yo quería ser mafioso, porque es un negocio. Alguien hace algo con una sustancia que a otras personas les gusta y son felices consumiéndola y, bueno, yo se la vendo. Es la prohibición la que hace inmoral, cuando empiezan a matar la gente ya no queremos ser mafiosos y lo vemos con reserva.

 

Alfonso: A nosotros nos han dicho también que estamos organizando estos debates sobre “¿Qué hacemos con Pablo?” de forma tardía, pero consideramos que es mejor que haya debate público a que no hubiera habido ningún debate, como hasta el momento ha sido el caso. De manera que yo quisiera saber de cada uno de ustedes, aunque sea inevitable la demolición, si están de acuerdo o no están de acuerdo con la demolición y por qué.

 

Marta: Primero tengo que decir que lamento mucho que esta conversación la estemos teniendo apenas ocho días antes de la demolición del Mónaco, porque creo que es un proyecto de gran significado para la ciudad y no puede ser que sea un proyecto sin discusión ciudadana, sin conversación colectiva, sin conversar. De manera que sí creo que la Alcaldía falló en concebir este proyecto desde una noción de lo público para garantizar que ese proyecto nos represente a las diferentes miradas que hay en la ciudadanía. Me parece incluso que es muy peligroso que sea un proyecto de un alcalde, ni siquiera de la administración, y menos aun de la ciudad. Podemos coincidir en algunos argumentos con el alcalde, y tenemos que conversar, pero esto no quiere decir que la demolición no tendría que haber sido parte de un proyecto colectivo y que la manera como el alcalde lo hizo no da pie para que sea un proyecto colectivo. Eso es lo primero que tengo que decir. Lo segundo, y ya lo hemos dicho públicamente, es que no creo que la demolición es la mejor forma de construir memoria. Precisamente por su carga simbólica, por eso que narra Lina sobre qué pasó con ese edificio, pudiéramos y tendríamos también contar que en ese mismo 1988 fueron asesinados líderes de la ciudad, no solamente por el narcotráfico, sino por grupos de seguridad privada que estaban aliados con el narcotráfico. Contando todo, en su integralidad, empezaríamos a desmitificar el peso del narcotráfico en la historia de la ciudad, ya que no todo fue por narcotráfico tampoco. En esta historia, en este país, en esta ciudad, hay violencias, muchas, no solo del narcotráfico. Parte de lo que permite contar esas complejidades son estos símbolos, como lo decía ahorita Gílmer. En los países donde ha habido campos de concentración, no acabaron con todos los campos de concentración para hablar de lo que fue el holocausto. Hoy, en lo que queda de esos campos de concentración, están hablando sobre el holocausto y esos vestigios son símbolos que permiten hablar. La demolición del Mónaco no es la mejor manera de construir memoria. Hay otras fórmulas mejores y que hubiera sido interesante debatirlo de manera más colectiva y pública para definir de manera democrática qué era lo que queríamos como ciudad con ese lugar.

 

Alfonso: Carlos Mario, su opinión sobre la demolición.

 

Carlos Mario: Creo que tiene razón Marta. Me parece válido que se le hubiera preguntado a la gente. Yo no hubiera tumbado el edificio, sino que hubiera hecho un centro cultural donde tuviera una pequeña sala para yo presentarme (RISAS) y que se contara la historia del narcotráfico. Como una especie de guías turísticos. Hubiera dejado el edificio y hecho un museo de lo horrible que fue esa época y sería turístico y todo. O aprovecharía para poner a reflexionar y para que la gente vea cómo fue eso de horrible. Ahora bien, como se va derrumbar, un parque en esta ciudad que no tiene parques me parece bien; mejor que otro edificio nuevo.

 

Gílmer: A mí realmente me parece más que nada un poco de pirotecnia verbal y mucha demagogia de una administración que es realmente narcisista en no poner en consideración, en una mesa pública, qué quiere la sociedad hacer con ese lugar. Y, además, me perece un gasto inoficioso porque lo que quieren es quitar el síntoma, pero no cambiar las cosas de fondo. Ahí yo difiero de este discurso del símbolo que promueve la Alcaldía. Creo que el gran problema que tiene esta sociedad es no saber diferenciar entre síntoma y símbolo. El síntoma eso sí sé que es todo aquello que se niega a ser símbolo y el narcotráfico y todas sus secuelas van a ser siempre sintomáticas. Si lo que querían era borrar de un plomazo o de una implosión ese armatoste, yo estoy seguro de que los narcotours se van a seguir haciendo y van a llegar y van a pasar por ahí y van a decir: “Ahí donde está ese parque, ahí quedaba el Mónaco”, y eso lo van a seguir haciendo siempre. Es decir, eso va a ser inoficioso, no va a servir para nada. Los narcotours se van a seguir haciendo. Hay que preguntarse por qué hay un discurso que se nutre de eso, pero tumbarlo, no, no estoy de acuerdo; más bien se podría hacer una suerte de pensión cultural. O que no le presten atención, simplemente. Pero bueno, yo no decido.

 

Alfonso: Lina, obviamente la decisión está tomada, pero también es una oportunidad de debatir y de dar la visión de por qué para ustedes es necesario derrumbar ese edificio.

 

Lina: Primero es importante aclarar que el edificio Mónaco era propiedad del Ministerio de Defensa, y en concreto de la Policía Nacional, y que no era propiedad nuestra, como ciudad. La primera decisión frente a la demolición fue técnica. El edificio, como les conté ahorita, es un edificio que hace aproximadamente 30 años está vacío y recibió ocho atentados de explosivos y nunca se le hizo un mantenimiento.  Una vez que la Dirección de Estupefacientes tomó la propiedad del edificio, entró en una cantidad de dueños, como Policía, Sijín, Dipol y, finalmente, quedó en manos del Ministerio de Defensa, pero nunca recibió absolutamente ningún mantenimiento estructural.

La Alcaldía pasada hizo una revisión de la estructura del edificio y se encontró con que, por supuesto, el edificio estaba en muy malas condiciones y que repotenciarlo tendría un costo aproximado o superior a los 30 mil millones de pesos. El plan de derrumbar se socializó primero con la comunidad aledaña al edificio que fue la que sufrió con él toda esa problemática y todas esas dificultades. Luego se socializó con las víctimas y, después, se abrió un concurso de ciudad para que la gente pudiera opinar lo que la gente quería que se hiciera en ese espacio. El memorial que se pretende construir tiene un costo aproximado de seis mil millones de pesos, mucho menos que los 30 mil millones. Ahora bien, en el mundo siempre los memoriales han generado mucha discusión y mucha polémica, y eso está muy bien. El hecho de que estemos sentados aquí hoy debatiendo también está muy bien, y siempre sabíamos que no todo el mundo iba a estar de acuerdo, pero frente al costo de repotenciar el edificio y que además no podíamos cambiarle el uso al lugar, se tomó la decisión.

A mí me invitaron a uno de esos ejercicios que se hicieron con algunos artistas de la ciudad en el edificio. Yo no lo conocía y nunca había entrado en él. La verdad es que se trata de un edificio que no es fácil de contener. Además, creo que es un tema muy diferente a un campo de concentración. Yo conocí el campo de concentración de Auschwitz y Birkenau en la región de Cracovia y es muy distinto lo que sucedió ahí, cosas terribles. Aquí, si convertimos el Mónaco en un museo habría que revisar todos los lugares donde habitó Pablo Escobar para ver cuál sería el mejor para un museo. Aquí, en el Mónaco, lo único que hay realmente para mostrar es una caja fuerte en el cuarto de Pablo Escobar, en el último piso. Era un personaje que se acostaba a dormir y se levantaba con su caja fuerte, mientras su familia estaba en los pisos de abajo. La caja fuerte va ser una de las cosas que se va a llevar al Museo Casa de la Memoria para que la gente la conozca, pero del resto, sería como hacer el tour de un edifico en el que realmente no pasó nada más, hasta lo que sabemos con acierto. Es decir, seguramente allí pasaron cosas terribles, pero que no conocemos en detalle. Habrá otras que algunos familiares podrán contar, pero frente a todo ese ejercicio, lo más importante ha sido escuchar a los vecinos y a otras víctimas. Lo que quiere la administración municipal es que todo el mundo conoce los victimarios, todo el mundo sabe quién fue Escobar, quién fue Popeye, y conocemos a muchos de los sicarios que lo acompañaron, pero de las víctimas sabemos poco. ¿Cuántas víctimas conocemos? ¿Cuántas personas saben quién era Valdemar Franklin, quién fue Héctor Abad Gómez, quiénes fueron las víctimas directas de esa situación? Es la conversación con las víctimas que la administración quiere poner en el centro, y esto inicia con el derribamiento del Mónaco. Es un ejercicio que desde la administración tomó mucho esfuerzo para intentar que el Ministerio de Defensa lo cediera, o sea la compra del predio para poder hacer esta demolición. Estoy de acuerdo también con que tiene que ser una conversación de toda la ciudad, y queremos empezar a hablar sobre esas víctimas y eso es lo que va a pasar con el memorial. Allá van a estar los nombres de esas víctimas que cayeron en esa época: jueces, periodistas, organizaciones sociales, artistas, que hoy la gran mayoría desconocemos.

 

Gílmer: Yo sí quisiera hacer énfasis en una cosa y es haber escogido justamente el Mónaco. Medellín es una ironía siempre y una paradoja también. Es el único sitio en el mundo donde Pablo Escobar fue víctima, pues, “víctima” entre comillas, porque le pusieron la bomba, y es justo allá donde le van a hacer una memoria a las víctimas. Eso me pareció un poco paradójico, ¿no?

 

Alfonso: Paradojas no faltan, efectivamente. Pero ahora que ya la demolición es un hecho, ¿cómo contar entonces el narcotráfico? Pareciera que hay una propuesta oficial de un giro narrativo de los victimarios hacia las víctimas y creo que ahí tenemos mucho que decir. Quisiera preguntarle a Marta, por todo su trabajo y experiencia reciente con el informe del Basta ya, ¿qué significa que las víctimas hablen y en particular las víctimas del narcotráfico? Y yo también siempre me hago una autorreflexión y es en qué momento nos equivocamos, los narradores de esta ciudad, y me incluyo a mí mismo. Los primeros relatos que tuvieron gran impacto sobre el narcotráfico eran precisamente sobre las víctimas. Pienso en No nacimos pa´ semilla, de Alonso Salazar como un punto de inflexión; o pienso en El peladito que no duró nada, de Víctor Gaviria o en La parte alta abajo, de Helí Ramírez, que fueron publicaciones de los 80s y 90s, ¿perdimos el camino de cómo narrar esas víctimas en algún momento y hoy es el momento de recuperarlo? Entonces, ¿cómo hacerlo?

 

Marta: Mire, yo estoy totalmente de acuerdo y en gran medida el trabajo que hemos hecho la Corporación Región y muchas instituciones de esta ciudad, el mismo Museo Casa de la Memoria es un proyecto que nace de una conversación de organizaciones de la sociedad civil, entre organizaciones de víctimas y administraciones anteriores, en el sentido precisamente de una reivindicación de las voces de las víctimas plurales. Entonces no podría estar en desacuerdo con que esta Alcaldía haga ese reconocimiento de esa voz o esas voces. Desde hace tiempo estamos convencidos de que es necesario reconocer esa dimensión del conflicto, para decirlo así, que es el narcotráfico y sus víctimas. Su pregunta de cómo lo hacemos es porque en este momento sale este proyecto con el Mónaco, pero aquí muchas personas e instituciones ya lo están haciendo, y ¿qué es lo que qué pasó que no haya pasado en los últimos 30 años? El Museo Casa de la Memoria tiene una segunda ala prevista, muy importante para potenciar ese lugar de la memoria, pero esta Alcaldía no ha destinado los recursos necesarios. Por la imposibilidad de obtener información clara de manera sencilla desde la Alcaldía, hicimos un derecho de petición como Veeduría al Plan de Desarrollo de Medellín sobre esta información financiera, y logramos confirmar que efectivamente no hay recursos de la Alcaldía para la segunda etapa del Museo. Eso nos dijeron hoy. Entonces lo que uno discute es quién establece las prioridades. Cómo se estableció que la segunda etapa del Museo Casa de la Memoria no era importante, pero sí era importante hacer una demolición y crear un parque. No sé Lina si tengo equivocada la información, pero lo que yo he leído es que cuesta 30 mil millones de pesos el proyecto en su totalidad, comprar del predio y otros pagos al Ministerio, la demolición, el parque, la comunicación y el resto, y no seis mil millones. Esa es la información que nos han dado a nosotros y creo que sería entonces importante cotejar eso. Al fin y al cabo, parece que cuesta igual tumbarlo y hacer el parque, que adaptarlo para un museo y centro de documentación, con monumento al lado, contrario a lo que sostiene la Alcaldía. Entonces, nos preguntamos, ¿en qué lugar se pone esa voz de las víctimas, en qué contexto de ciudad, por qué tipo de decisiones y en qué momento determinado? Creo que las víctimas del narcotráfico son muchas y de muchos sectores y creo que esa pluralidad de voces hay que incluirlas todas, que es un asunto complejo. El fondo de todo esto es la necesidad de comprensión de que estas formas de victimización se generaron en un contexto social y político particular. Lo sabemos, porque el Basta Ya lo demostró. No basta con un relato. Un relato para que sea comprensible hay que ponerlo en contexto y articularlo, en el caso del narcotráfico, con otros actores y con otros factores que dieron lugar a esto.

 

Alfonso: Gílmer, en el caso de las víctimas, creo que en su caso particular, con lo que ha pasado en los barrios como Aranjuez, saber quién es víctima del narcotráfico y quién no es muy complejo, ¿no? Porque además muchos de los afectados por el narcotráfico con los que uno habla se niegan a considerarse víctimas también. ¿Será que en el caso del narcotráfico la figura de la víctima es más compleja que en el conflicto armado, como si fuera menos evidente, menos clara?

 

Gílmer: Sí, es difusa de hecho. Es más: cuando a mí me han hablado de víctimas uno tiene que coger esa palabra con pinzas y más en este país que tenemos cosas tan pesadas. Entonces vamos por partes. Eso de cambiar el discurso es imperativo, pero ¿lo estamos haciendo bien? o creo que estamos pidiendo también que haya una intervención con las víctimas y en cómo se cuentan las víctimas en el relato institucional. Las veces que se ha dado, me parece que tratan de hacerlo como si se trata de un voto de opinión, y como de formar una pelea con la palabra víctima. Eso pasó hace nada con este muchacho reguetonero que desafortunadamente murió. Lo conmemoraron en La Macarena y la gente estaba ahí, algunos muy indignados, porque es esa apelación a los líderes. A mí me parece incluso que a lo mejor hubiéramos aprovechado la situación muy pública con ese muchacho y su novia para empezar una discusión seria de la inseguridad que estamos viviendo en Medellín. Pero aprovecharon eso más bien para hacer un voto de opinión, para tomarse fotos y hacer un montón de cosas. A mí me parece que hay una suerte de banalidad alrededor de la victimización que le está quitando la profundidad que se requiere a esos discursos. Ahora, en el arte sí se están haciendo cosas acertadas y creo que el arte sí se ha puesto en el lugar de las víctimas. Es decir, como no responde a ningún interés institucional, el arte está haciendo una elaboración distinta del discurso formal y se está centrando en dar un discurso como no se había dado antes y que no tiene un sentido institucional. En Bogotá, por ejemplo, van a hacer un nuevo Museo de la Memoria, pero uno se dice: “¿Van a dar una reflexión seria sobre eso o van a dar una reflexión tendenciosa con unos intereses institucionales impuestos en cuanto a qué se quiere contar y qué no? Y yo creo que frente a esto el arte cumple con un papel fundamental, ya que en el arte nosotros podemos decir lo que nos dé la gana, porque yo sé quién hizo las cosas, cómo se hicieron, sé de dónde viene toda la jodidez. Si yo no lo demuestro en un artículo periodístico, me jodo; pero yo lo puedo hacer en una novela, en una película o en una canción.

 

Alfonso: Lina, en este giro sobre las víctimas, cómo la administración pone acento ahí. Creo que también hace falta que nos expliques el proyecto del parque memorial y las acciones anexas previstas. Ayer, el alcalde saló recordando la bomba de La Macarena y anunció una serie de acciones adicionales, pero relacionadas con la demolición del Mónaco. Quizás es ahí donde suma, como explica Marta, los 30 mil millones de pesos y no solo los seis mil de la intervención del espacio público como tal.

 

Lina: Para contestarle a Marta, el proyecto total que se llama “Medellín abraza su historia” tiene efectivamente un costo de 30 mil millones de pesos, y ahí está incluido todo. El sector privado está casi que con la mitad de ese recurso y está incluida también la segunda parte del Museo Casa de la Memoria. Se aspira a que se termine el diseño de la segunda ala en esta administración y que por lo menos se inicia la apuesta a esta segunda ala, que es un compromiso que efectivamente existe desde la administración pasada. Entonces eso va a suceder, es importante también contarlo aquí. Como decía Gílmer, respecto al papel del arte en esta ciudad, no es casual que Medellín tenga una Secretaría de Cultura como la que tiene hoy. Eso sucede porque son los artistas y las organizaciones sociales las en los 80 y los 90 fueron los primeros que hablaron y sensibilizaron sobre este tipo de temas tan transcendentales. Organizaciones como Nuestra Gente y personas como Víctor Gaviria, el primero que habló de la situación de los jóvenes en los barrios con su película y su libro, a través del cine se contó muchísimo de lo que estaba pasando en la ciudad, que la gran mayoría desconocíamos. También lo hizo Alonso Salazar con No nacimos pa’ semilla. Ellos fueron quienes iniciaron con ese tema y subrayaron el papel que tiene el arte y los artistas en esta ciudad. Pero hubo quienes también como Bario Comparsa o como Nuestra Gente, que cumplieron una función casi mesiánica. Ellos se involucraron en los territorios e intentaron transformar esa realidad que vivían los jóvenes de la ciudad en ese momento. Cuando el Estado se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, ya habían entrado las organizaciones sociales y culturales. Por eso, la Secretaría de Cultura de Medellín es hoy lo que es porque el sector cultural, los artistas y las organizaciones culturales de Medellín han sido los que primeros levantaron la voz y eso es muy importante conservarlo. Tenemos dos planes de desarrollo cultural y estamos ad portas del tercer plan, que se realiza en el 2020. Entonces creo que efectivamente el papel que han tenido y tienen los artistas en esta ciudad es sumamente protagónico. No creo que la Administración en ningún momento está intentando prohibir narcotours o prohibir hablar de Pablo Escobar, Sobre lo que sí queremos llamar la atención es sobre como en algunas ciudades de Europa abren bares que se llaman Pablo Escobar y no pasa nada. Yo sí quisiera saber qué pasaría si esos bares se llamaran Adolfo Hitler, porque hay un tema común de quién fue la víctima y quién fue el victimario y a quién se está admirando. No creo que a Alemania llegue alguien con la camisa de Hitler, pero acá llegan personas a tomarse una foto con Popeye. Popeye es visto como ídolo, porque esa historia en gran medida la ha contado la ficción, no la hemos contado nosotros y esto debe cambiar.

 

Alfonso: Uno podría decir que Alemania lleva una tradición de 70 años llena de museos, ¿no? Uno puede pensar que si no se ponen hoy camisas de Hitler, tiene mucho que ver con el trabajo pedagógico que han hecho como sociedad. ¿Cómo narrar el narcotráfico cuando el narcotráfico está vivo y está metido en nuestra economía, está metido en nuestros vecinos, está metido en nuestras casas? El mensaje de la demolición nos lleva atrás, a una figura del pasado, muerto desde hace casi 30 años, pero ¿qué impacto puede tener esa demolición en cómo hablamos de un fenómeno que sigue vivo? Gílmer, usted se ha convertido en una voz del barrio, no solo por los escritos, sino además por los vínculos culturales que tiene, musicales y con personas que están ahí en el barrio, creando. Me pregunto si en la esquina del barrio los muchachos se están preguntando en este momento qué van a hacer a partir del derrumbe del Mónaco.

 

Gílmer: No, ninguno (RISAS). A esa gente le importa un carajo si tumban el Mónaco o no. Hay problemas mucho más urgentes que me parece también que son necesarios tratar. Hoy, los barrios están quemados por los bandidos otra vez. Todo el mundo tiene que pagar vacunas e incluso hay un fenómeno muy horrible y es que se está ilegalizando lo legal. Entonces hay uno que surte las tiendas, otro las arepas, otro que hay que comprarles las cervezas. Hay una diversificación del negocio y es lo que preocupa a la gente en el barrio hoy, y no si tumban o no tumban el Mónaco. Entonces, en el barrio hay situaciones que son necesarias hablar y que no se hablan, se tapan y se meten bajo la alfombra.

 

Alfonso: Marta, ante lo que cuenta Gílmer, que es lo que hemos llamado ‘cultura traqueta’, pero que no es la pasada, no es la de los 80, ni la de los 90, sino que es la de ahora, y que refleja una manera de ejercer un control sobre unos territorios y sobre las personas: ¿Cómo enfrentarse a eso para realmente producir pequeños cambios de actitud colectiva, pero también, cómo hablar entonces incluso de las víctimas que se siguen produciendo hoy?

 

Gílmer: Dame un segundo, te cuento que sufro de incontinencia verbal a veces, pero sobre todo por lo de la Alemania Nazi. Es obvio que es difícil encontrar a alguien con unas esvásticas o tal vez no es tan difícil tampoco, pero sin duda es mal visto. Lo mismo pasa por ejemplo acá cuando con grupos, que digamos lo políticamente correcto a ser juzgado desde el principio como las FARC, a nadie se le ocurriría venir a una charla de estas con una gorra que diga FARC, y además lo linchan en esta sociedad linchadora y es porque colectivamente se creó una censura sobre lo que ellos hicieron, pero nunca se creó una censura sobre lo que hicieron los traquetos, vuelvo lo que decíamos ahora, es una hipocresía nuestra. Entonces, lo políticamente correcto reina a la luz pública, pero bajo cuerda todo el mundo es amigo del traqueto, todo el mundo tiene un pensamiento traqueto… Y, bueno, los traquetos piensan como traquetos porque eso son, pero aquí es el ‘usted no sabe quién soy yo’. Les recomiendo que se lean un libro que es el carajo de una profesora de la Universidad Pontificia Bolivariana, amiga mía, que se llama Ana Cristina Aristizábal y se titula Medellín a oscuras. Ella parte de una pregunta fundamental: ¿Los traquetos cambiaron los valores éticos que tenía Antioquia o justamente Antioquia tenía los valores éticos para que se dieran los traquetos? Yo creo que es una discusión tesísima y hay mucho de qué hablar. Entonces, la comparación con el Alemania Nazi, no, aquí tenemos un grupo: las FARC, que es, digamos, públicamente censurado, mientras los traquetos nunca lo han sido.

 

Alfonso: Carlos, el libro del ala chichipata, uno creería que es un libro de humor sobre el narcotráfico, pero en realidad es un ejercicio muy honesto. Ustedes dicen ahí, y usted lo dice de manera explicita en el prólogo, que todos estamos untados, aunque ustedes se untaron de los más amarrados, ¿no? A donde voy es que es un ejercicio de honestidad decir cómo nos untamos todos, pero el humor tiene esa ventaja y es que parece inofensivo, cuando en el fondo está diciendo lo que muchos no quieren decir

 

Carlos Mario: Sí y además nos daban trabajo (RISAS). Yo llegué a ese periódico donde Hernando Gaviria, porque estaba desempleado, recién graduado de periodismo, pero no tenía dónde trabajar. Entonces llegué ahí y luego don Hernando nos decía que Pablo iba a comprar Semana y El Colombiano. Había el chisme de que él iba a comprar eso y nos íbamos en coche, obviamente. Pero Eliseo y yo nos decíamos que bueno llegar a tener acceso a Escobar. Yo quería darle un consejo a Pablo, quería ser su asesor y darle un consejo: “Hombre, no te metás con políticos (RISAS). Yo le iba a decir eso: No te metás con políticos, y vea lo que ocurrió, que los políticos dañaron la mafia (RISAS).

 

Alfonso: Marta, seguimos entonces con el tema de la actualidad y la cultura traqueta.

 

Marta: Sí, pero quiero decir dos cosas. Una, creo que el tema de la demolición no es malo en sí, pero sí creo que crea una ilusión y es que se acabó con eso. Culturalmente, simbólicamente, la demolición crea la ilusión de que eso fue cosa del pasado y no es cosa del pasado, y, además, no hemos llegado a los hilos de por qué el narcotráfico sigue significando para esta sociedad lo que sigue significando. Creo que significa un gran proyecto cultural, un gran proyecto ético y un gran proyecto económico. El único canal de acceso para mucha gente es una realidad así de concreta. Segundo, corremos con un gran peligro como ciudad y es que ese memorial, ese dinero público que se está invirtiendo ahí no tenga una mayor significación en la ciudad y voy a decir por qué: porque creo que lo público hay que tejerlo, hay que construirlo paso a paso. Cuando el Museo Casa de la Memoria se hizo, se hizo una gran consulta ciudadana, a mucha gente se le preguntó qué quería que se narrara allí, cómo querían que se narrara esa historia, pero además se hizo un comité asesor donde había investigadores, artistas, víctimas, políticos, periodistas, acompañando ese proyecto de museo. Ahí, en ese comité asesor, estaba doña Fabiola Lalinde, estaba el padre Horacio Arango, etc. Ahí se discutió ese proyecto, cuáles eran las líneas estratégicas del Museo Casa de la Memoria, lo que queríamos que fuera ese museo para la ciudad. Luego se construyó la Corporación Amigos Museo Casa de la Memoria. Esta administración acabó con esas dos cosas, acabó con el comité asesor y acabó con la Corporación Amigos Museo Casa de la Memoria. Creo que acabó con los dos para poder decir: aquí decidimos nosotros.  Obviamente, eso es un muy mal camino para la construcción de lo público. Creo que la forma de garantizar que lo que se va a construir en el lugar del Mónaco se transforme realmente en un lugar con significado para la ciudad implica necesariamente construir mecanismos de veeduría de participación. Es lo único, a esta altura, que permitiría que eso no sea un proyecto del alcalde, ni sea de la Alcaldía, sino que sea de la ciudad y creo que ahí hay un trecho grande por caminar.

 

Alfonso: Lina, ¿cuál es la articulación o la estrategia que tiene la Alcaldía desde la Secretaría de Cultura para garantizar que se transforme en efecto en un lugar con significado para la ciudad, y que no le pase lo que pasa, por ejemplo, al parque de La Bailarina? Creo que hoy pocos jóvenes serían capaces de recordar la historia que hay detrás de ese parque. ¿Cómo evitar ese riesgo y cómo garantizar que ese lugar sea, digamos, un propulsor de las discusiones que tenemos que hacer y de los cambios de narrativa que necesitamos?

 

Lina: Bueno, creo que es cierto lo que dice Marta, que el parque del Mónaco, igual que como fue con el Museo Casa de la Memoria, efectivamente tiene que ser una construcción colectiva. Hay temas de la demolición del Mónaco que yo desconozco, porque no se dieron desde la Secretaría de Cultura, sino desde la Secretaría Privada del alcalde o desde otros despachos. Medellín, no solo en esta administración, sino desde hace muchos años atrás, es reconocida internacionalmente en temas culturales y educativos. Por ejemplo, somos la primera ciudad colombiana que acaba de entrar en la red de ciudades de aprendizaje de la Unesco. Yo entiendo esto como una apuesta por la educación, porque una transformación cultural toma muchísimo tiempo y es ante todo de educación y cultura. Hoy la Secretaría de Cultura es una secretaría fortalecida, con unos presupuestos que son muy altos y muy importantes, de los más altos per cápita que tiene el país. La ciudad se tiene que seguir fortaleciendo desde esos dos ámbitos, y le agregaría que desde el deporte. Coincido con Marta, podemos fortalecer eso y esto es una gran oportunidad de hacerlo. ¿Qué va a pasar cuando se tumbe el edificio este viernes? Va a pasar lo que viene pasando y lo que tiene que seguir pasando, que es tener una conversación. Es también importante entender, y Gílmer lo decía en su libro La Cuadra, que cuando Pablo Escobar llegó ya existían las bandas. Yo me iría inclusive a la época de la colonización española. Aquí llegaron los moros y los judíos huyendo de la corona española, así que la relación que siempre se tuvo con la legalidad y la ilegalidad fue una línea muy delgada y a parir de ahí lo venimos arrastrando por años y la violencia en nuestro país y en nuestra ciudad no es de los 80 y los 90. Nosotros desde que iniciamos el siglo XX, toda nuestra relación ha sido una relación endémica con la violencia. Eso no es de ahora y lo hemos vivido antes, durante y después de Pablo Escobar. Esa conversación histórica también hay que darla porque nosotros éramos el escenario y el ambiente propicio para que un Pablo Escobar llegara e hiciera lo que hizo.  Además, en los 40 y los 50 también aparece la época que se llamó de La Violencia y fue donde sucedieron migraciones del campo a la ciudad y empezamos a habitar estos barrios que empezaron a crecer y el Estado no estaba listo para eso y ahí es donde entran las violencias, en plural, porque no fue solamente una. De manera que es una discusión que es mucho más que un edificio, que es mucho más que Pablo Escobar y que implica revisar quiénes somos y a qué cultura le apostamos. La historia de Medellín no son 20 o 30 años, nosotros tenemos unos 400 años desde que llegaron los españoles aquí y siempre hemos tenido una relación con la violencia.

 

Alfonso: Hay otra reflexión que me gustaría hacer con todos ustedes y es que yo creo que también la ciudadanía no se movió mucho por su cuenta ante este asunto. ¿Qué reflexión tienen ustedes sobre el papel que ha jugado la sociedad civil? A veces siento que es una anestesia que nos corre por las venas, que en ciertos momentos ese cansancio nos anestesiara y que por eso no hubiera habido desde la sociedad civil más debate, haber alzado más la voz, y que estemos a tres días de la demolición, conversando.

 

Gílmer: La gente sí se ha movilizado. Lo que pasa es que no se han movilizado conjuntamente. Yo siempre creo mucho en una ciudad civil que es la que nos peleamos todos los días todo y que hacemos más que lo que hacen los gobiernos y demás. Uno tiene que levantarse todos los días a vivir en esta ciudad a pesar de todo.  Ahí está el hacer algo con lo que nos ha hecho como sociedad. Ahora, con respecto a todas estas decisiones sobre el Mónaco y el parque, creo que esa información casi que ni le llega a la gente. Hay una cosa muy tesa y vos y yo que nos movemos en un ámbito académico lo vemos cada día, y es que la academia está muy descontextualizada. En los 80, cuando el narcotráfico estaba por doquier, estaban esperando la revolución social y no se analizó el narcotráfico y hoy en día, que ya sabemos lo que pasó con la revolución, están analizando el narcotráfico de los 80, pero, por ejemplo, a mí me pasa, uno cree que con hacer los análisis que hacemos que es el pueblo y realmente, no. Por ejemplo, acá solo un 17 por ciento de los pelados va a la universidad y mucho menos la terminan. Al pueblo, a la gente, no le llega o les llegan informaciones por otras vías, por las redes sociales, la televisión y creo que ahí también ha faltado algún tipo de iniciativa distinta por parte de la Alcaldía. Hoy hay que buscar canales apropiados para que le llegue la información a la gente para que ellos puedan participar.

 

Alfonso: Marta qué reflexión tiene.

 

Marta: Lo que yo percibo en las organizaciones como nosotros, que estamos involucradas en este tipo de temas, es que no hay un cansancio por la historia. Lo que hay es un cansancio y un descreimiento por la capacidad de diálogo de esta Administración. Lo hemos dicho de todas las maneras, en muchos espacios, en muchas redes: esta no es una Administración que se haya caracterizado por conversar y por escuchar las opiniones y por llamar a la ciudadanía. Hay un cansancio de la palabra, de que la palabra tenga sentido y tenga sentido en la construcción de ciudad. Esta conversación no se hace gracias a la Alcaldía, sino gracias a organizaciones de la sociedad civil y a personas que dijeron: “¿Cómo vamos a permitir que una cosa de estas suceda sin conversar?, venga conversemos así sea tres días antes. Pero no porque hubiera una decisión y una intención de la Alcandía en hacer de esto un proyecto de conversación ciudadana. En esta administración se cerraron muchísimos canales, muchos espacios que tuvimos durante décadas para conversar sobre la ciudad.

 

Carlos Mario: Es que el cansancio es muy sencillo. “Abatido narcotraficante jefe de la banda ta ta”. Y la noticia al otro día es: “La banda se reúne para nombrar el sucesor”. Entonces vamos a tener siempre, siempre, siempre, cabecillas y temas como reemplazo de jefes por una razón muy sencilla, porque la droga es ilegal.

 

Alfonso: Hagamos una reflexión también mirándonos hacia afuera. Pareciera que Narcos y Netflix ha sido un punto de inflexión que permite aclarar por qué resucitó de repente Pablo Escobar, ya que no es que haya estado vivo todo el tiempo o que hayamos estado hablando de él todo el tiempo. También ha habido momentos donde no hablábamos de él y estábamos hablando de otras cosas, como la guerrilla, por ejemplo, o la paz. A mí me parece a veces que nuestra relación con Pablo Escobar es como la de una ruptura amorosa, lo rodeamos y lo quisimos mucho cuando fuimos todos ricos, bonitos y felices y de repente ahora estamos en la parte donde ya nos arrepentimos de la fiesta y ya no nos gusta. Pero nos sigue dando algo que nos gusta mucho y es que nos da protagonismo y es como si eso fuera muy irresistible para esta sociedad: tener la oportunidad de ser protagonistas, y abandonar ese protagonismo nos cuesta mucho. No sé si ustedes lo han pensado.

 

Lina: Vea, la serie Narcos es del año 2015. No fue Netflix lo que nos puso en la conversación internacional, como lo mencionábamos ahorita, es que en 1991 Medellín fue la ciudad más violenta del mundo; Narcos lo desacerbó, pero no fue el origen. Lo que aquí pasaba y lo que aquí pasó no pasaba en ninguna otra ciudad del mundo. Aquí empezó a venir una cantidad de visitantes extranjeros, cuando en los 80, en los 90 y a comienzos de los 2000, ver aquí un extranjero era prácticamente imposible. Las agencias de viajes de otros países recomendaban no venir y con toda razón y esa historia de la ciudad más violenta nos puso en la conversación internacional. Hace poco se hizo una encuesta sobre por qué vienen los visitantes a Medellín, y sucede que esa cantidad de europeos que ustedes encuentran en la calle vienen buscando la historia de Medellín; no necesariamente la historia de Pablo Escobar, pero sí la historia de transformación de esta ciudad, porque consideran que lo que pasó aquí es extraordinario. La sociedad civil aquí fue una de las cosas más potentes en los 80 y los 90. Empezando por la Corporación Región y como ella, muchas de las entidades artísticas que hay aquí fue gracias a que ellos levantaron la voz en aquel momento. Es porque la sociedad civil levantó la mano y dijo aquí estaba pasando algo, que el Estado empezaba a tocar el problema, con la Consejería Presidencial, liderada por María Emma Mejía. Y eso tampoco lo podemos perder. En la encuesta que mencionaba ahorita, preguntaron: ¿Qué es lo que tiene Medellín?, si Medellín no tiene mar, Medellín no tiene monumentos históricos como los tienen las ciudades europeas, y si en general Medellín no tiene nada de muy especial. Y respondieron que Medellín sí tiene una cosa muy especial y es su historia y su gente, la manera como nosotros recibimos a quienes nos visitan. Entonces, hoy Medellín en gran medida existe en el mundo por su historia reciente, que aquí vivimos y conocemos, mucha de esa historia es lo que la gente viene a conocer. Y no necesariamente el narcotour. Si analizamos bien, yo creo que muchos no lo han hecho.

 

Gílmer: Estoy de acuerdo con Lina en que las cosas de Medellín nos pasaron cuando aquí no había Netflix, ni el Patrón del mal, ni nada de estas vainas. Tenemos un complejo de inferioridad, que siempre es para ver qué piensan de nosotros de afuera. A mí me pasó con un parcero en el barrio. Una vez me dice: “Qué pereza esta gente de Aranjuez, por qué es tan chismosa” Y le dije: “¿Chismosa por qué?”. “Diciendo que vos y yo vivimos borrachos”. Y yo: “¿No vivimos borrachos, pues, marica? (RISAS). ¿No? ¿Cuál es el chisme pues?”. Hay que empezar a cambiar, dejar de ser unos borrachos, y no a ver cómo carajos nos está diciendo el otro. ¿Quién de aquí hace un narcotour? Nadie. Medellín tiene un montón de cosas bacanas que está trayendo gente, incluso cosas viejas, que son tremendas. A mí me parece reloca esa indignación del alcalde que porque Wiz Khalifa vino a fumar bareta en la tumba de Pablo Escobar. Pues, marica, es que así es Wiz Khalifa, pues. O sea, yo estaría indignado si viene Rubén Blades a hacer eso, pero es Wiz Khalifa, pero eso nos indigna, porque tenemos un complejo de cómo nos ven. Yo hace poco fui a Cuba y todo el mundo me hablaba de Popeye, hasta que ya me paré y le dije a un man: “Marica, es como si yo vengo aquí, y digo dónde están todas las putas, pues. Lo que me parece es que el problema es tuyo, que creés que el único problema es Popeye. Es como si yo llegara a Cuba y creyera que lo único valioso son las putas, que están por todo lado, y ya”. No hay que negar los problemas que tenemos y hemos tenido, pero todo depende también de quién es el que nos está calificando. En Cuba, yo fui a buscar a Carpentier, a buscar música cubana, que ya no existe allá, porque el reguetón se tomó el mundo, pero ellos creían que yo estaba buscando otra vaina, como acá pensamos que los turistas solo vienen a buscar lo narco. El problema es ya de ellos, de los que nos ven de esa manera.

 

Alfonso: Carlos Mario, ¿Tola y Maruja van a salir en Netflix o no van a salir en Netflix?

 

Carlos Mario: Van a hacer la vida de Tola y Maruja en Netflix (RISAS).

 

Alfonso: Están haciendo ya la vida de Tola y Maruja…

 

Carlos Mario: No, yo iba a aprovechar el espacio para anunciar el lanzamiento de mi nombre a la Alcaldía de Medellín…

 

Alfonso: ¡Legalización, ya!

 

Carlos Mario: Voy a poner sitios donde la gente fume marihuana libremente. Unos sitios donde se venda de buena calidad…

 

Alfonso: Que sean móviles.

 

Carlos Mario: Puede ser.

 

Alfonso: Ambulantes.

 

Carlos Mario: Y al lado unas empanadas libremente también (RISAS).

 

Alfonso: Yo creo que, con la chiva del lanzamiento de Mico a la Alcaldía de Medellín, si a ustedes les parece podemos darle paso al público. Vamos con tres preguntas a la vez, respondemos y volvemos con más preguntas.

 

Persona del público 1: Muy buenas noches. Un anuncio y una pregunta. La pregunta primero. Una cosa importantísima de este asunto de cómo nos vemos y cómo nos asumimos nosotros es la educación, pero parte de la educación de qué tanto podemos hablar de esto depende del gobierno nacional, más que de la secretaria municipal. Ustedes que conocen más de la política nacional, ¿qué tan cercanos estaremos de culminar ese amague que hubo el año pasado, antepasado, de volver a la clase de historia y poderle meter el diente a los temas crudos y duros de la historia de Colombia? El anuncio. Yo soy guía profesional de turismo y me encargo de la difícil tarea de estar explicándole a los extranjeros lo que nosotros mismos no entendemos. Una cosa súper compleja es explicar a los turistas, como guía, cómo nosotros mismos vemos a Pablo Escobar. Hice una encuesta de qué opinamos en Medellín sobre Pablo Escobar. Ya está el informe. Lo quiero compartir con la audiencia si alguno lo quiere para sus estadísticas, sus estudios o diferentes cosas, bienvenidos.

 

Alfonso: Pero, ¿cuál fue el resultado del estudio, en resumen?

 

Persona del público 1: Ah, perdón. El 52 por ciento de las personas tienen una imagen negativa de Pablo Escobar; el 27 por ciento no saben qué pensar, y el 21 por ciento tiene una imagen positiva. Ese es un resumen, pero en el informe están todas las variables graficadas.

 

Persona del público 2: Buenas noches. Escuchando la conversación que hacían acerca de la demolición del edificio Mónaco, me pregunto: ¿qué va a pasar con el barrio que hizo Pablo Escobar? ¿Lo van a demoler, van a echar la gente con el fin de acabar la historia? También, ¿qué va a pasar con las tiendas y las barberías que hay de Pablo Escobar en Medellín? O sea, por qué no hablar de Pablo Escobar como la tragedia que fue y que estamos haciendo para que no se repita, porque lo que se está viendo hoy en Medellín es inseguridad y más que todo en los jóvenes en las comunas y en las periferias. Muchas gracias.

 

Persona del público 3: Buenas noches. Mi pregunta es: ¿vamos a demoler la historia, vamos a demoler el edificio y se supone que todo va a quedar bien, pero entonces, con este nuevo narcotour que hay en el Parque Lleras en El Poblado, ¿en cuánto tiempo vamos a demoler El Lleras?

 

Lina: Con respecto a la primera pregunta en el tema de la educación. Si bien estamos en relación con el Ministerio de Educación la Alcaldía de Medellín, hoy, el presupuesto más alto lo tiene la Secretaría de Educación. Estamos intentando que la cobertura sea casi total, hemos fortalecido Sapiencia, pero es cierto que el tema de la educación en Medellín es uno de los más importantes. Este año vamos a tener aquí la reunión de la Red del aprendizaje de la Unesco, que también da cuenta de la apuesta que hoy en día tiene la ciudad con la educación, y no solamente en esta administración, sino que viene de años atrás, igual que en cultura. Por ejemplo, Medellín hace parte de la Red de ciudades creativas de la Unesco por la música y la cultura, es junto la educación uno de esos ejes transformadores de la sociedad y del desarrollo local de Medellín.

 

Persona del público 1: Agradezco la precisión, pero la pregunta no era esa, sino ¿qué tanto creen que como sociedad estamos preparados para que en la escuela y en el colegio se le meta el diente a los temas tesos de la historia, de la ciudad y del país, con Escobar y el narcotráfico a bordo?

 

Lina: Importantísimo. Solo quiero aclarar que soy la secretaria de Cultura y no de Educación, y conozco entonces más de l primera, pero considero que la historia es un tema central, sobre todo para la ciudad que estamos viviendo hoy. Puede ser que la gente llegue a esta ciudad con una idea, pero que se vaya con otra, y que eso lo estamos logrando, también gracias a guías turísticos, como vos, es importante. Cuando se le preguntaba también a la gente, en aquella encuesta, si volvería a Medellín y qué imagen se lleva de Medellín, más del 90 por ciento se va con una imagen positiva, volvería a Medellín y la recomendaría a un amigo. No nos interesa tanto el motivo por el que vienen, sino la idea con la que se van. No se trata ni de acabar ni de borrar la historia. De nuevo, eso sería imposible hacerlo y si uno va a borrar la historia no lo hace tumbando un edificio; no tendría sentido. Inclusive, al lado del edificio Mónaco hay otro edificio que también creemos que construyó Pablo Escobar, que está exactamente al lado. De nuevo, si quisiéramos borrar la historia tendríamos que tumbar media ciudad y de eso no se trata. El Mónaco es un edificio deteriorado que está casi que en ruinas y el objetivo es convertir este lugar, que la ficción convirtió en un símbolo, y volverlo en un homenaje a las víctimas. Es un momento de la historia de Medellín que pretende que se les ponga la mirada a las víctimas y seguir con un ejercicio como lo propone Marta, como lo propone la Corporación Región, de seguir en una conversación de sociedad. La Alcaldía no pretende que todo va a estar bien porque se tumbe un edificio; lo que se pretende precisamente es superar la falta de conocimiento de la historia de antes, de durante y de después de Escobar.

 

Marta: Sobre el tema de la enseñanza de la historia durante este gobierno no se ha aprobado una cátedra de Historia, porque, además, ¿cuál se va a enseñar? Lo que está circulando sobre los textos de historia es muy complicado, me parece supremamente complicado ese relato que se va a hacer ahí y si a eso le sumamos la nueva dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica, bajo este nuevo gobierno, creo que hay un relato nacional de historia que creo que es mejor que no avance mucho. Y segundo, con Medellín Basta Ya, la segunda fase de ese proyecto de investigación era precisamente convertir ese texto en un texto escolar que permitiera en la escuela hablar sobre estos temas, pero no se ha concretado un proyecto educativo y cultural de ciudad, porque tenemos que aprender a hablar del conflicto, de las víctimas y de las responsabilidades como un tema de educación ciudadana. Hay que seguir habiendo esfuerzos en esa relación.

 

Alfonso: Carlos Mario o Gílmer, como ejercicio de comunicación pública, decir yo estoy demoliendo, pero no estoy demoliendo, es muy difícil de trasmitir. Eso es lo que la gente se pregunta y quiere saber de la Alcaldía, ¿cómo así que no estás demoliendo si sí estás demoliendo?. ¿No les parece un esfuerzo difícil de asumir?

 

Lina: Miren, ya lo hablábamos, pero repito: esto era un edificio que estaba en ruinas, que llevaba 30 años sin que ahí pasara nada. Nosotros creemos que no estamos tumbando la memoria ni disolviéndola. Por el contrario, creemos que estamos creando una huella nueva con el memorial que vamos a hacer.

 

Gílmer: Lo siento, es que ahí si no me puedo quedar callado, porque su merced me está diciendo que hay que tumbar un edificio viejo, pero entonces no debería salir el alcalde a decir que lo están haciendo para honrar víctimas. Y segundo, es decir que vamos a tumbar ese edificio que era de un traqueto, porque estaba malo y vamos a hacer otra cosa. Se está usando el edificio con demagogia para que los reflectores apuntan más hacia el alcalde.

 

Alfonso: Vamos con más preguntas del público. 

 

Persona del público 4: Yo realmente no sé de presupuesto público, pero cuando dicen 30 mil millones a mí me parece muchísimo. Entonces me parece muy escandaloso que precisamente cuando Lina hace todo el recuento de violencia histórica, que ese presupuesto se dedique solo a una cosa. Estoy de acuerdo con que si el edificio hay que tumbarlo, se tumbe. Ahí vivía un traqueto y punto. Pero me parece muy escandaloso que ese presupuesto lo destinen solo a eso cuando debería estar destinado a unos procesos de memoria, de reconocimiento de nuestra historia, y que aquellos recursos podrían haber sido divididos entre un montón de cosas. Lo que decían del Museo Casa de la Memoria, que no haya segunda ala, me parece realmente escandaloso. Por otro lado, cómo se escogen esas víctimas, o sea, ¿quiénes van a ser esas víctimas que se honran ahí? Porque víctimas del narcotráfico también son esos pelados obligados a trabajar en esas bandas sin ningún tipo de oportunidad, un montón de gente que nadie recuerda. Es decir, Héctor Abad Gómez, importantísimo; Valdemar Franklin, importantísimo; pero ¿cómo se escogen esas víctimas que van a estar ahí?

 

Persona del público 5: Buenas noches. Yo soy docente de un colegio del sur de Medellín donde la mayoría de las niñas tienen su vida material resuelta. En ese asunto de no asumir posiciones, me parece muy peligroso, porque si en este espacio convergen distintas visiones, es importante asumir posiciones. Ese asunto de mantener la neutralidad en un tema tan complejo me parece delicado y quiero compartirles en ese sentido una reflexión. En el pasado tuve la oportunidad de estar en Argentina y antes de irme resulta que un niño de 10 años me dijo: “Profe, ya que vas para allá, deciles que acá no todo es Pablo Escobar”. Cuando efectivamente llegué a Argentina, la imagen de “¿ah, usted es de Colombia?”, fue de entrada, y más aun por ser de Medellín, peor. Es la imagen de Pablo Escobar, hasta el punto que un señor en un taxi me dijo: “Como, ey, que no vas a tener un fierro ahí pues”. Al final el asunto pasó a lo hilarante, a lo chistoso, porque Escobar al fin y al cabo también hace parte de esa imagen que uno mismo lleva y la carga que viene de sí misma. Desde mi posición de educador, nos comimos el cuento de que la educación va a cambiar el mundo, pero hay que preguntarse entonces: ¿cuál educación? ¿Cuál es la educación en últimas que aterriza la importancia de cátedras sobre los temas que estamos aquí hablando hoy?

 

Persona del público 6: En lo que tienen que ver con el edificio Mónaco, con lo que van a hacer de la memoria a las víctimas, ¿dónde están las universidades, dónde están las corporaciones, dónde estamos nosotros, los que queremos ver lo que está pasando? Todo ha sido súper cerrado, todo ha sido muy de allá y uno se da cuenta claro por el Instagram de Fico.

 

Alfonso: ¿Quién responde la pregunta de Laura Mora sobre los 30 mil millones de inversión, que ella considera escandalosos? Y luego también la pregunta sobre quiénes son las victimas que van a estar en el memorial, cuáles son esos nombres, cuántos son esos nombres, quiénes son esos nombres. Creo que parte de la reflexión es que si llegamos tarde en este momento, con lo del Mónaco, de aquí a noviembre, pen relación con el parque memorial, todavía tenemos mucho tiempo para opinar y ojalá impactar.

 

Gílmer: Sin duda deberíamos aprovechar para hacer hincapié en las víctimas y dar las discusiones históricas y otras que hay que dar. Estoy convencido de que Narcos y otras series similares son un producto, y que finalmente Pablo Escobar, con el tiempo, va terminar siendo una caricatura de sí mismo. A mí me pareció loquísimo también una nueva serie en Netflix que se llama Distrito Salvaje, algo así, sobre la vida de un reinsertado de las Farc, pero mucha gente ni la ha visto. Eso depende de los gustos. Hasta que punto Netflix nos educa o no, depende también de la educación desde la casa. Usted tiene que hacerse cargo de que sus hijos entiendan qué carajo pueden ver en los medios y entender de qué se trata.

 

Marta: Me parece muy importante la pregunta por los 30 mil millones de pesos. Un problema que tenemos como ciudad y como ciudadanía es que nos decimos “no importa, eso ya fue” o “este viernes se hace la demolición, entonces ya no hay nada que hacer”. Yo digo que sí hay que hacer y sí creo que hay preguntas que la Administración no ha contestado. Nosotros hemos hecho derechos de petición preguntando por qué este proyecto no está en el Plan de Desarrollo. Ayer o antier, el secretario privado del alcalde, Manuel Villa, dijo que era un presupuesto que se ha reasignado en parte a partir de un rubro para parques o no sé qué. El rubro de parques para los 4 años estaba en 24.650.000.000 millones de pesos. A 2017, la ejecución de ese rubro va en 79.334.000.000 millones. No sabemos, ni nos quieren decir hasta ahora, si ahí están los 30 mil millones o no del Mónaco. También preguntamos si ahí, en esos 79 mil millones y pico, estaba la segunda ala del Museo Casa de la Memoria y la respuesta de la administración municipal, y en concreto de Planeación, fue que no. Entonces yo sí creo que requerimos transparencia en el tema del proyecto del Mónaco. De dónde se han sacado los recursos, incluso los de la compra del predio y los pagos a la Policía Nacional, y cómo estos rubros se inscriben en el Plan de Desarrollo. Yo creo que un alcalde no puede sacar del bolsillo un proyecto que cuesta 30 mil millones de pesos. Yo sí creo que eso tiene que ser tema de debate con la ciudadanía. A mí me extraña muchísimo que en el Concejo de Medellín ni ha tenido ni vaya a haber un debate serio, de fondo, sobre esto.  Sí creo que también implica que hay que hacerles preguntas a los concejales. Por ahí, entre el público, vi al inicio algunos amigos concejales, pero se fueron. Yo quiero saber dónde está el debate en el Concejo sobre cómo se están gastando estos recursos públicos y de dónde salieron, y cómo se relacionan con el proyecto de ciudad. Entonces creo que sí hay muchos temas que requieren explicación. También, me parece pertinente la pregunta sobre el tipo de víctimas, el tipo de relato, el tipo de museografía y de estética que la Alcaldía va a construir en el lugar del Mónaco. Eso tendría que ser un proyecto colectivo -que es diferente a un concurso de arquitectos realizado a la carrera- y tendría que asegurarse la Alcaldía y asegurarnos nosotros de que ahí haya muchas voces, que se convoque a los artistas. Yo leí la entrevista con los arquitectos jóvenes que se ganaron el proyecto. Pero como así que no conocemos el estudio que apoyó el concurso o cómo se hizo la convocatoria pública. No conozco en detalle el proyecto ganador, pero eso tendría que estar sometido a discusión colectiva; tendría que crearse un gran espacio colectivo para que acompañe este proceso, para que efectivamente haya esas múltiples voces y múltiples miradas que la Alcaldía insiste que hay, pero no vemos por ningún lado. No podemos salir de este espacio y de lo que hemos hablado esta noche, simplemente diciendo “lo que fue, fue”, porque por el cansancio de no ser escuchados, nos quedamos sin palabra, pero entre todos tendríamos que volverlo a plantear.

 

Alfonso: Última ronda de preguntas.

 

Persona del público 7: Hola, cómo están. Ahorita se hablaba sobre lo que ha dejado Medellín y lo que trae turistas a Medellín, que seria ese asunto de la transformación, que es un discurso institucional, institucionalizado, y que se ha podido entender, más o menos, porque ha habido una cierta integralidad en él. El Mónaco, sin embargo, es un símbolo que esta urbanísticamente aislado y lo que finalmente va a suceder ahí es que va terminar siendo un parque aislado, porque es un parque que no está interconectado con los flujos ciudadanos, es un parque que está solo y que va a quedar solo. ¿Cómo se va a conectar eso realmente como un proyecto, no solamente político, sino un proyecto espacial de la ocupación de espacio? Sin duda necesitamos parques, pero cómo estamos ocupando los parques y cuál es el proyecto ciudadano, el proyecto político también, si no eso va a terminar como un parque de los olvidos, y no de las memorias.

 

Persona del público 8: A mí me preocupa un aspecto que no se ha mencionado en relación con el memorial, y por eso considero que debe haber muchas conversaciones sobre ese tema, antes de construirlo. Me parece que un memorial de alguna forma también legitima un conflicto, y eso habría que pensarlo con todas sus consecuencias. Por ejemplo, para hacer la paz con las Farc, tuvimos que aceptar que aquí hubo un conflicto armado; esa era una premisa. En el caso del narcotráfico, habría que pensar qué tipo de conflicto es, si es incluso un conflicto o un problema de crimen organizado. Creo que el problema en realidad es la comercialización de estas sustancias que están prohibidas y esa es la conversación que hay que tener. Tenemos la legitimidad y la autoridad moral para dar esa pelea sobre la necesidad de la legalización de las drogas a nivel internacional, porque construir un monumento para las víctimas del narcotráfico, también puede significar legitimar la lucha contra las drogas, decir que es una lucha legítima, necesaria, real, que la necesitábamos y que tenemos que seguirla dando, cuando lo mejor es todo lo contrario. A lo mejor, después de toda esta conversación, nos hubiéramos dado cuenta de la imposibilidad de erigir un monumento al narcotráfico o a las víctimas del narcotráfico. Y como lo decía Laura Mora: ¿cómo van a llenar ese muro memorial? ¿Los Moncada van a estar también en el muro? O se va aplicar una fórmula como si son víctimas del narcotráfico, o porque estaban dentro de las operaciones del narcotráfico murieron en su ley entonces no va pal muro, sino solo fiscales, jueces, abogados, los policías. ¿Las personas que nacen dentro de la ley del narcotráfico, que también son víctimas, van para el muro o no van para el muro? ¿Los sicarios van para el muro, también son víctimas? Por eso me parece un error, comparar este memorial con el de los soldados norteamericanos muertos en Vietnam ni con el Holocausto ni con la Segunda Guerra Mundial en general. Aquellas fueron guerras claras donde los enemigos están claramente definidos. Aquí es muy difícil identificar a las víctimas, y también muchas veces diferenciar entre víctimas y victimarios. Es un tema muy complejo que se debe estudiar a profundidad, antes de decidir sobre un memorial y sobre cómo va a ser el memorial. Construir un monumento a las víctimas del narcotráfico puede pensarse que legitima un conflicto que nosotros no buscamos, un conflicto que nos fue impuesto, una guerra que se ha perdido y que ahora la está sufriendo todo Centro América y México.

 

Persona del público 9: Hola, buenas noches, ahorita nuestro compañero decía que él desde la experiencia que había tenido yendo a Argentina, y para muchos que hemos tenido la oportunidad de salir del país, el estigma del narcotráfico y de Escobar siempre va a ser el tema. Nosotros, a través de la historia, venimos con un discurso muy regionalista, especialmente los paisas, y con un discurso que opaca la tragedia a través de que somos la ciudad más innovadora del mundo, y un “a Medellín no me lo toque”. Uno no puede tocar el tema en frente de los mismos papás muchas veces. Entonces la pregunta es: ¿cómo tratar el estigma, si nosotros somos referentes internacionales del narcotráfico, si primero no nos damos las respuestas frente al tema, y gracias a la educación?

 

Alfonso: Una cuarta pregunta y cerramos con las respuestas a estas cuatro últimas preguntas este conversatorio.

 

Persona del público 10: Yo voy a retomar lo que dijo Paula anteriormente y es casi un chiste. ¿Ustedes saben cómo se llama la empresa de implosión del Mónaco? Se llama Atila. Pero podría pensarse que, a lo mejor, aun podrían haber elegido, para este reinicio de sociedad, una empresa que se llamara el Big Bang. Y tomando las referencias históricas que hizo Lina sobre que somos herederos de una violencia de hace más de 400 años, que aquí tenemos un problema supuestamente un origen nuestro, entre varios, es judío. Sería preguntarnos si en realidad somos un pueblo elegido y elegido para qué. Creo que aquí hay un problema también de purismo, en que la administración decidió que existen solo buenos y malos y que no hay matices en medio de esto. No es cierto, y lo digo por mi propia experiencia personal y creo que todo el mundo la tiene, en cada familia alguien está vinculado con el hijo, el nieto o el bisnieto de un mafioso. Aquí hablan de Pablo Escobar como si fuera el padre de la imagen horrible de Medellín, pero nadie ha querido renunciar al padre o nadie ha querido renunciar a la madre que nos ha tocado y todos nos imaginamos que la palabra padre y madre solo es lo lindo y lo simbólico; algunos tuvimos padres violentos o madres violentas o referencias sociales que son dañinas para todos como seres y como individuos. Poder construir sobre la muerte es fundamental para todos, pero si es así, entonces es extraño que la Administración piense que hay que hacer un reinicio. No hay manera de reiniciar desde un Big Bang, porque el Big Bang ya fue y desde entonces hay historia. Ni somos el pueblo elegido de ninguna parte. Como ciudad, somos una sociedad más en Colombia y en el mundo con todas las consecuencias y circunstancias que eso tiene. O sea, aquí no hay ningún inicio ni somos pueblo elegido de nadie, aquí lo que somos y queremos ser depende de todos, de los esfuerzos sociales conjuntos que construyen la sociedad, tomando en cuenta que somos fuerzas sociales diversas, no que somos buenos o malos, o que esta Administración es el punto cero de la inflexión de la memoria e historia de esta sociedad.

 

Alfonso: Podemos empezar por la reflexión de Gabriel sobre lo que se ha pensado para conectar ese parque con otros circuitos ciudadanos en la ciudad.

 

Lina: Yo no sabría responderles esa pregunta porque ustedes saben que este proyecto no se viene liderando desde la Secretaría de Cultura y hay temas que yo no manejo, entonces creo que sería un error contestar algo que yo realmente desconozco. Sí sé que Santa María de los Ángeles no deja de ser un barrio residencial, aunque haya una cantidad de instituciones y oficinas en su cercanía.

 

Gílmer: Creo que ahí va seguir yendo la misma gente de antes, y creo que la gente de otros barrios va a tener muy poca interacción con eso. Y con respecto a lo que dice el caballero, repito que esa palabra víctima del narcotráfico hay que cogerla con pinzas, porque dónde termina la víctima y empieza el victimario, la compleja relación que hay ahí. Esa frontera entre víctima y victimario es muy finita para uno llegar realmente a decir quiénes deberían estar ahí como víctimas. Me parece también muy complicado como lo están tratando. Por eso, pienso yo, no se debería haber hecho nada en términos de un parque de memoria. Hubiera sido mejor darle un uso nuevo al edificio, como unas oficinas, o un colegio. Lo único teso de la demolición es que nos invite a una conversación sobre temas que no se han querido tratar en esta sociedad. Eso me parece importante, pero no es porque la Alcaldía lo quisiera, e igual, ya lo van a tumbar y hacer su parque también, sin entender.

 

Carlos Mario: Ya para terminar. En la cuenta de Tola y Maruja, en Twitter, que es muy buena, que la pueden seguir en @tolaymaruja (RISAS). Pocas intervenciones serias hacen ellas, pero cuando mataron a alias Guacho, ellas dijeron: “¿Por qué se alegran de la muerte de Guacho si es otra víctima del narcotráfico?”. Esto suscitó muchos comentarios y muchos insultos a Tola y Maruja, pero yo a través de ellas me reafirmo, preguntando ¿cuáles son las víctimas del narcotráfico? ¿Somos todos victimas del narcotráfico? Todos somos víctimas del narcotráfico mientras sea ilegal.  ¿Cómo exorcizamos, como paisas, a Pablo Escobar y todo lo que hemos vivido? Hablemos de la legalización, aunque no nos paren bolas, pero al menos hablemos. Entonces, ¿si vamos a aprovechar a partir del qué hacemos con Pablo para conversar y reflexionar sobre eso? Hombre, no hay otra solución que la legalización para que ese fenómeno no se repita, no hay otra opción.

 

Marta: Yo estoy de acuerdo con las anotaciones que se han hecho. Solamente diría que nos merecemos un debate a fondo sobre el tipo de memoria colectiva que estamos construyendo en esta ciudad. Creo que perdimos ese hilo y tendríamos que volver a recuperarlo, porque es muy importante la narración que estamos haciendo de nosotros mismos. No podemos dejar eso en manos de un gobernante.

 

Alfonso: Yo creo que podemos ir redondeando esta oportunidad que nos dimos para charlar a partir de la pregunta ¿Qué hacemos con Pablo? Aquí han surgido una variedad de ideas, pero un punto en común es seguir conversando sobre qué hacemos con Pablo. Necesitamos hablar más de él y acojo también la reflexión final de Carlos Mario que necesitamos incluir en este debate el tema de la legalización de las drogas. Marcaría un punto de inflexión para que no sea uno solo, sino que sean varios puntos de inflexión, y para que podamos seguirle torciendo el pescuezo a esta historia nuestra. Muchas gracias a todos por venir y los invitamos este miércoles seguiremos con este debate en la Universidad Eafit, a las cinco de la tarde, están todos invitados y vamos a seguir dando lora un rato hasta que nos dejen. Gracias.

 


El 22 de febrero del 2019, por decisión del acalde de Medellín, Federico Gutiérrez, se llevó a cabo la implosión del edificio Mónaco, un acto legitimado por su administración como la manera de acabar con “el mito” de Pablo Escobar. Un seguimiento detallado al proceso de ejecución de la demolición, entrevistas con expertos y personas cercanas al proceso y documentos consultados muestran que la narrativa oficial sobre la necesidad de tumbar el Mónaco fue una hábil amalgama de medio verdades y mentiras.

La narrativa oficial de la Alcaldía de Medellín de que derrumbar el edificio Mónaco era la forma más acertada para responder ante “el mito Escobar” se apoya en argumentos falsos. La investigación adelantada hasta el momento demuestra que existieron alternativas, pero estas voces fueron silenciadas, negadas o hábilmente desvirtuadas por la administración municipal. Esta propuesta de periodismo innovador pondrá en escena aquellos escenarios alternativos, confrontará el discurso fomentado por la Alcaldía y mostrará que en vez de acabar el mito Escobar, las acciones de la Alcaldía tienden a fortalecerlo.

Hemos comenzado a publicar el material recogido fruto de nuestras búsqueda, convocatorias y acciones en torno a la demolición del edificio Mónaco y a cómo narrar nuestra conflictiva historia con el narcotráfico. Consideramos que dejar memoria de cómo la ciudad piensa y debate acerca de esta intervención toca una fibra muy propia del ser y la imagen de Medellín.

Aquí presentamos las respuestas de 100 personalidades -entre ellas ex alcaldes, académicos, artistas, dirigentes culturales, sociales, políticos y empresariales- a la pregunta: «¿Considera usted que el edificio Mónaco debería ser demolido o no, y por qué razón?».

Las respuestas se dan a título personal y no involucran ni son vinculantes con las entidades de las que hacen parte las personas invitadas a responder.

Agradecemos de antemano su contribución. La ciudadanía actual y las futuras generaciones agradecerán tener acceso y poder compartir las principales ideas de un momento crucial de nuestra historia reciente.

*Aparecen aleatoriamente cada 5 segundos​

Gerard Martin

 

Por un par de días, no supe si asistir o no al evento oficial organizado por la Alcaldía para observar en vivo y en directo la implosión del Mónaco. No quería perderme el momento histórico. Por un lado, me parecía pertinente asistir para honrar las dos decenas de familiares de víctimas que iban a asistir: los hijos de Galán, la viuda del coronel de policía Valdemar Franklin Quintero, y otras más. Para el proyecto ¿Qué hacemos con Pablo? ya habíamos recibido la opinión de varios de ellos acerca de la implosión del Mónaco, y nos habíamos dado cuenta de que la mayoría de ellos apoyaba la decisión del alcalde por varias razones (como se puede ver en este libro). Asistir al evento de la implosión permitiría saludar a varios de ellos, agradecerles por su participación en el proyecto y responderles cualquier inquietud que pudieran tener.

 

Por otro lado, me parecía que asistir podría ser interpretado como aprobar la decisión y la narrativa de la Alcaldía, cuando nuestro desacuerdo con el proceso solo se había incrementado, una vez que nos dimos cuenta de que había cero interés ni voluntad oficial de tomar considerar los insumos y sugerencias de terceros. Con la amalgama creada por la Alcaldía entre la implosión del Mónaco y el Parque de Memoria insinuaron hábilmente que los que cuestionaron la decisión de tumbar el Mónaco estaban desconociendo a las víctimas del narcotráfico y su derecho a la verdad, justicia y reparación. De este modo, jugaban a la misma falsa dicotomía promovida por la senadora Paola Valencia: quien está con la implosión del Mónaco, está con las víctimas; quien está en contra, está contra las víctimas.

 

A este panorama se suma, como se explica en el prólogo, el argumento de que en la época del Cartel de Medellín no hubo conflicto armado y que todas las personas asesinadas en la ciudad, entre 1983 y 1994, lo fueron por “el narcotráfico” (de ahí sale la cifra de 46.612 víctimas sostenida por esta Alcaldía). Poco importa que en el libro Medellín. Una guerra urbana (Basta Ya), producido por la Universidad Eafit, Universidad de Antioquia y Corporación Región, se pinta un panorama más complejo, como también lo hicieron los autores de En qué momento se jodió Medellín. La Alcaldía produce su propia historiografía: cualquier actor armado responsable de asesinatos entre 1983 y 1994 –como pueden ser bandas, milicias, grupos de limpieza social, guerrilla, paramilitares, delincuencia común, etc.–, no hubieran existido sin “el narcotráfico”, y el único responsable, según la narrativa de la Alcaldía, es entonces “el narcotráfico”, que nos cayó encima, como la peste en otros tiempos, y todo el mundo fue víctima del fenómeno: todos víctimas, ningún responsable.

 

Poco importa que esté ampliamente documentado que las organizaciones mafiosas que operaron eslabones de la economía de cocaína en aquellos años, como la de la familia Escobar Gaviria, o de la familia Ochoa, o de la familia Galeano, lograron su poder con la complicidad de determinados eslabones corruptos del Estado, de políticos mafiosos, de empresarios inversionistas en el negocio y de otros sectores en la ciudad que se dejaron tentar por los dineros calientes. Nada más ajeno a la narrativa de la Alcaldía que demostrar (¿asumir?) responsabilidades políticas, institucionales, o individuales. Declara héroes de la patria a las policías que morían por culpa del narcotráfico, pero no explica que muchos de esos héroes estaban muy aislados en sus propias agencias por la infiltración criminal.

 

Además, para la Alcaldía, el narcotráfico ya pasó: en el parque se rendirá tributo a todas las personas asesinadas en la ciudad entre 1983-1994, que supuestamente todas fueron asesinadas por el narcotráfico, pero de los de antes o después no se habla. ¿Por qué será que, por ejemplo, los dos agentes del DAS asesinados en 1979 por Escobar quedaron por fuera? ¿Será porque son casos que ilustran bien una triste realidad que la Alcaldía no quiere reconocer: que fueron asesinados porque eran de los pocos en el DAS que no se dejaron corromper? La periodización escogida por la Alcaldía no es arbitraria. Deja por fuera la época de las Convivir, cuando la imbricación entre agencias del Estado y narcos se hacen cada vez más evidente. Deja por fuera el MAS (Muerte a Secuestradores). Y debe ser pura coincidencia que esta periodización también deja por fuera el asesinato del agente del CTI, …. Piedrahita, asesinado por ……, miembro de la Oficina de Envigado, y tío paterno de la senadora Paola Valencia. También deja fuera la época en la que Álvaro Uribe fue alcalde de Medellín (1982-83) y gobernador de Antioquia (1995-97). De manera que cerrar con 1994 permite evadir un cúmulo de asuntos complicados y, ante todo, permite decir que todo aquello ya pasó. “Tengan su monumento y su parque, verdad y justicia no habrá, y mejor hacemos borrón y cuenta nueva”.

 

Bajo esta perspectiva, el evento convocado por la Alcaldía para el 22 de febrero de 2019 era, en efecto, un show, como varias voces críticas lo dijeron en sus artículos de opinión o en sus respuestas a nuestra encuesta. Un show para la elite de la ciudad, muy preocupada por la imagen de Medellín y su impacto sobre las inversiones. Y un show para los medios, nacionales e internacionales, para posicionar a Gutiérrez como un hombre con decisión, que no tiene miedo de tumbar un edificio de Pablo Escobar. No hubo ningún trabajo pedagógico previo con los colegios, pero sí un show absurdo en una emisora con un menor que andaba con una camiseta de Escobar. La Alcaldía insistía que todo era en honor a las 46.612 personas asesinadas en la ciudad (1983-1994), pero las únicas víctimas o familiares de víctimas invitadas a la ceremonia eran los de las masacres y atentados más conocidos, e incluso de fuera de Medellín, o sea que ni figuran entre los 46.612 víctimas que la Administración Municipal pretende honrar. Luis Carlos Galán, Guillermo Cano y las víctimas del atentado de Avianca no están entre aquellos 46.612, pero sus familiares asistieron al evento, considerando que cualquier monumento para víctimas del narcotráfico es acertado. Pero entre las víctimas y familiares de víctimas invitadas no había nadie en representación de las miles de personas asesinadas en los barrios populares. Solo sirven como número.

 

¿Cómo superar este dilema de mi parte y honrar a las víctimas, pero sin asistir al evento en el Club Campestre? Alfonso Buitrago lo tenía más fácil, porque había decidido poner a sus estudiantes de Comunicación Social de Eafit a hacer trabajo de reportería durante el evento. En particular, les pidió entrevistar víctimas. Con Alfonso estuvimos evaluando alternativas para mí, en particular observar el asunto a partir de algún balcón de un edificio elevado en el sector, pero también consideraba que realmente ir o no ir al evento no era asunto mayor. Otros dos amigos me dijeron que, no obstante haber recibido invitaciones, no iban a ir, pero un tercero me dijo que sí iba a ir, y consideraba que por realizarse con fondos públicos, no era un evento del alcalde, sino de la ciudad, y con libertad de opinión.

 

Por fin decidí observar la implosión en vivo y directo, pero desde alguna comuna de la zona Noroccidental; es decir, uno de los sectores donde cayeron miles de víctimas, pero cuyos familiares no figuraban en la lista de invitados de la Alcaldía. Me decidí por el barrio Castilla, porque estaba seguro de que desde la terraza de la emblemática Iglesia San Judas de Tadeo, sería posible de ver El Poblado. Llamé a mi amigo Fredy Serna, pintor y maestro en artes, con quien me veo con frecuencia en Castilla, y quien tiene su taller en la histórica casa familiar, en límites entre Castilla y El Picacho.

 

Por teléfono, le expliqué el asunto y me lo cuestionó de inmediato. Que desde la terraza de la Iglesia no se alcanzaría a ver nada y que ni siquiera desde Castilla se alcanzaría a ver algo. “¿Y eso es mañana? Es que yo también recibí la invitación. ¡Venga conmigo!”, me dijo. Entonces le expliqué mis dudas y mis razones de querer ver la implosión desde Castilla. Que, además, según mi memoria, desde la terraza de la Iglesia sí se alcanzaría a ver El Poblado. “¿Pero seguro que es mañana?”. Confirmada la fecha y la hora, Fredy se dio cuenta de que entonces no podría ir a El Poblado, por tener que dictar una clase de cerámica en un taller arriba en El Picacho. “¿Por qué no lo vemos desde allá? –me dijo–. Hay buena perspectiva. Es muy arriba. Y te muestro también el taller de cerámica”.

 

El jueves 22 de febrero, Medellín despertó con el cielo despejado. Se anunciaba un día perfecto para tener buena vista sobre la ciudad desde El Picacho arriba. Empaqué mi equipo de grabación y tomé un taxi hacia Castilla para encontrarme con Fredy en la panadería enfrente a la San Judas Tadeo. Aproveché para interrogar al taxista sobre el evento del día, mientras avanzábamos por los tacos de la mañana. La suerte estaba conmigo, porque el conductor no necesitó más incentivo para lanzarse en una larga diatriba en contra de lo uno y lo otro, que duró hasta llegar al pie de la Iglesia.

 

El señor vivía desde hacía 25 años en Medellín, y últimamente residía en Aranjuez: “Antes era muy violento, pero está muy bueno ahora; pero San Javier está muy bravo; es que la violencia da la vuelta; ¡y puede regresar a Aranjuez también! Eso es extinción de dominio ya. Ahí va a haber un parque. Yo no tengo nada en contra de que lo destruyan. Yo no soy víctima, a mí no me han matado a nadie ni me ha sucedido nada. Pero la mayoría de personas tiene dolientes… Pero toda esa plata que se gastan en eso, ¡a lo mejor hagan algo que da una utilidad para la gente pobre! Algo público o alguna farmacia para los pobres. Tumbar eso para dejar un parque, a mí me parece que no sirve a nada. Y todavía queda mucha cosa de Pablo Escobar de todos modos. Todo turista que viene va al barrio de él, a la tumba, a La Catedral, todos van a ir allá, entonces tumbar eso no sirve para nada o hay que tumbar todo. Hoy en día, Pablo Escobar ya tiene mucha mala fama y acá en Medellín se sabe que fue un terrorista. Parece que en ese parque va a quedar escrito todo, van a decir todo”.

 

Agradezco al conductor por la confianza. Apenas bajé del taxi, escuché la voz de Fredy llamándome desde una mesita en la panadería. Nos sentamos a charlar, mientras llegaban nuestros desayunos. El bulevar de Castilla, como se conoce la carrera 68 para darle caché, estaba ya muy animado, el comercio abierto como cualquier día de semana. Ninguna sincronía, uno diría, con lo que estaba pasando al otro lado de la ciudad, con calles cerradas, habitantes evacuados de los alrededores del Mónaco. La noroccidental es su propia ciudad, con medio millón de habitantes, el doble de El Poblado. Fredy estaba muy animado, contándome de sus múltiples proyectos artísticos en camino, exposiciones previstas, clases por dictar. Lo interrumpí para que nos fuéramos al sitio prometido, porque iban a ser las 10 de la mañana

 

En la misma esquina de la panadería, subimos en un taxi. Fredy dio la dirección. Aproveché, otra vez, con una hora antes de la implosión, para tirar la lengua a este nuevo taxista y captar una última opinión antes del momento señalado. Y, por pura coincidencia, fue igual que el primero: “¿Lo del Mónaco? ¡Ah no! ¿Cuántas millonadas se están gastando ahí? ¡Del pueblo! Yo no le veo gracia a gastar plata en esto. Sinceramente, como ciudadano del común, que se entera muy poquito, yo no le veo razón a eso. ¿Por qué no lo dejaron así e hicieron un hospital, hicieron algo, algo? ¡Y vea la pantalla que se están dando con esto! ¡Y dicen que todo es para honrar a las víctimas! ¿Para las víctimas, que están haciendo? ¿Por qué será que no les dieron la plata de una vez? Es que si se lo dan a las víctimas, no pueden robar ellos. Es sencillo. Dicen que es en su honor, pero ¿cuánta plata no se ganaron por tumbar eso? ¿O será que soy un ignorante? ¡Esos carajos!”.

 

Al bajar del taxi, Fredy se reía: “¡Hice que el conductor diera una vuelta más larga, para que la entrevista te rindiera! Podríamos haber ampliado una hora más”. No me había dado cuenta de nada, por estar concentrado en lo que decía el conductor; pero al bajar me advertí que realmente habíamos llegado casi al borde de los barrios, ahí donde empieza la trocha para subir al mirador del cerro.

 

Había una concentración de equipamientos escolares y deportivos. Fredy me explicó que en uno de ellos coordinaba un taller de escultura y quería entrar para mostrarme todo. Le dije que no, que lo primordial era encontrar un sitio panorámico. Eran las 10:15 a.m.

 

CONV 43 Picacho con Futuro

 

Entramos un momento en las instalaciones de la Corporación Picacho con Futuro, que quedaba justo al lado del colegio. Nos encontramos con Diego Arango, el joven director ejecutivo de Picacho con Futuro. Diego es la segunda generación, porque esta ONG fue creada en 1986, o sea hace 35 años, y Diego nació en 1989, cuando Picacho con Futuro ya existía. Tenía cuatro años cuando Escobar fue dado de baja, y cuando su familia se instaló en este sector. Si la ONG que Diego dirige fue creada en plena época de Escobar, para Diego es cosa del pasado, y ante nuestra invitación a si se quería acercar con nosotros a la cresta del cerro para observar la implosión, no se animó y nos explicó que ni siquiera sabía que eso era para hoy. “Yo no me he detenido mucho a pensar en lo del Mónaco. El Mónaco lo he apenas conocido como unas ruinas y con la anécdota que fue de Pablo. Pero sí creo que la ciudad debería ser más creativa en ayudarnos a comprender –incluso a los de mi generación– por qué pasó lo que pasó. Porque cuando uno viaja al exterior, y pasa por un aeropuerto, como el de Barajas en Madrid, y una vez que se dan cuenta de que somos de Medellín, nos preguntan cosas. Entonces, la ciudad tiene esa deuda con las generaciones más jóvenes, que no vivieron aquella época, de lo que significa ser de Medellín, y porque esto pasa por la historia de Pablo”.

 

Le pregunto entonces por lo que piensa de la decisión de demoler el Mónaco. “No sé, pero pienso que han faltado diálogos, y debería ser una decisión de ciudad, una especie de consenso, que permitiría que todos entendiéramos mejor la situación y el vínculo histórico que nos une. Como sujetos y como ciudad tenemos la opción de olvidar, pero también de recordar. Y si tú le preguntas a la gente que vive en el barrio Pablo Escobar, tal vez dirán que hay que guardarlo, pero si preguntas a los que viven en los edificios alrededor del Mónaco y alrededor del Club Campestre, allá dirán que hay que eliminar esas güevonadas. Y acá, en este sector de la ciudad, realmente no sé. Yo vivo acá desde hace 25 años, y mi generación no está muy ligada a lo de Escobar, o tendría que ser por lo del consumo de drogas. No es una generación que recuerde mucho las bombas, más bien las plazas [de vicio]. Pero como ya lo he dicho, esto no quiere decir que no hay una deuda con mi generación en cuanto a “qué es lo que pasó con Medellín”.

 

Hablamos de lo que esta pasando en Bogota: el Museo, los monumentos, …..

 

Salimos cuando quedaron 9 minutos …. “

 

Las respuestas de Diego fortalecieron mi impresión de que todo este asunto del Mónaco, al fin y al cabo, era mucho más un tema de El Poblado, de los medios de comunicación, e incluso hacia el exterior. “Yo creo –explicó Fredy– que lo que hagan o no hagan con el edificio Mónaco, entre la gente del común, eso a nadie le importa. Son ellos, allá, en El Poblado, los que le dan mayor protagonismo, por lo que representa y por el lugar donde está, contiguo al Club Campestre y en la Milla de Oro. Es un asunto ante todo político, y no tanto social o de memoria de la ciudad”.

 

Faltaban diez minutos para las once y me vi forzado a interrumpir la charla con Diego, porque no quería perderme la implosión. Diego, efectivamente, no se animó a acompañarnos y Fredy y yo regresamos entonces hacia el punto más panorámico. En el camino incité a algunas personas con: “¿No vienen a ver la implosión de El Mónaco?”, pero nadie pareció interesarse por el tema y, además, no parecían ni siquiera estar al tanto de que esto iba a suceder ese día. Dos estudiantes del colegio del barrio se acercaron, pero aclararon que no sabían de qué se trataba. “¿No han hablado del tema en el colegio?” “No señor, nada. ¿Qué es?”.

 

Otros dos señores estaban lavando un bus, en la calle. Les expliqué que estaba haciendo un reportaje sobre la implosión de El Mónaco y les pregunté si tenían una opinión. Uno de los dos, que se identificó como Walter … C40 [K debe escuchar] ….

–No, no estoy de acuerdo. Es mejor que se conozca la historia, la historia de Malombia–me dijo.

–¿La historia de qué? –le pregunté.

–La historia de Malombia, de lo mala que ha sido Colombia –respondió.

–¿Y qué dicen sus amigos, aquí en el barrio?

–No hemos hablado con ellos. Acabamos de llegar de viaje de Cali, con el bus, y no hemos todavía hablado con ellos.

 

Saúl Lopera, del barrio 12 de Octubre: “Yo, lo que pienso, a mi conciencia, es que eso está bien lo que van a hacer el Estado. Porque en este país se vivió una guerra atroz. Hubo mucho derramamiento de sangre. Y en este momento, en ese punto donde está El Mónaco, van a hacer algo importante, como un parque recreativo que está más bien para la comunidad. Me da pesar ver tanta inversión [en la implosión] y la gente que puede tener problemas por la implosión de ese edificio. Pero gracias a Dios, y si Dios quiere, que no pase nada con la tumbada de ese edificio. Pero eso va a ser bien para todos”.

 

Era un día despejado, pero no vimos nada que indicara que algo estaba por suceder. No había helicópteros, o por lo menos no los alcanzamos a ver desde allí. Tomé un par de fotos y puse el micrófono a Fredy: “Estamos a un minuto de la implosión. Ya vamos a ver si lo alcanzamos a ver. El sonido, no; pero el polvo, sí. Pues, que vuelen ese edificio, es un momento histórico para la ciudad. Pero yo no creo que eso alcance para borrar la memoria de lo que pudo significar el narcotráfico para nosotros. Eso no lo borran así de fácil”. Pregunté a uno de los tres hombres del barrio, que estaba al lado de nosotros: “Alexis Lopera. Mucho gusto. Pues, esa historia de Pablo Escobar nunca la borrarán de Medellín. Ha marcado la historia aquí y siempre va a quedar marcándola, o sea, la historia de Medellín. Lo han marcado como el narcotraficante más grande de toda Colombia, papá”. 

 

Una de las jóvenes estudiantes se acercó y preguntó por lo que estaba pasando. Y Fredy explicó otra vez: “Van a implosionar un edificio que era de Pablo Escobar, y se llama El Mónaco. Es un edificio al que le pusieron una bomba para matar a Pablo, pero no lo lograron. Ahí estaba la familia, cierto, y, pues, ahora, esta administración lo va a demoler porque van a hacer un parque, supuestamente para las víctimas del narcotráfico. Pero, a ver, o sea, ¿ustedes no sabían del edificio? (Movieron la cabeza en señal de no). ¿Pero sí sabían de Pablo Escobar? (Movieron la cabeza en señal de sí). ¿Qué saben de Pablo Escobar?”. Una de las estudiantes respondió: “Que era un narcotraficante, el más poderoso, y que mataba mucha gente”.

 

Como estábamos en el momento mismo de la implosión, ahora sí los pocos reunidos querían saber dónde, en el lejano horizonte, se veía. Ubicamos el aeropuerto, las tres torres del San Fernando Plaza, y también la torre de un edificio blanco, con una pirámide en la parte superior, que sabíamos estaba cerca a la entrada principal del Club Campestre. Pero seguimos sin ver el más mínimo movimiento.

 

Yo les pregunté a las mismas estudiantes si sabían en realidad que se iba a demoler el edificio.

–No, no sabíamos –respondieron.

–¿Pero no hablaron de esto en el colegio? –insistí.

–No, en el colegio no se habló –dijeron.

–¿Y en la familia?

–No. Tampoco.

–O sea, ¿no sabían nada de nada?

–No.

–¿Pero saben lo que es el edificio Mónaco?

–No.

–¿No? O sea, ¿nunca han escuchado hablar de él?

–Pues, que he escuchado alguna vez, sí, por ahí lo han mencionado, y sé que queda en El Poblado, pero del resto, no. ¿Pero es ese el que van a tumbar ahora las once?

–Sí. Ahora lo van a tumbar.

 

De golpe me di cuenta de que toda aquella campaña de comunicación oficial había sido una cosa de medios, no más. Los colegios no habían sido implicados. No se había producido o entregado materiales para transformar esto en un momento de aprendizaje para la ciudad. Aquí la gente realmente no estaba informada. Iban 18 meses desde la decisión del alcalde de tumbar el edificio, pero nada…. 

 

Fredy (¿le preguntó a las estudiantes?): “¿Ustedes si recuerdan esa bomba?”Claro!”.Ustedes estaban peladitos en esa época, ¿oh no? ¿Cuantos anos tienen?”Yo voy para 33, todavia me acuerdo de esa. [Dificil de creer, porque Alexis tenía entonces apenas un año de edad].

 

Pasó a ser las 11, pero no escuchamos nada similar a una explosión ni vimos una nube de polvo. Fredy consideraba que de todos modos no íbamos a lograr escuchar nada, por tratarse, en el caso de una implosión, de una serie de micro-explosiones, y no una sola explosión. 

 

Logré atraer tres jóvenes más hacia nuestro sitio. Andaban por la calle de al lado y me parecieron muchachos de la vida dura. Uno se identificó como Rodrigo, nos dijo que vivía cerca, en el 12 de Octubre. Le pedí su opinión sobre la implosión. “Siempre y cuando sea beneficioso para la ciudad, me parece bien. Pero que no vayan a tumbar eso y que nos quedamos con un elefante blanco”. Le expliqué que la Alcaldía pretendía hacer allá un parque para las víctimas: “Eso sería bueno, siempre que sea para las víctimas. Pero no creo que la gente de por aquí, por ejemplo, iría a visitar mucho ese parque”. Le pregunté si allí, con amigos, habían hablado del tema. “No. Esto no se comenta mucho por acá. También, como nos hemos levantado en una guerra toda la vida, a la gente se le pasan las cosas, y se las olvida rápidamente. Porque lo de las bombas, todos lo vivimos, en los barrios y por todas partes. Incluso, me parece, algunos no quieren volver a recordar todo eso”.

 

Seguimos observando a lo lejos El Poblado, pero nada se movía ni se escuchaba. Tampoco se veía a nadie más asomado por ningún balcón, terraza, esquina o techo en el barrio, pendiente de la implosión. Éramos los únicos interesados. Fredy amplió la reflexión de Rodrigo, sobre la omnipresencia, en la década de los 90, de las bombas y el terror. “Lo que pasa es que aquí, en estos barrios, las víctimas también eran victimarios y los victimarios, víctimas, ¿me entendés? Porque, muchos de los que se metieron: ¿qué alternativas tenían esos jóvenes? Hoy es diferente. Hoy tenemos más o menos una buena infraestructura de colegios, de canchas. Esta chimba de parque aquí, donde estamos: ¿cómo pensás que era esto en aquella época? Pero aquí mataron. Aquí hubo muertos. Si se trata de hacer parques para las víctimas del narcotráfico, habría que llenar la ciudad con ellos”.

 

Otro de los tres jóvenes también se mezcló en la conversación. Se presentó como Carlos Velásquez, de 33años, de El Picacho “toda la vida”. Le pregunté por su opinión respecto al Mónaco y respondió sin dudar, pero más para sus amigos que para nosotros, me pareció: “Yo pienso que Pablo Escobar era el más grande narcotraficante que ha habido en la historia. ¿Por qué? Ese señor era único. Era el más grande. Lo que hacía él, no lo hacían los otros. Entretenía por un lado, y mandaba por otro. Nadie ha superado a ese señor, hasta por el momento, pues. Muchos dicen que era muy malo, pero a la hora de verdad, era malo con los que eran. Ese man era ante todo comprensivo con la gente y humilde con el pueblo colombiano y con la ciudad, que era la de él. Entonces a mí me parece que está muy mal hecho que estén tumbando ese edificio. No me gusta que lo tumben, porque es un buen recuerdo, eso es patrimonio. Además, el mismo gobierno sabe que nunca hubo un man que le diera tanta lora como ese”.

 

El tercer joven, que no quiso dar su nombre, precisó lo de la violencia que hubo en el barrio en otros tiempos: “Lo que es este morro, aquí donde estamos, esto era de muertos. Mejor dicho, aquí había combate cada día. Esto fue de arriba hacia abajo de abajo hacia arriba”. Le pregunté a qué época se refería: “Esto era cuando yo tenía 14 añitos, hace 20 años más o menos”.

 

C44:

Una de las estudiantes preguntó: “¿Sobre esto va a haber noticias hoy?”. Le explicamos que seguramente sí, y que había 2000 personas reunidas en El Poblado, en este preciso momento, para observar la implosión.

 

Nadie tenía minutos en su celular para verificar si al fin y al cabo ya se había tumbado o no El Mónaco. “No ha explotado nada –dijo Fredy–, porque no hemos visto nada. Puede ser que se demoran 15, 30 minutos, una hora más. Lo de siempre”. Vi un kiosco, al otro lado del espacio verde, y nos acercamos para preguntar. Un señor, sentado en un sillón como si no se hubiera levantado por días enteros, estaba mirando un televisor. Pero no estaba mirando el evento en El Poblado, sino el concierto en la frontera colombo-venezolana, que, por pura coincidencia, también era ese día. Le pregunté si podía cambiar por un instante hacia otra cadena, para ver lo de El Mónaco. No se animó. Dijo que era el único canal que había y que no se captaban las cadenas locales. Sospeché una mentira, pero mientras nos alejábamos para buscar otra tienda y averiguar, Fredy dijo que por estos lados de la colina muchas veces los canales locales efectivamente no entraban o que la suscripción al cable que tenían no los incluía. En otra tienda que encontramos también estaban mirando el concierto. Y nada sabían de El Mónaco ni que la implosión era ese día. Pregunté a otro par de personas en la calle, pero nadie tenía respuesta. Decidimos ir al colegio donde estaba el salón de esculturas donde Fredy debía dictar su taller, a ver si allí encontrábamos a Diego, un amigo de Fredy.

 

Ya me estaba preocupando porque nos íbamos a perder el show, y desde el interior del colegio no había ni la más mínima vista en dirección a El Poblado. El taller es un esculturas, un especie de rariteiten cabinet…

 

Llegó David Herrera, un joven historiador de la Universidad Nacional. Él sí tenía acceso a Internet y nos dimos cuenta de que todavía el edificio seguía de pie. Cerramos el espacio –prometiendo a Fredy que regresaríamos más tarde para escuchar todas las historias del taller de escultura– y regresamos a nuestro punto panorámico. Ahora éramos los únicos tres en el lugar. No veíamos nada, pero de golpe…

 

Grabé a Fredy y a David comentando “live” la columna de humo que se levantaba…

 

Abandonamos el sitio en busca de un almuerzo en la Y, un punto céntrico en El Picacho, cerca de donde se estaba construyendo una de las estaciones del Metro cable. Por donde pasamos –tiendas, kioscos, bares y restaurantes– la televisión mostraba el concierto en Cúcuta. Nadie estaba mirando lo de El Mónaco.

 

En el cruce de la Y nos sentamos en la terraza de un pequeño restaurante. Pedimos un pollo con papas, arepas y tres cervezas Club Colombia. La televisión estaba mostrando el concierto en Cúcuta. Fredy pidió cambiar de canal. Los demás clientes tal vez pensaron que íbamos a cambiar por algún partido de futbol, pero no a TeleMedellín para ver lo de El Mónaco. Hubo algunas miradas en nuestra dirección, pero nadie protestó, tampoco nadie prestó atención a lo de El Mónaco. Pregunté a Fredy y David por qué la gente estaba tan interesada en el concierto en Cúcuta, si era por los buenos músicos, tal vez, o por solidaridad con Venezuela. Según Fredy …. Según David ….

 

Al final del día, me quedó claro que, si yo no hubiera llegado, ni Fredy ni David ni el puñado de vecinos con quienes estuvimos hablando en el sito panorámico, hubieran mirado la implosión. ¡La Alcaldía tendría que agradecerme por haber sumado público a su show!

En lo que sigue están las narrativas editadas de tres propuestas (de las 50?) para el parque presentadas en un conversatorio organizado por La Polita.

El espacio de discusión, organizado por contó con la participación de representantes de cinco talleres de arquitectos (Taller Síntesis, DARP, MAPAS, Taller de Arquitectos, Estudio Territorio) y otros interesados, en particular El Museo Casa de la Memoria (Arq. Isabel Dapena). La edición de las memorias fue realizada por Verónica López Vélez y Luisa Gil Restrepo.

 

            Las bases del concurso exigían hacer una propuesta que no contemplara sugerencias de aprovechamiento, reutilización o cambio de uso de la estructura del edificio Mónaco, pues su demolición ya era una decision tomada. No obstante, algunas propuestas ignoraron esta limitante y se arriesgaron a incluir sugerencias para el aprovechamiento del edificio en pie, teniendo clara la posibilidad de ser descalificados por los jurados.

            Incluimos esta sección para dejar entrever que las diversas propuestas tenían muchos aspectos importantes que puderion haber contribuido a un debate de ciudad. Gracias al debate convocado por La Polita, conocemos estas proposiciones, pues la Alcaldía no hizo ningún esfuerzo por propiciar un espacio para un debate público alrededor del concurso y las propuestas.         

Las 50? propuestas completas están en los archivos de la Asociación Colombiana de Arquitectos, seccional Antioquia (incluir vínculo web).

 

  1. PROPUESTA TALLER SÍNTESIS

www.tallersintesis.com

 

            Medellín ha estado en la búsqueda constante de lo nuevo, del futuro, y para ello históricamente ha renegado su pasado, escondiéndolo y, en muchos casos, destruyéndolo. Por esto, es difícil encontrar las huellas de lo que ha definido la ciudad y sus modos de vivir.

Demolemos casas, teatros, fábricas y chimeneas, prácticamente nada queda de la ciudad colonial y poco de la ciudad de los primeros años de la independencia. Hemos llegado al punto de no contar con un centro histórico, pues las huellas de la ciudad industrial cada día caen demolidas para reemplazarlas por “lo nuevo”.

Este deseo por la novedad distorsiona el pasado de la ciudad y sus habitantes, ocultando las raíces que deberían permitir entender los procesos de esta urbe y darle en parte solución a sus problemáticas. Dentro de esta misma lógica, de ocultamiento del pasado, se opera acerca de la durísima violencia producto en gran parte del narcotráfico, que asoló la ciudad durante las décadas de los ochenta, noventa y dos mil, cuyos coletazos aún se sufren.

            Son notorios los esfuerzos de la urbe por construir una nueva narrativa que la aleje de la etiqueta de “la ciudad más violenta del mundo”, que en algún momento ostentó. Sin embargo, esto también ha implicado convertir en tabú las historias del pasado reciente e incluso del presente de la ciudad. Inconscientemente se ha tapado a las víctimas, debido a que de alguna manera hemos tenido un familiar, amigo o conocido relacionado con el narcotráfico.

            Ocultar esta historia significa ignorar la suerte de más de ciento treinta mil personas afectadas, que entre 1980 y 2014 fueron víctimas directas del conflicto en la ciudad (seis de cada cien habitantes de Medellín) y eliminar el contenido de los lugares donde se dieron los hechos. Borrar las voces de las víctimas, su resistencia y capacidad no solo de sobrevivir, sino de transformar su realidad.

            Creemos que no se deben borrar las huellas de esta historia, por el contrario, debemos desnudar sus símbolos y así lograr alejarlos de la visión morbosa y turística. Visibilizando a las víctimas y sus historias; mostrando los daños causados por el conflicto; centrando la atención en conocer la verdad; facilitando su estudio, comprensión y asimilación. Un proceso en el que la historia sea una herramienta para mejorar el futuro.

            Ser parte de la premisa de que es necesario conservar el edificio por su contenido histórico, pero que este deber ser intervenido. Eliminando lo superfluo, las fachadas, lo que aislaba a la ciudad de la edificación y ocultaba la realidad de lo que sucedía en el interior. La estructura se libera, en un proceso en el que se generan escombros que se reutilizan por medio de gaviones en muros, bancas, etc., un ciclo en que el parque se construye de la memoria.

            Al conservar únicamente la estructura del edificio, este adquiere una trasparencia que permite que la ciudad fluya a través de él, manteniendo a su vez la huella del hito histórico. Esto también permite que el parque-memorial adquiera tridimensionalidad y que pase de ser un pequeño parque de escala barrial a un mirador que establece relaciones con toda la ciudad y con los hechos derivados de la violencia del narcotráfico, que marcaron innumerables puntos de Medellín.

            Se propone, además, un programa complementario. En la parte superior, unos pequeños pabellones, estructuras livianas, casi inestables, enmarcan la mirada y permiten reconocer algunos de los hechos vinculados a las horas más oscuras de la ciudad. También, en lo que anteriormente era el sótano del edificio, se diseña un centro documental que permita la investigación histórica, donde se articule pasado y presente.

            Dentro del parque la vegetación y la luz se convierten en herramientas de construcción de memoria: las luces, un camino hecho de pequeños puntos, cuentan, en medio de la historia de toda una ciudad, las narraciones individuales de los miles de afectados por la violencia. Los guayacanes rosados representan los ciclos, el trasegar del tiempo, el sobrevivir y la esperanza de un mejor futuro, mientras que, hacia el borde del parque, árboles de gran porte velan la presencia del edificio hacia el exterior del parque, convirtiéndolo en una presencia que todos saben que está ahí, pero no quieren reconocer. Se conserva también la vegetación existente, pues conservarla es mantener la presencia de otro tiempo. Árboles que vivieron en cuerpo propio los hechos que se cuentan en el parque memorial.

 

  1. PROPUESTA DARP darp.com.co

 

            El jardín de la memoria se emplaza en el predio donde por más de 30 años permaneció el edificio Mónaco, un lugar que fue escenario de un doloroso período de la historia de Medellín, por tanto, el proyecto representa la oportunidad de transformar un símbolo asociado a la muerte y destrucción, por uno que evoca el cambio y la esperanza.

            Al igual que la trama urbana de la ciudad de Medellín se adapta a la topografía irregular del Valle de Aburra, la propuesta se configura a partir de superponer una trama ortogonal al terreno existente, generando diversos recorridos en un espacio en el que la vegetación, el agua y la luz, confluyen para transportar al visitante desde un sitio de encuentro colectivo a un lugar de reflexión íntimo. Un encuentro entre opuestos, donde la geometría ortogonal y la orgánica de la naturaleza, la luz y la oscuridad, se funden para dar paso a un espacio de reflexión y memoria.

            Este principio ordenador del espacio promueve la llegada de nuevos relatos y narrativas, que se encuentren y propicien reflexiones sobre los hechos que sucedieron alrededor de este lugar, con el fin de revalorar, conmemorar y rendir un respetuoso homenaje a las víctimas. De esta manera se busca, con la trama ortogonal, reconocer el pasado que se encuentra con un nuevo y mejor presente.

            Es así como el parque público “Espacio de Memoria y Reflexión” da paso al Jardín de la Memoria, un lugar abierto, democrático e integrado al barrio circundante y al sistema de espacios públicos del sector, conformándose a partir de la vegetación existente que se enriquece con propuestas de especies nativas, generando sitios de reflexión y de encuentro a diferentes escalas, que permiten ser transformados en el tiempo, adaptándose al uso cotidiano como equipamiento de escala barrial o como referente a escala de ciudad.

            El recorrido a través del jardín hace las veces de preámbulo al Pabellón de la Memoria, un pasaje lineal descendente, que aprovecha la topografía del lugar, que sumerge al visitante en una superficie de agua uniendo el jardín y el cielo, que se entierra hacia el relato, encontrando al pasado con el presente.

            Un Monolito Piedra, estructura vertical de granito negro donde agua y luz se funden, emerge del espejo de agua como elemento que destaca dentro del conjunto, un objeto situado en el paisaje de manera conmemorativa que marca el paso del jardín al pabellón. En su interior el visitante puede apreciar 460 puntos de luz que rememoran las más de 46.000 muertes que se dieron en este oscuro periodo, en el que el narcotráfico devoró a generaciones enteras de jóvenes de la ciudad y sumió a la sociedad en una cultura de la muerte y el miedo.

            Dos momentos conforman el Pabellón de la Memoria. El primer momento es de oscuridad, un paso descendente por una rampa angosta y sombría que vincula al visitante con este periodo violento y trágico de la historia, el segundo momento da paso a la luminosidad, lugar en donde el agua en movimiento, su refracción con la luz, combinado con el sonido y los jardines exteriores, configura un sitio de reflexión personal, purificación y sanación. Un muro conmemorativo acompaña este punto del pabellón, donde los hechos y datos de este periodo permiten incorporar intervenciones temporales que, a modo de ofrendas, permitan honrar a las víctimas.

“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. José Saramago

 

  1. PROPUESTA TALLER DE ARQUITECTOS (¿página web?)

 

Cuando los acontecimientos vividos por un individuo o por un grupo humano son de naturaleza excepcional o trágica, tal derecho (el derecho a la memoria) se convierte en un deber: el de recordar y el de testimoniar.

Tzvetan Todorov

 

            La propuesta Parque Memorial Medellín busca generar un espacio público de diálogo entre las memorias construidas sobre el fenómeno del narcotráfico en Medellín durante la década del 80 hasta mediados de los 90 y una ciudad que necesita reconocerse en dignidad y respeto con las víctimas de la violencia y los ciudadanos de hoy.

            Se desarrollará con base en la elaboración de un parque cívico-memorial en el cual hay una activación y reinterpretación de elementos materiales y espaciales que existían en el lote del edificio Mónaco, asociados a hechos históricos y sociales que son reunidos en torno al fenómeno del narcotráfico en el período ya mencionado.

            Esto se realizará a través de una serie de estrategias formales y materiales que interpretan y proponen relecturas de lo sucedido. Se conservará una sección del muro de contención existente, teniendo en cuenta que es el único elemento que se garantiza perdurará luego de la implosión del edificio, manteniendo así la variación de nivel que existe en el lote y que le da marco al espacio de la memoria.

Un lugar flexible y cambiante en el tiempo que genera tanto una plaza como un espejo de agua, lo cual crea un sentido que irradia solemnidad, tranquilidad y respeto hacia todo el parque cívico-memorial. Se proponen dos ejes que atraviesan longitudinalmente el parque con el fin de sugerir circulaciones que activen múltiples dinámicas por parte de los ciudadanos, en contraposición a unas actividades preestablecidas en el lugar.

            Se coserva en buena medida los niveles existentes en el lote, que permiten generar un balcón en relación con el lugar de la memoria, el espejo de agua ubicado en el nivel inferior que, al igual que el muro que lo contiene, produce un juego de reflejos en el que los ciudadanos pueden verse a sí mismos como partícipes de las memorias que confluyen allí.

En la zona donde se situaba la cancha se instalarán una serie de monolitos luminosos donde estarán grabados los nombres de los lugares propuestos para el recorrido. En el lugar donde existía la piscina, se propone la creación de un jardín sembrado por familiares de las víctimas y sobrevivientes. Ambos espacios inmersos en una atmósfera diferenciada, creada por medio de pulverizadores de agua.

            Todo lo anterior enlazado por la presencia en todo el lote de una serie de esferas que se convertirán en el elemento identitario del parque y se reproducirán en los espacios representativos de la ciudad y del país que padecieron la violencia del narcotráfico. Dichas esferas, de diferentes diámetros, hechas en concreto y escombros reciclado de la implosión del edificio, reconocerán y nombrarán a las víctimas, ya que tendrán grabados en bajo relieve sus nombres.

En su ensayo sobre la memoria, Tzvetan Todorov plantea la idea de que la memoria es una selección y conlleva siempre la supresión de algunos hechos. Las memorias existentes sobre lo sucedido en Medellín en los 80 y los 90 son diversas, sin embargo, hay una narrativa, entre muchas, en la que los victimarios son valorados como un modelo de éxito social.

            Se plantea un espacio en el que se susciten diferentes lecturas e interpretaciones de los sucesos trágicos de la Medellín de la época. De esta forma, en esta propuesta se considera que es importante que la ciudad se circunscriba a lógicas de humanización en las que el reconocimiento de pasados trágicos e incómodos posibilite la configuración de la identidad cultural.

Es decir, escenarios de vocación, función y sentido en lo público como lo es un parque cívico-memorial que se ofrece como la instancia en la que confluyen la reinterpretación del imaginario legitimador de actores ilegales frente a la humanización imprescindible de las víctimas y de las resistencias que se opusieron de manera justa y cívica al orden y el miedo imperantes en la ciudad.

            En ese sentido, la propuesta no busca generar un discurso unívoco sobre los hechos trágicos del pasado asociados al narcotráfico ni institucionalizar la memoria. En lugar de eso, se busca que la espacialidad que esta propuesta configura propicie en los visitantes una experiencia que les permita elaborar una mirada (o problematizar la existente) sobre los hechos que vivió la ciudad, como una alternativa de imaginarios que se contrapongan a los penosamente convencionales.

            La posición crítica que plantea el Parque Memorial Medellín tiene claro que la versión sobre la presencia y horror de la violencia del narcotráfico en la ciudad en ese periodo no puede ceñirse de forma única a las versiones institucionales ni a las mitológicas, que se han dado sobre personajes como el penoso señor Escobar. De esta manera, se sitúa una posición que pretende reconocer y vincular a las víctimas y a las organizaciones cívicas de ciudad, como aquellos cuyas versiones deben ser las preponderantes.

Es así que tratamos de controvertir todos los imaginarios legitimadores del modelo moral del dinero como valor superior sobre la vida, a través de contradecir materialmente un espacio que le perteneció al máximo referente del fenómeno del narcotráfico en el mundo. Esto se hace al contraponer las lógicas de uso privado de los elementos en su propiedad, como la cancha, la piscina y la misma edificación, con elementos de orden comunitario y público, por medio de la ubicación de espacios de vacío en donde hoy está el edificio y espacios llenos donde hoy hay lugares abiertos.

            Este parque está llamado a complementar los equipamientos y espacios ya existentes en la ciudad vinculados al tema de la memoria, que incluso trascienden el territorio regional y se escalan a nivel nacional. Es por esto que el proyecto propone un recorrido de ciudad que busca dos cosas: controvertir el discurso del narcotour como versión predominante e instalar una alternativa de conocimiento de los hechos trágicos asociados al espacio y la memoria específica de la ciudad, desde una serie de apuntalamientos que nombran el valor de las personas, agentes culturales, cívicos y sociales que presentaron resistencia a aquellos modelos morales, ilegales e ilegítimos que avasallaron desde el terror a la ciudad y el país.

Es así como se propone la instalación (como símbolo, a modo de efigie, que unifica todos estos espacios) de las mismas esferas del parque, construidas con escombros del edificio Mónaco, en varios lugares de la ciudad y del país que fueron afectados por hechos de violencia.

            Entre los lugares escogidos para el emplazamiento de los elementos memoriales que nombran los dolorosos hechos históricos, se presentan algunos donde preexisten ejercicios de memoria que nacen de iniciativas ciudadanas como el altar a la virgen en la Esquina del Movimiento en el barrio La Milagrosa y el mural en la Iglesia de Santo Domingo Savio en la Comuna 1-Popular. Otros fueron generados por el Estado, como el de la masacre de Villatina, ubicado en el parque de El Periodista; por la municipalidad, como el de Andrés Escobar en la Unidad Deportiva de Belén; y en otros no hay nada que indique que algo sucedió, pero los hechos están grabados en la memoria de quienes vivieron esa época, como la Plaza de Toros La Macarena o la sede de ADIDA, donde fue asesinado Héctor Abad Gómez.

            Es importante señalar que esta propuesta se basó en una búsqueda documental y en entrevistas realizadas a personas que pertenecen o pertenecieron a organizaciones civiles, culturales y gubernamentales, y que aportaron a la sociedad una resistencia no violenta al momento aciago que vivió la ciudad. A partir de dicha indagación se identificó que las cifras entregadas por la EDU para la elaboración de esta propuesta son las mismas que aparecen en el informe Basta Ya. Medellín: memorias de una guerra urbana del Centro Nacional de Memoria Histórica.

De este hallazgo se recalca que aunque no todas las víctimas del periodo 1983-1994 son atribuibles al narcoterrorismo, este sí logró permear todos los demás grupos armados en disputa, generando alianzas con uno u otro actor, de acuerdo con sus intereses en el momento, que le dieron un matiz característico a esta violencia en comparación con otras ciudades como Cali y Bogotá, que aunque también tuvieron hechos de violencia de origen narcoterrorista, no respondieron siempre a las mismas lógicas ni a la misma escala que en Medellín.

            Lo anterior significa que la propuesta reconoce como víctimas del periodo de violencia 1983 – 1994 no solo a las muertes directas generadas por las acciones atribuidas al narcoterrorismo, como el asesinato del miembro de la Policía Valdemar Franklin Quintero, las víctimas del “plan pistola” o los muertos de los muchos carros bomba, sino que incluyen los asesinatos a líderes comunitarios perpetrados por grupos paramilitares; a las víctimas de la “limpieza social” llevada a cabo tanto por grupos de izquierda armada como las Milicias Populares o por grupos paramilitares; a los defensores de derechos humanos; a quienes murieron en las disputas territoriales al interior de los barrios y comunas de la ciudad; a los sindicalistas y militantes de partidos de izquierda que fueron asesinados o desaparecidos selectivamente de manera individual y en masacres, y de quienes no se han esclarecido los perpetradores. Por último, a las víctimas de los actos de terrorismo de Estado que se dieron en la confrontación a Pablo Escobar y al Cartel de Medellín.

 

    

En la Polita se escucharon frases como:

 

Compilado de memes que surgieron con la implosión del Mónaco

Alfonso Buitrago, “Alcalde de Medellín quiere demoler edificio emblemático de Escobar”, El Tiempo, 14 de mayo 2017

 

       Hablar o visitar cualquier referente que recuerde la presencia de Pablo Escobar en Medellín puede significar un regaño del alcalde Federico Gutiérrez. Pasó hace cerca de un año cuando el reguetonero puertorriqueño J. Álvarez, antes de ofrecer su concierto en la ciudad, publicó unas fotos exhibiendo una camiseta que decía ‘I’m Cartel’, por el frente, y por detrás el apellido Escobar. 
“Yo sí le voy a pedir una cosa, y le exijo respeto por esta ciudad. ¿Usted sabe quién fue Pablo Escobar? Eso es una ofensa para la ciudad, y no solo para la ciudad, sino para el país”, le dijo el alcalde a Álvarez. “No, mira, verdad, superignorante. No sabía. Me puse la camisa. Luego me dijeron que no me la podía poner, me la quité rápido. No le faltaría el respeto nunca a Colombia y a Medellín menos, porque allá fue donde empecé. Por eso le pido disculpas al alcalde”, fue la respuesta del artista.
            Volvió a pasar casi un año después, en marzo de este año, con el rapero estadounidense Wiz Khalifa cuando hizo un ‘tour’ por lugares que recordaban al fallecido capo del narcotráfico y se tomó fotos, entre otras, en el edifico Mónaco, en el sector de Santa María de los Ángeles en el barrio El Poblado. En primer plano se veía al rapero, con un cigarrillo en la boca y con un buzo y un pantalón ancho de color beige y a sus espaldas el abandonado edificio donde, en febrero de 1988, hace casi treinta años, el cartel de Cali hizo explotar ochenta kilos de dinamita con la intención de matar y hacer daño a la familia de la cabeza del cartel de Medellín.
            Ubicado en un exclusivo sector de Medellín, fue en la época de los 80 la residencia oficial de la familia del capo Pablo Escobar y es recordado por ser el sitio en el que explotó el primer carro bomba, en medio de la guerra del narcotráfico entre el cartel de Medellín y el cartel de Cali. En el atentado contra Escobar murieron tres personas y otras 10 resultaron heridas. Luego del proceso de extinción de dominio que hizo la Fiscalía y que permitió que el edificio pasara a nombre del Estado han funcionado allí entidades gubernamentales y la misma Fiscalía. En febrero del 2000, de nuevo un atentado con explosivos se perpetró en ese lugar contra unidades del CTI que en ese momento lo ocupaban.

       “Ese sinvergüenza en vez de haberle llevado flores a Pablo Escobar le tuvo que haber llevado flores a las víctimas de la violencia, debe ofrecer disculpas a la ciudad”, dijo el alcalde Gutiérrez sobre Wiz Khalifa. Visiblemente molesto, Gutiérrez agregó que el rapero no era bienvenido en la ciudad si tenía “actitudes nocivas” que pudieran afectar la memoria de miles de víctimas de la violencia generada por el narcotráfico, y en particular por Pablo Escobar.

       Este tipo de visitas, y sobre todo su exhibición pública y por redes sociales, son vistas por el alcalde como “apología al delito”. “Quienes visiten Medellín tienen que respetar a las miles de víctimas que murieron o perdieron a sus familias por la guerra contra el narcotráfico, esto lo debemos rechazar entre todos”, añadió Gutiérrez en esa oportunidad. El enfado del alcalde tuvo respuesta de Khalifa: “No quería ofender a nadie con mis actividades personales en Colombia, pero estoy contento por haber ido y hacer el trabajo y que todos estuvieran a salvo. Paz y amor”, publicó el rapero en su cuenta de Instagram.

       En una amplia entrevista con la revista Bocas, de EL TIEMPO, que será publicada en el mes de junio, el alcalde Gutiérrez contó anécdotas personales que explican en parte su molestia con cualquiera que considere a Pablo Escobar y al daño que hizo como digno de mención y publicidad, y anunció obras y proyectos que buscan ofrecer a los habitantes de la ciudad y a sus visitantes el relato completo de lo que pasó. “Vamos a demoler el edificio Mónaco y ahí vamos a hacer un parque en honor a las víctimas. También hablé con la directora del Museo Casa de la Memoria y le pedí que hiciéramos una exposición que honrara a las víctimas del narcotráfico y en particular a las de Pablo Escobar”.

       A finales de los años noventa del siglo pasado, cuando el alcalde de Medellín estaba en la universidad, estudiando Ingeniería Civil, sufrió quizás su experiencia más cercana con la violencia que azotaba a la ciudad. Su madre y su hermana fueron víctimas de lo que en ese entonces ni siquiera se conocía como “paseo millonario”. “Ahí uno encuentra explicaciones a por qué dedicarle tanto tiempo y esfuerzo a temas de ciudad como esos. Cuando hay gente que hace apología al delito o cuando muestran como ídolos a personas que han hecho tanto daño, a mí me molesta no solo como alcalde, sino en lo personal”, aseguró Gutiérrez. El mandatario agregó que “por eso, cuando pasan esas cosas, salgo a responder y lo seguiré haciendo las veces que sea necesario. Voy a seguir defendiendo a la ciudad y sobre todo exigiendo respeto por las víctimas de la violencia, civiles, militares, policías que murieron defendiéndonos a nosotros”.

       En la entrevista, el alcalde de Medellín reconoció que la ciudad ha fallado en proponer un relato que cuente la historia completa y por eso los ‘narcotoures’ y las visitas a lugares representativos de la memoria de la época del Cartel de Medellín, como el edifico Mónaco o la tumba de Pablo Escobar en el cementerio Jardines Montesacro, siguen atrayendo a propios y extraños. Federico Gutiérrez anunció también su interés por comprar la casa del barrio Los Olivos donde Pablo Escobar fue dado de baja el 2 de diciembre de 1993.

 

Santiago Ortega, “Mónaco”, El Mundo, 2 de junio, 2017

       Hace algunos años, una conexión de vuelos perdida me hizo estar 24 horas en Dallas, Texas. Cuando me puse buscar algo que hacer en la ciudad para matar el tiempo, apareció el destino principal: ir a donde mataron a Kennedy. ¿Por qué? Porque la historia marcó a Dallas para siempre ese 22 de noviembre de 1963, y eso había que conocerlo.

       Cuando llegué al sitio, me abordó un “guía” que me contó la historia de cualquier manera. Por supuesto que me habló de teorías de conspiración, del segundo disparo, de la bala mágica, de la CIA y de la guerra fría. Incluso me tomó una foto posando al lado de una “x” marcada en el pavimento, que muestra el sitio por donde pasaba Kennedy cuando la bala lo impactó. Yo, como buen turista, estaba encantado con el asunto y me pareció un plan divertidísimo.

Lo que me pasó en Dallas es lo que pasa por la cabeza de cualquier turista extranjero desprevenido que viene a Medellín. Pablo Escobar, con todo el terror que trajo, es la persona que puso a esta ciudad en el mapa del mundo. Su historia ha sido contada cientos de veces y se seguirá contando. No en vano “Narcos” es una de las series más vistas en Netflix, y se promociona con vallas gigantes en ciudades europeas.

       Como paisa, es imposible no sentir rabia cuando la primera asociación de cualquier extranjero con Medellín es con la cocaína. Es como si ese comentario borrara de un plumazo todo lo que representa esta ciudad para quienes nacimos y crecimos aquí. 

       Tal vez por eso, mucha gente apoya la propuesta de demoler Mónaco, el edificio más representativo de Pablo Escobar. Como si con eso nos evitáramos los turistas irrespetuosos, los raperos famosos que se toman fotos en la tumba de Escobar y los regaños públicos del alcalde cada que eso pasa.

       Después de haber soportado dos bombas, Mónaco es una ruina blanca y abandonada. La Alcaldía argumenta que el edificio está en muy mal estado y que la reparación cuesta mucho. Por eso, promueve hacer un parque “en honor a las víctimas.” Si bien eso puede sonar bien, en realidad no logra mucho.

       Así no nos guste, Mónaco tiene un valor histórico. Si se demuele, todo este valor histórico se pierde, pero no se pierde el mito de Escobar. Destruir un edificio no va a borrar nada y tampoco va a parar el flujo de turistas desprevenidos queriendo escuchar historias de narcos. Además, a falta de una alternativa, siempre habrá “guías” que contarán la historia de cualquier manera, incluyendo paseo a La Catedral y conversación con Popeye

       Pero hay una forma de salirle al paso a esto, que entendí a partir de mi viaje a Dallas. Luego de mi tour informal llegué al edificio desde donde mataron a Kennedy para que me contaran la historia oficial. En vez de demolerlo, en el sexto piso del edificio hay un museo que cuenta la vida y obra de Kennedy: los conflictos que le tocó vivir, su legado y los detalles puntuales del día de su muerte. Hay una recreación del cuarto desde donde disparó Oswald y una exhibición que muestra las incongruencias de la versión oficial de la muerte, las evidencias raras y las preguntas pendientes.

       Lo que más me marcó, fue que miré por la ventana y vi la “x” marcada en el pavimento. Me imaginé la caravana pasando y que yo era Oswald antes de disparar. Luego me entró un sentimiento muy raro, como de dolor y luto, y me acordé de lo que me contaba mi mamá, que en esa época tenía 7 años y se puso a llorar con la noticia. “Creí que iba a estallar una guerra”, me decía.

       ¿Qué tal si en vez de demoler un edificio y construir un parque con una placa que nadie va a ver, usamos a Mónaco para generar un experiencia emocional en los turistas? Una vez lleguen a ver el edificio, invitarlos a entrar para contarles un poquito más.

 

Camilo Tamayo, “Turismo negro en Medellín: ¿plata o plomo?, ¿memoria o reparación?”, Razón Pública,  3 de septiembre, 2017

 

Una cruzada moral

 

       Hace unas semanas, las autoridades de Medellín clausuraron temporalmente la casa museo Pablo Escobar, pues no contaba con la documentación requerida para brindar este tipo de servicios de turismo. «Bienvenidos a nuestro museo, bienvenidos a nuestra historia». Así saludaba a los visitantes Roberto Escobar, administrador del lugar y hermano del famoso narcotraficante. Los turistas pagaban alrededor de 40 dólares (120.000 pesos colombianos) para conocer la “versión de su historia”, que por ahora no será repetida durante un tiempo.

       ¿Por qué es problemática esta cruzada moral de la Alcaldía de Medellín para borrar de la ciudad todo recuerdo asociado con Pablo Escobar? ¿Qué implica este intento de simplificar la figura compleja del exjefe del Cartel de Medellín y presentarlo como una escueta expresión del delito y la criminalidad? ¿Cómo leer estos asuntos a la luz de narrativas más complejas y menos maniqueas?

 

Tanatoturismo, entretenimiento y construcción de memoria

 

       En 1996, el profesor A.V. Seaton utilizó por primera vez el término “tanatoturismo” (thanatourism) para aludir a la práctica turística de visitar lugares cuyos rasgos distintivos son la muerte o la violencia y que, por ser abiertos al público, pueden ser    considerados como una forma de patrimonio histórico. En ese mismo año, los profesores Malcom Foley y John Lennon acuñaron la expresión “turismo negro (dark tourism) para dar cuenta de un tipo de turismo que implica visitar sitios asociados con la muerte, la tragedia y el horror.

       Según estos autores, el “turismo de sufrimiento” no es para nada nuevo. Como ejemplo mencionan la tradición de asistir a la ejecución o decapitación pública de los reos condenados —costumbre de origen romano que se mantuvo durante la Edad Media)—, pasando por prácticas más antiguas como la visita a las catatumbas de Roma, o más contemporáneas, como los tours a los campos de concentración de la Alemania Nazi o el museo de los crímenes genocidas en Camboya.

       Pero ¿los “narcotours” asociados con Pablo Escobar pueden ser considerados como una forma de tanatoturismo? ¿O son escuetas expresiones de apología al delito? La respuesta tiene varios matices

       El primer matiz pasa por entender que la figura de este antiguo narcotraficante está permeada, como ningún otro personaje colombiano, por las narrativas del espectáculo. Y esto implica que las consideraciones morales queden en un segundo plano. En otras palabras, la cultura del entretenimiento, sobretodo audiovisual, ha hecho de Pablo Escobar un objeto de consumo. Los narcotours, museos y materiales promocionales son apenas expresiones naturales del capitalismo, que buscan atender una demanda de las audiencias por productos que brindan gratificación. Sin consumidores no hay mercado, “sin tetas no hay paraíso”.

       El segundo matiz se sitúa en el plano de la estética. El tanatoturismo, igual que los narcotours, son expresiones culturales que dan cuenta de periodos históricos particulares de violencia o maldad de las sociedades. No son invenciones arbitrarias, sino que de algún modo corresponden a la realidad. Querer eliminar de la memoria colectiva de Medellín lo que significa la figura de Pablo Escobar (destruyendo el edificio Mónaco, cerrando muesos apologéticos, o condenando los narcotours) es no querer afrontar una discusión pública que es mucho más compleja y donde la administración municipal habría de ser el primero de los interlocutores: ¿Cuáles fueron las condiciones sociales que permitieron engendrar un personaje como Pablo Escobar? ¿Qué responsabilidad tiene el Estado? ¿Por qué provoca tanta admiración su nombre, por ejemplo, en Instagram y Facebook? y, sobre todo, ¿cómo vamos a construir narrativas de memoria, particularmente desde el punto de vista de las víctimas, que nos ofrezcan visiones más profundas y menos sensacionalistas?

       El tercer matiz consiste en la necesidad de ir más allá de esa visión simplista, y muchas veces arropada bajo un falso manto moral de afectar la “buena imagen” de la ciudad. ¿Se ve afectada la imagen de Berlín cada vez que un turista asiste al Museo del Holocausto? ¿Visitar lugares asociados con Escobar es síntoma de “perspectivas enfermas”, como dijo el exministro de Defensa Luis Carlos Villegas?

Hay que dejar de lado los lugares comunes y debatir públicamente sobre cuáles han sido los efectos de la cultura de la ilegalidad y el crimen para esta ciudad, qué aprendizajes se pueden derivar del pasado para crear herramientas discursivas que superen ese tipo de cultura y puedan ofrecer desde el turismo una mirada más compleja, y menos banal sobre lo que significó ese periodo de la historia de Colombia. Basta con ver alguno de los nueve tipos de narcotours que ofrece la empresa Medellín Transporter para constatar el grado de banalización al que ha llegado la representación turística de Escobar.

 

El legado narrativo de Escobar

 

       Pablo Escobar fue producto de su época y de su realidad social. En una ciudad que hoy se encuentra controlada por “los combos” y es presa de la extorsión, con altos grados de desigualdad, y donde el crimen es el poder de facto en varias partes del territorio, es imposible que esa narrativa e imagen romántica de antihéroe del ex capo no se refuerce aún más gracias al turismo negro. En otras palabras, si queremos que no haya narcotours, turismo tóxico o turismo sexual en Medellín, hay que empezar por cambiar nuestra realidad social, pues estas expresiones de turismo, por controversiales que parezcan, solo son reflejo de la realidad que las autoridades no quieren reconocer. No se trata entonces de “cuidar” el city branding de la ciudad, señores de la Alcaldía de Medellín, es más un complejo asunto de reality testing. Sin embargo, uno de los problemas principales de los narcotours, museos apologéticos del delito y demás formas de turismo negro consiste en ser expresiones de la comercialización de la muerte, lo cual tiene serias implicaciones éticas.

       Los turistas que asisten a sitios como Auschwitz, el Centro de Memoria del Genocidio de Ruanda o el Parque de la Paz de Hiroshima tienen, en su gran mayoría   conocimiento profundo sobre lo ocurrido en esas sociedades, de modo que las visitas despiertan sus sentimientos de empatía y respeto por las víctimas.

Pero en el caso de Medellín no existen ni la sensibilidad estética ni el conocimiento político desde el gobierno municipal para reflexionar públicamente sobre la memoria de Escobar. Por eso la administración se limita a demoler o clausurar cualquier sitio público que evoque su presencia o a condenar a la hoguera a los turistas que asisten a alguno de los más de cuarenta narcotours que ofrece la ciudad.

       El reto para la administración pública es claro: ¿qué tipo de iniciativas de memoria, en perspectiva turística, son los más adecuados para narrar, representar y enseñar asertivamente la época del Cartel de Medellín en clave pedagógica y de reparación simbólica para las víctimas? La gran acogida que ha tenido el turismo negro en esta ciudad se da, entre otras cosas, porque no hay una oferta institucional que le haga contrapeso y que aborde estos temas desde una narrativa oficial.

       Ojalá algún día el Museo Casa de la Memoria de Medellín asuma esa responsabilidad y haga algo al respecto. Por el momento hay una buena noticia: esta institución oficial de memoriacomparte con la casa museo Pablo Escobar la misma puntuación de 4,5 en el popular sitio de turismo Tripadvisor. La competencia, pues, arranca nivelada.

 

Nicholas Casey, “Medellín busca superar la sombra de Pablo Escobar”, The New York Times, 23 de septiembre, 2018

       Cuando llegó el alcalde de Medellín, traía un martillo en la mano. Se paró frente a uno de los antiguos hogares de Pablo Escobar, el narcotraficante cuyo imperio de la cocaína lo posicionó como uno de los hombres más ricos del mundo y como uno de los más buscados por las autoridades. Durante años, Escobar vivió en el edificio Mónaco, un inmueble de seis pisos con un departamento tipo penthouse que aún tiene inscrito su apellido en el exterior. El edificio fue bombardeado en 1988 por el Cartel de Cali, los rivales de Escobar y, poco tiempo después, el capo lo abandonó. La maleza comenzó a crecer entre el cemento de la entrada, las hojas caídas se acumularon en la antena de televisión y, por un tiempo, Medellín pudo ignorar al Mónaco.

       Sin embargo, el inmueble ha vuelto a ser objeto de atención por medio de libros, series televisivas, telenovelas y películas sobre Escobar. Los turistas llegan constantemente a la reja del edificio para tomarse fotos y subirlas a Instagram. Hay un flujo de camionetas y guías turísticos en las que incluso aparece un sicario del Cartel de Medellín que se volvió estrella de YouTube y ofrece a la venta unos DVD en los que cuenta sus andanzas con Escobar y las anécdotas del día en el que atacaron el edificio.

       Hasta que, en abril, el alcalde intervino.“Lo que queremos hacer es derrumbarlo justamente en honor a las víctimas, pues es un símbolo de maldad, de ilegalidad”, dijo el alcalde, Federico Gutiérrez, quien prometió que el edificio será demolido para crear un parque en honor a las víctimas el próximo año.

       La transformación del Mónaco, de una atracción turística a uno de los proyectos de demolición más publicitados de Colombia, es muestra de la polémica relación que Medellín tiene con Escobar, su hijo más popular e infame. Hace veinticinco años fue abatido por la policía en el techo de una casa, pero la ciudad no ha podido olvidarlo sin importar lo mucho que quiera dejar atrás su legado.

       Las reacciones al edificio —en parte una oportunidad para tomarse fotos y en parte una vergüenza municipal— también evidencian cuánto batalla Medellín con la historia de Escobar. ¿A quién le corresponde contar la historia de su era de violencia? ¿Dónde es mejor contarla, en las calles o en los museos? Y ¿quiénes deben ser los protagonistas: los victimarios o las víctimas?

       Llegué a vivir a esta ciudad hace ocho meses, pero la primera vez que me familiaricé con Medellín fue a principios de los años noventa, durante el auge de las campañas de terror con las que Escobar buscaba controlar su negocio multimillonario y cuyas sangrientas consecuencias eran reportadas en Estados Unidos. Décadas después me atrajo la idea de reportar cómo Medellín ha logrado cambiar su pasado violento.

       Ahora es una ciudad próspera donde los arquitectos de renombre internacional compiten para construir proyectos y abundan las empresas emergentes de tecnología al lado de los restaurantes de moda. El metro recorre toda la ciudad con teleféricos que llegan hasta los barrios ubicados en las laderas del valle, cerca del centro.

       Los residentes de Medellín, los paisas, son los primeros que quieren presumir esos avances. Y también son los últimos que quieren discutir el pasado, la era de la cocaína en la que abundaban los terrores del cartel de Escobar y también los fondos con los que se construyó el paisaje urbano de la ciudad, incluido el Mónaco.

       “Los paisas dicen que la ropa sucia se lava en casa”, me dijo el escritor Juan Mosquera durante un almuerzo en el que discutimos por qué los residentes locales evitan incluso mencionar el Mónaco. “Era la mansión del horror. Su familia no solo vivía ahí; torturaban, mataban y planearon los golpes más duros contra la ciudad”.

Aunque Medellín quisiera olvidar esa época, series como Narcos de Netflix —cuyas dos primeras temporadas contaron el ascenso y la caída de Escobar— las divulgaron ante millones de televidentes en todo el mundo.

       Medellín se resistió al programa desde un principio. Los creadores de la serie tuvieron problemas para conseguir los permisos de grabación y varios vecinos se enfurecen con tan solo escuchar el nombre de la serie. Pero la ciudad era un personaje clave de Narcos y los fanáticos empezaron a llegar a Medellín en masa en busca de más historias sobre la vida de Escobar. Algunas paradas obligatorias en esas visitas incluyen la hacienda Nápoles, su residencia a las afueras de la ciudad, su tumba y la Catedral, la prisión que fue construida con sus especificaciones y diseños.

       Daniel Vásquez, encargado de vínculos sociales para el Museo Casa de la Memoria de Medellín, lucía harto de hablar del tema cuando le pregunté por qué muchos visitantes están más interesados en la vida del mayor villano paisa que en visitar la institución dedicada a las víctimas de los conflictos armados. “Pablo Escobar se volvió el ícono pop de esta historia”, dijo Vásquez. “La ciudad no vio urgencia en contar su parte de esa historia, no fue prioridad para el gobierno hasta que se volvió un problema porque de repente había narcotours liderados por Popeye”.

       Popeye, el alias de Jhon Jairo Velásquez, sicario de Escobar, comenzó a vender DVD y a realizar giras por la ciudad después de salir de prisión en 2016. También se volvió una personalidad de YouTube con su canal “Popeye arrepentido”.

En una ciudad que aún resiente las heridas causadas por Escobar, Popeye parece estar todo menos arrepentido. En una serie de videos de su canal, llamada “Tumbas famosas”, visita los sitios donde yacen sus víctimas y narra cómo las mató. “Acá tenemos al doctor Carlos Mauro Hoyos, procurador de la República de Colombia. Nosotros lo secuestramos en el año de 1988”, dice Velásquez, quien incluso califica como “novedosa” a la operación en la que Hoyos resultó herido en una pierna y después fue asesinado.

       Luis Hernando Mejía, quien representa a la asociación vecinal de la zona que incluye al Mónaco, donde Popeye empezaba sus visitas guiadas, dijo que “es como si miembros de Al Qaeda dieran tours de Nueva York sobre cómo planearon el 11-S”. Popeye volvió a ser arrestado en mayo por cargos como extorsión.

       Héctor Abad Faciolince, uno de los novelistas más populares del país, me contó durante una visita a su apartamento cómo su padre fue asesinado por un grupo paramilitar un año antes del ataque al Mónaco. Dijo que una novia suya alguna vez le mostró las cicatrices que tenía en la espalda por un bombardeo del Cartel de Medellín. Y señaló a su propio hogar como evidencia de que ningún edificio en Medellín se libró de los delitos; poco después de comprar el departamento encontró lingotes de oro y dinero de contrabando escondidos en un muro. “Mueves un ladrillo y te encuentras un esqueleto”, dijo. Desde su balcón volteó a ver hacia el Mónaco, que describió como un “edificio maldito”, y agregó: “Si alguien me lo diera, lo rechazo”.

       Cuando hablé con Gutiérrez, el alcalde, le pregunté sobre el ataque al Mónaco. “¿Qué sentí yo? Miedo”, dijo el funcionario, de 43 años. “No solo miedo por lo que pasó, sino temor porque ¿en qué nos vamos a convertir?”. Luego tomó una pausa.“¿Por qué decidí como alcalde destruir el Mónaco?”, se preguntó: para mostrar un renacimiento de la ciudad y que la ley triunfó sobre el caos. Pero más que nada, dijo que quería demoler al Mónaco porque Medellín ya está cansado de contar la misma historia del mismo villano, una y otra vez.

       Una de las últimas personas a las que busqué para hablar sobre el edificio fue al hijo de Escobar, Juan Pablo Escobar. Salió de Colombia poco tiempo después del asesinato de su padre y se cambió el nombre a Sebastían Marroquín. Ahora trabaja como arquitecto en Buenos Aires. Marroquín fue la única persona que pude encontrar que estaba ese día del carro bomba en el Mónaco. Primero dijo que estaba dispuesto a hablar, y después dejó de contestar los correos. Pensé en cómo habrá sido para un niño que era el hijo del hombre más rico del país tener los seis pisos enteros para él y su familia, al mismo tiempo que había tantas amenazas justo afuera del edificio.

       Después de un tiempo Marroquín volvió a responder. Y abrí su correo pensando que estaría de acuerdo en dar una entrevista. Pero parece que él también siente que ya ha hablado suficiente sobre el tema. “Gracias por la paciencia”, escribió. “He estado de viaje por más de un mes. Creo que deberíamos dejar esto para otro momento”.

 

Guillermo Zuluaga, “Demolición del Mónaco: ¿ocultar la basura debajo del tapete?”, El Espectador, 30 de septiembre, 2018

 

       La semana pasada, la Alcaldía de Medellín clausuró el museo de Pablo Escobar. Lo curioso del tema es que no fue cerrado por promover y exaltar la vida del capo del narcotráfico, sino por incumplimiento de normas turísticas. Después del consabido espectáculo al que nos tiene acostumbrados el alcalde de Medellín, de nuevo mencionó que próximamente se demolerá el edificio Mónaco, otrora propiedad de Escobar.

       En sus salidas típicas, con esa “pirotecnia verbal” de la que hace gala desde su posesión, Federico Gutiérrez ha dicho que no se puede seguir haciendo apología al delito. Y en eso hay coincidencias. Pero el querer demoler un edificio por el mero hecho de que perteneció a un criminal, de paso puede leerse como querer borrar un pasado doloroso que —así nos cueste aceptarlo— también hace parte de la historia de esta ciudad y de esta sociedad.

       Si bien estoy de acuerdo sobre el cierre de este sitio, sí considero que la posible demolición del Mónaco es, además de inoportuna, innecesaria. Que nuestro alcalde salga a querer borrar este espacio de la geografía medellinense responde más a lo que el profesor Luis Fernando González califica de “maniqueísmo moralista” que a una verdadera apuesta de ciudad.

       En el afán de nuestro mandatario local por querer “hermosear” la ciudad (bueno, todos lo han intentado) para hacerla más atractiva a propios y extraños, da la impresión de que solo quiere de nuestra memoria lo que es glorioso e impoluto. Y la historia de nuestra ciudad, tristemente, está cargada de situaciones complejas, caóticas, de encuentros y desencuentros que no podemos obviar.

       Nuestra memoria colectiva, con todo y sus problemas, es la que ha hecho grande a esta ciudad y a esta gente. Y desde ahí tenemos que volver a pensarnos. Repensarnos. Medellín —crisol y súmmum de la cultura antioqueña— necesita mirarse en el espejo: con sus lozanías y también con sus dolores: con sus limpiezas y sus manchas. Solo así podremos tener una sociedad diferente en los próximos años. Acaso, ¿no enseñan más las derrotas que los triunfos? Pues bien, nuestras falencias y dolores también hacen parte de nuestra memoria colectiva. Ya lo ha dicho Ludmila da Silva, antropóloga e investigadora argentina: “El trabajo de la memoria fabrica las identidades sociales, enunciando tanto lazos de pertenencia, como relaciones de diferenciación, conflicto y poder”.

       Lo feo, lo doloroso, lo “distinto” también es parte de nuestro ser. Y hay que aceptarlo. Y aprehenderlo. Volverlo parte de nuestra conciencia colectiva, para poder intentar sanarlo y mirar a futuro.

       Ahora bien, si se trata de no “apologizar” al capo, entonces, ¿se cerrará la hacienda Nápoles, donde el capo vivió sus fiestas y sus excesos? ¿Se le cambiará el nombre al barrio Pablo Escobar? ¿Devolverán algunos “prohombres antioqueños” los cuadros que compraron en las galerías con dineros donados por el capo? ¿Devolverán los cardenales las “ayudas generosas” que les entregó el piadoso Escobar? ¿Cerrarán las canchas que inauguró Escobar en algunos barrios? ¿Se dedicará nuestro burgomaestre a rastrear las cuentas de algunos dirigentes deportivos y deportistas que recibieron apoyo del capo?… Porque ese Nacional que tanto le gusta al alcalde y ese Medellín que lleva el nombre de la ciudad también gozaron de las mieles de esos dineros de (no) dudosa procedencia.

       Difícil e infructuosa tarea la de querer borrar a Escobar de nuestra cultura. Al contrario, me uno a lo expresado por varios expertos en el sentido de que los esfuerzos de la Alcaldía podrían dedicarse a la construcción de un museo del narcotráfico —que podría ser en ese edificio Mónaco—, donde se evidencie el triste legado de Escobar y de otros capos. El museo podría contener, por ejemplo, algunas chatarras de los vehículos en que se montaron los carros bomba, algunos ladrillos impactados; por qué no, algunas páginas en blanco de los periódicos —como este donde escribo— que tuvieron que silenciarse. A ese museo ocasionalmente debería llevarse a algunas víctimas de esos años aciagos para que exorcicen sus demonios. Pero ante todo, ese deberá ser un espacio de reflexión donde expertos sociólogos, antropólogos, psicólogos e historiadores ayuden a entender por qué este capo logró el poder que logró en esta sociedad medellinense y antioqueña. Qué hay en nuestro ADN paisa para que, al lado de los fernandosboteros y los fernandosgonzález y las madreslauras y las deborasarangos, surjan tantos escobares y castaños, ivanríos y timoleones, popeyes y donbernas.

       En un museo del narcotráfico se podría ayudar a empezar a erradicar ese lenguaje que promueve a los más “machitos”, a los “usted no sabe quién soy yo”. Ya tuvimos un Escobar y pueden venir más, si seguimos tolerando cualquier forma de corrupción o delito. Y a esto debe ayudar el museo del narcotráfico: a evaluar cuáles fueron las consecuencias, pero también mirar cuáles fueron sus causas. Ya lo alertó Primo Levi, escritor italiano que vivió la pesadilla de Auschwitz y que se dedicó posteriormente a dar testimonio de esas crueldades: “Ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder; las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo”.

       Lo peor de Escobar, pues, no son los objetos y edificaciones suntuosos que dejó, sino “los mónacos” que quedaron instalados en el imaginario: considerar que todo tiene un precio. Ese “ideario traqueto” será más difícil de demoler que las estructuras físicas.

       Nuestra sociedad en general y Medellín en particular no pueden seguir negando su pasado, así sea borrascoso. Quizás el mejor ejemplo nos lo dio Fernando Botero cuando no quiso retirar el pájaro que donó a la ciudad y que fue volado con una bomba. Al contrario, el maestro prefirió dejarlo como testimonio de nuestra barbarie y puso al lado uno nuevo. La gente admira el nuevo al tiempo que se mira en el otro. Esas miradas alternas pueden ayudar a entendernos y a pensarnos a futuro.

       Medellín no puede seguir barriendo hacia adentro y metiendo la basura debajo del tapete. Más que esforzarnos por mostrarla bella y con un pasado impoluto, requerimos comenzar a cimentar otros edificios basados en la legalidad, la civilidad, el respeto por el otro y por los otros.

 

Gustavo Duncan, “El edificio Mónaco y la cultura traqueta”, Razón Pública, 6 de enero, 2019

 

       Es difícil encontrar una palabra en español equivalente a infamousdel inglés. Podrían utilizarse los adjetivos infame o nefasto, pero estos se quedan cortos porque no tienen la connotación de lo famoso que contiene la palabra inglesa y se restringen a los aspectos negativos de lo que se quiere calificar.

       El edificio Mónaco en Medellín es un ejemplo perfecto para utilizar el adjetivo infamous. Los dos elementos de su significado están presentes: es famoso por ser el refugio de Pablo Escobar e infame porque desde allí se planearon muchos crímenes y atentados. Allí se reunieron muchos de los personajes que desangraron a Colombia en la guerra del cartel de Medellín contra el Estado y en ese lugar hubo una explosión con centenares de kilos de dinamita que puso el cartel de Cali para golpear a Escobar.

       Quizá no exista hoy un lugar en Medellín que recuerde más a Pablo Escobar que este edificio (a excepción de la cárcel La Catedral). No resulta extraño entonces que la dirigencia antioqueña quiera hacer algo para anular el valor simbólico negativo del edificio Mónaco y transformarlo en un símbolo arquitectónico que reconcilie a Medellín con su historia.

       No obstante, la idea inicial de hacer un museo no será posible ya que por problemas estructurales habría que reforzar los cimientos del edificio con un costo de alrededor de diez millones de dólares. Por eso hay que demolerlo y reemplazarlo con otra cosa. Sin embargo, no hay claridad en aquello que se quiere neutralizar como símbolo. La mayor preocupación para la ciudad parece ser que en el exterior crean que allí solo habitan criminales y que es un lugar de turismo de sexo y drogas. En el fondo, la incomprensión también es de los propios colombianos que no han entendido que cuando series de televisión, camisetas, música y demás mercancías aluden a Pablo Escobar en realidad están haciendo una alegoría a algo muy diferente a lo que él fue.

       Para los extranjeros Escobar es un símbolo de rebeldía por fuera de la ley, un bandido que se enfrentó a un Estado ilegítimo, corrupto y controlado por oligarquías tradicionales. Esta es una versión alterna de la rebelión tradicional de los guerrilleros del tercer mundo, pero menos ideologizada y más hedonista.

No es casual entonces que Escobar ocupe un puesto tan importante como ícono de la rebeldía desideologizada: se trata del bandido más importante de la segunda mitad del siglo XX y quizá sea uno de los más famosos de la historia. Ningún otro narcotraficante se atrevió a enfrentarse al Estado como él lo hizo y ninguno tuvo tanto éxito en su guerra.

       Es claro que el objetivo es neutralizar la cultura traqueta que instauró Escobar en Medellín. Pero aquí, de nuevo, sale a relucir la incomprensión de la historia de la ciudad. Se puede decir que el 99 por ciento de lo que se considera cultura traqueta no es más que una moda. Son comportamientos y hábitos cotidianos que hacen alusión a la individualidad, al hedonismo y a la opulencia a través de símbolos asociados al crimen. Pero la gran mayoría de quienes utilizan estas modas no cometen delitos.

       En tiempos de reguetón lo usual es que la gente del común, en particular los jóvenes, vistan como si fueran forajidos de un gueto. Sin embargo, basta hacer una simple suma de lo que cuesta cada una de las prendas y accesorios para darse cuenta de que solo son la imitación de un verdadero pandillero.

       Como todas las modas relacionadas con una transgresión del orden, esta, luego de que sea normalizada, se diluirá por puro hastío. Igual ocurrió con el rock de los sesenta y setenta. Por ejemplo, los músicos ingleses que denigraban del sistema no tardaron mucho para aceptar convertirse en caballeros cuando la reina los condecoró. La sociedad asimiló sus reclamos y se convirtieron en parte del paisaje. Los punks, que nacieron como una respuesta de la clase obrera al virtuosismo del rock, tampoco tardaron en aburguesarse. Tan pronto se convirtieron en una mercancía de consumo masivo nunca más fueron un peligro para el orden establecido.

       Que la imagen de Escobar sea utilizada como alegoría para ciertas modas que van y vienen no es un asunto que deba preocupar. Su imagen en camisetas y en series de narcos no crea delincuentes, ni estimula a sociedades con tendencias a la criminalidad.

 

Marta Inés Villa, “Tumbar el Mónaco no es tumbar la imagen de Escobar”, La Silla Vacía, 7 de febrero, 2019

 

       Hoy se derribará el edificio Mónaco para dar lugar a la construcción de un museo que honre la memoria de las víctimas. Esto, según el alcalde Federico Gutiérrez, para contrarrestar el peso de la figura de Pablo Escobar y sus memorias en los recorridos turísticos que a diario ocurren en la ciudad y en los imaginarios que circulan en el mundo sobre Medellín. Con esto, el alcalde aboca a un sentido común que parece loable e irrebatible: la necesidad de resignificar los símbolos de una tragedia, la de no dar juego a la voz de los victimarios sobre la de las víctimas, y su sufrimiento. En esto estamos de acuerdo.

       No obstante, hay aquí asuntos de enfoque, de noción de lo público y de recursos, que vale la pena debatir. Menciono solo algunos:

¿Sobre qué noción de memoria se construye esta propuesta? ¿Por qué empezar por derribar el edificio? A mi modo de ver, la idea de arrasar para construir nuevos referentes hace parte de una matriz cultural que ha tenido bastante peso en el desarrollo urbano de Medellín. Por eso existen tan pocos vestigios de la arquitectura colonial o incluso de la modernidad. Porque se cree que destruyendo las huellas materiales se borra también su significado. Fue la noción de progreso que se instauró desde el siglo XIX y que aún hoy tiene peso.

       Derribar el edificio para borrar las huellas corresponde a esta mirada, cuestionada y replanteada también desde hace años. Basta con acercarse a los debates que, por ejemplo, ha desatado el tema de la memoria en Alemania de la posguerra o en los países de Cono Sur donde hubo dictaduras; antes que destruir los lugares emblemáticos (campos de concentración, cárceles clandestinas, casas para la tortura), los han preservado y convertido en lugares de memoria colectiva, porque son estos los que permiten recordar a la sociedad, comprender la hondura del sufrimiento, los hilos del poder, las responsabilidades compartidas. Y de esta forma, construir una decisión colectiva, de No Repetición, de Nunca Más.

       En torno a la figura de Pablo Escobar se han hecho no solo películas y  libros amarillistas sino que se ha producido, dentro y fuera de Colombia, abundante literatura analítica que da cuenta de su génesis, el significado y la relación con la sociedad.  Focalizar la mirada en la imagen de Pablo Escobar que hay que borrar, impide entender no solo que fue producto de la sociedad, sino que la permeó hasta los tuétanos. Los sectores populares, las élites, los gremios de profesionales, los políticos, las iglesias, fueron parte de esta trama. Si no entendemos esto, si seguimos trabajando sobre la idea de que fue un personaje aislado, diabólico, que llegó a dañarnos, no vamos a entender nada. Ni mucho menos por qué su imagen y lo que él representa, siguen vivas.

       Entonces, claro que es loable darle un lugar relevante a la voz y la experiencia de las víctimas, pero no sobre la base de negar que este personaje hace parte de una historia colectiva sin la cual no pude explicarse. Construir memoria sobre la idea de borrar las huellas es un mal camino. Porque la memoria negada siempre encuentra puntos de escape. Y ahí es donde estos mitos se reproducen, como la cabeza de las hidras.

       Por otro lado, vale preguntar: Esta es una idea que sale de la noche a la mañana del bolsillo del alcalde. ¿Es su mirada la que de manera exclusiva define el tipo de proyectos que se adelantan en la ciudad? En este punto, vale traer a colación la historia del Museo Casa de la Memoria: su idea nació del trabajo y diálogo directo de la administración (Programa de Atención a Víctimas del Conflicto, durante la administración de Fajardo) con las víctimas y sus organizaciones, muchas de las cuales venían ya haciendo trabajo en procesos de memoria y reivindicando su lugar en la historia de la ciudad.

       Luego, durante la administración de Alonso Salazar, se convirtió en un proyecto del Plan de Desarrollo y se construyó una ruta para su construcción colectiva: se hizo una amplia consulta ciudadana en la que se preguntó a diferentes sectores de la ciudad (académicos, pobladores, artistas, organizaciones de víctimas, de mujeres, jóvenes, empresarios, periodistas, entre otros) para qué un museo, qué relatos y qué voces querían ver allí, con qué lenguajes. Se conformó un Comité Asesor en el que igualmente participaron artistas, académicos, representantes de organizaciones de víctimas y de los museos de la ciudad; allí se llevó el resultado de la consulta ciudadana, se debatieron las estrategias y lo que sería el proyecto del Museo Casa de la Memoria (de esa consulta también salió su nombre).

       Este espíritu colectivo se mantuvo durante la administración de Aníbal Gaviria y gracias a la presión ciudadana se pudo culminar la primera fase del Museo Casa de la Memoria y se abrieron las puertas al público. Durante este período fue un lugar vivo para la ciudad: por allí circularon las organizaciones de víctimas de la sociedad civil, se escucharon cientos de voces. Con la participación de organizaciones y empresa privada se conformó la Corporación Amigos del Museo Casa de la Memoria, para respaldar la gestión y la idea de este proyecto que era entendido, sin duda alguna, como un proyecto colectivo de ciudad.

       Desafortunadamente, esta vocación se rompe en la alcaldía de Federico Gutiérrez. La nueva administración puso el acento en la gestión, en el aumento del número de visitantes, la estandarización de procesos administrativos, lo cual está bien; pero rompió el hilo de relación con el tejido social que soportaba este proyecto e hizo del museo Casa de la Memoria un proyecto de gobierno, sin vocación pública y sin mayor peso para esta administración.

       Nunca se avanzó en la construcción de la segunda fase que estaba prevista en el proyecto inicial; a nadie le importó.  Y después de la renuncia de su directora, estuvo seis meses sin dirección, sin que pasara nada, sin que nadie reclamara.  Quizás porque para eso se trabajó: para dejar el Museo Casa de la Memoria sin dolientes. Hoy, cuando se propone convertir el edificio Mónaco en un nuevo museo, es bueno volver a esta historia y preguntar: ¿Por qué una idea del alcalde se convierte, sin más, en un proyecto relevante? ¿Cuál es el respaldo colectivo? ¿Qué voces se recogen? ¿Cuál es el proyecto de memoria colectiva que proponen a la ciudad?

       Finalmente, en relación con la gestión del proyecto hay muchos asuntos por clarificar y debatir públicamente. Algunos de ellos:

– Se sabe que el edificio Mónaco fue incautado por la nación y cedido a la Policía Nacional. ¿Cómo ha sido la adquisición por parte de la Alcaldía de Medellín? ¿Cuánto costó esta negociación? ¿Dónde está el documento que formaliza el traspaso?

– ¿Sigue estando vigente la construcción de la segunda etapa de del Museo Casa de la Memoria que desarrollaba –entre otros – el componente pedagógico orientado a la No Repetición?

– ¿Cuánto costará este nuevo proyecto a la ciudad?

– ¿Bajo qué argumentos, estudios o consultas se decide que la demolición es la mejor opción?

– Como se supone con todo proyecto de una envergadura tal, debería estar basado en algún estudio que justifique esa suma ¿Existe ese estudio? Si es así ¿Quién lo realizó? ¿Es de conocimiento Público? ¿Dónde se puede acceder?

Comprender la figura de Pablo Escobar y el peso del narcotráfico en la sociedad (hasta nuestros días), reconocer a sus víctimas, sus voces, su dolor y sus reclamos de reparación es muy importante para que no haya pasado por un amplio debate ciudadano. ¡Eso es lo que nos merecemos como ciudad!

 

Santiago Ortega, Lombana y Mónaco, El Mundo, 8 de febrero, 2019

 

       Hace un par de semanas se estrenó en cines The Smiling Lombana. Este es un documental donde Daniela Abad busca acercarse a la historia de Tito Lombana, su abuelo materno, un gran artista educado en Italia, que al llegar a Medellín en los 70 quedó inevitablemente relacionado con el narcotráfico. Para Daniela, Tito era una especie de mito, y solamente lo vio en persona una vez cuando faltaban unas escasas semanas para su muerte. Su madre y su abuela habían cortado contacto con él hace muchos años, por los dolores que le había causado a la familia, y la historia de Tito se convirtió el ese secreto familiar del que nadie quería hablar. Ese secreto que empezó a despertar el interés de Daniela.

       Cuando conocí a Daniela hace unos años, ella me habló de la idea de hacer un documental sobre la vida de su abuelo, pero creía que su suerte estaba sentenciada: “Mi familia no quiere que yo cuente la historia.” Es apenas obvio por qué existía esa resistencia. ¿Vale la pena revolver recuerdos dolorosos, enterrados hace rato? ¿Para qué exponerse públicamente de esa manera para estar en la boca de todo Medellín? ¿De todo Colombia? ¿Es acaso bueno para alguien que esa historia se cuente?

       Sin embargo, a punta de perseverancia, Daniela fue capaz de reconstruir a su abuelo a partir de los recuerdos de la gente que lo quiso, y de las historias de quienes lo conocieron en los momentos extraños de su vida. The Smiling Lombana es una película bellísima, tremendamente emocional y absolutamente valiente. Pero más que eso, es una historia necesaria para todos los que vivimos en Medellín.

       La película de Daniela es importante porque es una de las pocas voces que pone el narcotráfico en el plano personal, sin pretensiones ni vergüenzas, para que entendamos lo que nos pasó como ciudad y los costos que tuvo para las familias paisas. Llevamos 20 años muriéndonos de la ira cuando un extranjero desinformado relaciona a Medellín con Pablo Escobar, pero como ciudad nos falta mirarnos al espejo para entender cómo el narcotráficonos cambió culturalmente y cómo definió algunas de nuestras peores características.

       Hace un par de meses, un alto funcionario de la Alcaldía me contaba que una de las preocupaciones principales que tenían era lograr un cambio cultural en la juventud de los barrios de Medellín. Cambiar el deseo de figurar y emular a los capos, por ganas de hacer impactos positivos. Esto no es fácil, los niños de hoy conocen a Escobar gracias a Netflix, y no hay nadie que les explique la historia completa. Sin nadie que cuente la resistencia de esta ciudad en los 90, la historia la van a escribir los narcotours, esos que al final les dan una prueba de cocaína a los turistas.

       Sin embargo, en apenas 15 días la Alcaldía demolerá el Edificio MónacoMónaco es tal vez la ruina más emblemática de Medellín, y al mismo tiempo la mejor herramienta para educar sobre el dolor de la época. ¿Por qué no contar la historia desde allí? Mónaco podría ser museo con 8 pisos de contenido educativo y emocional, y nadie saldría de allí igual a como entró. Eso no se logra con un memorial como el que se está planeando.

       Una de las cosas increíbles del The Smiling Lombana es la cantidad tan impresionante de video existente sobre Tito, en una época donde las incluso las fotografías eran escasas. El documental lo muestra haciendo gimnasia en su casa, saliendo de la iglesia el día de su boda, jugando con su familia en la playa y vuelve una y otra vez sobre una imagen hermosa de Tito bailando flamenco con sus dos hijas. Aparte de ser un registro vivo único, las imágenes en movimiento son poderosísimas para contar una historia. ¿Cómo podría uno captar la esencia de Tito si no lo ve sonreír?

       Si queremos contar la historia de Medellín para que transforme a quien la escuche, el Edificio Mónaco es fundamental. Demolerlo, sería como si Daniela hubiera quemado las cintas de los videos de su abuelo. La historia se cuenta, pero no es lo mismo.

       La influencia del narcotráfico dejó una herida abierta en esta ciudad, y una fama que queremos ocultar y dejar atrás. Sin embargo, ni la herida ha sanado, ni nos hemos liberado de la muerte, la corrupción y la violencia que vive esta ciudad por culpa de la droga cada día. Pero para empezar a sanar, tenemos que contar la historia de frente. Como lo hizo Daniela con su abuelo.

 

Jorge Giraldo, “Nosotros y ellos”, El Colombiano, 11 de febrero, 2019

 

       Dos documentales han generado escozor nacional en los últimos meses; el uno con alharaca y el otro con mutismo. Se trata de “La negociación” de Margarita Martínez y “The Smiling Lombana” de Daniela Abad. El primero sobre el proceso de diálogos entre el gobierno y las Farc y el segundo sobre la vida de Tito Lombana, a quien cierto lenguaje le llamaría hoy emprendedor. Ambos pueden considerarse escandalosos, pero son distintos en el motivo de escándalo.

La histeria —ya tan habitual en Colombia— que produjo “La negociación” se debe a la clara diferenciación política entre las Farc y el resto de la sociedad colombiana. Cierto es que algunos pequeños sectores de la izquierda sonámbula mantuvieron una confusión visceral, a pesar de rechazar racionalmente la violencia. Pero desde hace mucho tiempo, al menos desde 1991 y con más veras después de 2008, el asunto con las Farc era entre ellos y nosotros, como suele suceder en los momentos de expresión más nítida de lo político.

       Con “The Smiling Lombana” no pasa lo mismo. No porque el narcotráfico no sea un crimen de consecuencias atroces y masivas, en particular en el sur global. Detestamos al Pablo Escobar del periodo 1984-1993, así como nos parecía admirable antes y como nos parecen tolerables sus sucesores en el fútbol, la farándula, los negocios y la política… también en el edificio o en la unidad residencial. Detestamos a Escobar cuando demarcó la línea de enemistad entre él y nosotros. Pero Lombana y todos los émulos que tiene en Colombia no nos plantean un problema político. Lombana no es otro extraño, no amenaza nuestra existencia ni nuestro modo de vida. Al contrario, la existencia nuestra es como la de él y su modo de vida es el que quisiéramos tener (muchos lo lograron: casa en las lomas, decoración costosa, autos de lujo, vida social exclusiva, celebración cotidiana).

       Lombana no solo se lucró del dinero de los narcos sino también del tráfico, es cierto, pero ese es un matiz que no cambia el núcleo del problema. Este consiste en que mientras casi todos los colombianos sienten a los guerrilleros como infrahumanos o monstruos, millones de colombianos vemos a los narcotraficantes como a un próximo: familiares, amigos o vecinos; clientes, proveedores o socios; patrocinadores o mecenas. La cadena del narcotráfico es larga y va desde la fiesta casi inocente hasta el sicario pasando por el blanqueo de dinero. Lombana era sonriente, festivo, cálido; lo contrario de cualquier comandante. Se puede demoler el Edificio Mónaco, pero mientras haya tantas ganas de dinero rápido en el espíritu, tanta ansiedad por el estatus en la mente, tanto desprecio por la ley en el corazón, será difícil romper con la herencia del narcotráfico. Los narcos son el gran rompecabezas colombiano porque no son un ellos, son parte del nosotros.

 

Clara Giraldo, “El proyecto del edificio Mónaco cuesta $30.000 millones ¿Los vale?”, Vivir en El Poblado, 17 de febrero, 2019

 

       El viernes 22 de febrero, a las 11 a.m., el edificio Mónaco del barrio Santa María de Los Ángeles caerá hecho pedazos. ¿Borrón de la memoria o puesta en orden de los valores de la sociedad?

       Medellín Abraza su Historia, es el título de la película que quiere contar Medellín sobre Pablo Escobar, con un nuevo enfoque: legalidad, rechazo a la violencia, reconocimiento de los héroes reales. Manuel Villa Mejía, secretario Privado de la Alcaldía, explica las motivaciones de un proyecto que no nació en el Plan de Desarrollo, pero que encontró lugar.

       El proyecto del Mónaco no estaba en el Plan de Desarrollo de esta Alcaldía ¿Cómo surgió?

Fue en 2016. Por la visita de algunos famosos, que vinieron a tomarse fotos con la tumba de Pablo Escobar y a usar una camiseta de él mismo. Eso generó respuestas de la gente, a favor y en contra. Empezaron a ser repetitivas las veces que se hablaba de Escobar, por Narcos, porque hasta iban a drogarse en la tumba. Esa indignación la representó el Alcalde como autoridad”.

       ¿Cómo se transforma esa indignación en la decisión de derrumbar el edificio?

“La primera opción fue venderlo, pero no se podía porque el edificio era de la Policía. Otras opciones fueron abrir un museo. O tumbarlo. Un estudio de la administración anterior indicó que repotenciar el edificio valía $33 mil millones y volverlo a adecuar, $40 mil millones. Era inviable y la Policía no lo iba a recuperar. Se pensó en venderlo y se tocaron puertas en el sector privado, pero nadie quería porque podría ser no una inversión sino un riesgo legal. Decidimos hacerle la contra a la apología al delito y comenzamos a hablar con las comunidades, donde decían que no querían tener nada qué ver con Escobar. En 2017 se hace la estructuración del proyecto. Decidimos pasar de la indignación a la acción”.

¿Por qué se habla de que Medellín Abraza su Historia?

       “Buscamos un fundamento filosófico. La estrategia la lanzará el Alcalde el viernes 22 de febrero. Si la ficción lleva 30 años contando lo que nos pasó, nosotros como sociedad, no solo como administración, contaremos el relato opuesto. No es inventarse nada, ya otras sociedades lo han hecho”. 

¿Cómo será el otro relato?

       “Se fue consolidando un relato: narcoseries, documentales, youtubers, narcotoures, camisetas, museo. La ficción tiene todo eso y nosotros nada así de contundente, así de articulado. Por eso se empezó a hablar de contar la versión desde aquí. Ellos tienen un tour que va al lugar donde lo mataron, a la catedral, al Mónaco; pero la gente que pasa por La Macarena, por La Floresta, por la avenida Antonio Roldán Betancur, no sabe que ahí hubo bombas y muertos; por Las PalmasEl Tesoro, el parque Lleras y no sabe qué pasó”.

       ¿Estamos hablando de crear otro tour en la ciudad?

“El turista llega al Lleras a comprar droga y no sabe que esa droga hace parte de un sistema que hace unos años financió una bomba que ahí explotó y tuvo muertos. Así como existe el narcotour, dijimos, ¿por qué no tener un tour de la memoria? ¿Por qué no empezamos a promover documentales igual de potentes y bonitos que cuenten las historias de las víctimas? Tenemos que darles luz a los valientes, a los que la ficción ha callado”.

       ¿Entonces tendremos más que una implosión de una mole?

“La implosión será el detonante de la estrategia, porque es contundente y simbólica. Pero el reto es mayor. Nos hemos transformado como ciudad, pero no como sociedad. Esta tiene unas bases que están podridas. En los 70 y los 80 la ilegalidad se volvió una cultura”.

       Tumbar un edificio es “fácil”. ¿Cómo transformar los valores? “Apostarle a la cultura de la legalidad, a la ética civil. Podemos ser fuertes contra las estructuras criminales y hacer inversión social, pero eso no va a transformar los valores. La estrategia necesita volver sobre la historia, entenderla, relatarnos, reflexionarnos, para proponer una reivindicación de los valores y producir un cambio mental, cultural y social”.

       Los retos son serios.

“Lo más difícil es que la ficción lleva 30 años. Pero no depende de una administración, tienen que hacerlo todos los actores, así como los actores se quedaron en Medellín hace 30 años y lograron que saliera adelante. La ciudad tiene que saber quiénes fueron estas víctimas, estos valientes que fueron capaces de resistir en la legalidad ante tanta ilegalidad”.

       La estrategia vale $30.000 millones, incluyendo la implosión y el nuevo parque. ¿De dónde saldrán los recursos si el Plan de Desarrollo no la incluyó?

“Es espacio público y nosotros tenemos el proyecto Parques para vos, nuevos espacios públicos, con recursos. Igual necesitamos que se siga vinculando el sector privado, con $15.000 millones, y seguiremos tocando puertas. Cuando vean que tumbamos el Mónaco, se sumarán con una obra de arte, o un documental y luego una serie y empezamos a ver un montón de cosas. La gente va a decir ‘esto está brotando de la ciudad’”.

       ¿Implosionar es borrar la historia?

“Para borrar la historia nos tocaría tumbar tres cuartas partes de la ciudad”.

       ¿Qué destino tendrá la caja fuerte de Escobar que aun está en el Mónaco?

“Tiene que estar en el Museo Casa de la Memoria, para que invite a una reflexión. Que sirva para preguntarle a la ciudad cuáles son sus sueños”.

       ¿Por qué habrá invitados el día de la implosión?

Será un evento, no un show. Más que invitados de honor, queremos una muestra representativa de toda la sociedad: desde el Presidente hasta una víctima que nadie conoce. El contenido del evento será lo más importante”.

 

Reinaldo Spitaletta, “La dinamita del Mónaco”, El Espectador,  19 de febrero, 2019

       El carro bomba de 80 kilogramos de dinamita no lo tumbó. En cambio, dejó en la sociedad una marca tal vez imborrable y muchas preguntas aún sin resolver. El Mónaco, un símbolo de la infamia, desaparecerá del paisaje y se convertirá en historia. Hace 31 años, el 13 de enero de 1988, el cartel de Cali dejó en la entrada del edificio-búnker del “capo de capos” Pablo Escobar un carro bomba que no alcanzó a derribar la edificación, pero causó el terror en el barrio Santa María de los Ángeles e hizo sonar los clarines de guerra entre las mafias colombianas.

       Construido en un tiempo récord de cinco meses, donde antes había dos mansiones tradicionales, el edificio de ocho pisos se elevó como un hito de la cultura mafiosa y criminal que, en 1986, cuando comenzó la construcción, ya había irrigado las barriadas de Medellín. Ya el capo, el mismo que como táctica política construyó canchas de fútbol con iluminación y barrios para los más pobres, había mandado matar al ministro Rodrigo Lara (30 de abril de 1984), había estado protegido en Panamá por Noriega y vuelto al país para continuar con su extenso catálogo de fechorías.

       El edificio con enchapes de oro, billares para las decenas de sicarios que fungían como guardaespaldas, carros de colección y las atronadoras cuatrimotos que por el antes sereno barrio montó el hijo del “patrón”, se convirtió en la representación de una era de horrores. La sociedad antioqueña, tan goda y rezandera, tan emprendedora y clasista, que desarrolló con su élite un proyecto empresarial con el cual ejerció la vigilancia y el control de todas las conductas (aliada con Estado e Iglesia), tenía desde fines de los 70 un cáncer. ¿Sus maneras de ser —además de plusvalías y otras ganancias— habían generado un monstruo?

Los nuevos ricos, incluidos los que con maestría narró Carrasquilla en Frutos de mi tierra a fines del siglo XIX, los que tras una serie de atentados contra gentes sencillas y trabajadoras (como lo sucedido en los 50 con el barrio Antioquia) surgieron de prácticas non sanctas como el contrabando, el envío de cocaína a los Estados Unidos, los carteles del Marlboro y después de la “blanca”, estaban ya en los 80 en el “curubito”. Y aunque no les dejaban entrar a ciertos exclusivos clubes de la burguesía, sí eran bien vistos por su dineral.

       ¿Qué factores socioeconómicos, culturales y políticos se mezclaron para que surgiera un “patrón del mal”? La memoria sobre el edificio Mónaco debe aportar más análisis, más investigaciones, más preguntas y respuestas acerca de cómo y por qué emergió un individuo que puso en jaque los “valores” tradicionales de las viejas élites y se erigió como una expresión lumpesca que llegó a ser adorada (¿todavía?) por muchos excluidos de la fortuna. Y aun por los practicantes de la doble moral.

Con el Mónaco, con sus ruinas y transformación, como un referente de un tiempo que parece no haber terminado del todo, o que se ha metamorfoseado (hoy Medellín es una ciudad de horrores, de alta criminalidad, de espantosos abismos sociales), está la posibilidad de reconstruir la historia, de divulgarla, “para que la memoria no se olvide”, como dice el lema del Centro de Historia de Bello.

       El Mónaco es el símbolo de una sociedad desvirtuada por su inclinación a lo ilegal, a lo ilícito e inmoral, y que erigió falsos héroes en torno al dinero mal habido (suponiendo que la sociedad tenga fuentes de “dinero bien habido”, porque, como dice el pueblo, toda riqueza es digna de sospecha). Es (aunque desaparecerá como edificio) una metáfora de la infamia.

       La construcción sucedánea, un memorial, debe recordar a los miles de víctimas de la lava infernal del narcotráfico. Debe ser una suerte de expiación. La culpa trasciende al edificio. Va más allá del fenómeno. Y debe ser —su demolición, su nueva forma— una oportunidad para el estudio de la historia, la dinamización de la memoria. Y para no olvidar.

       Aquel bombazo madrugador, que llenó de incertidumbre no solo a los habitantes de Santa María de los Ángeles, sino a toda la ciudad e incluso al país, fue el preámbulo de una pavorosa confrontación entre carteles. La retaliación de Escobar no esperó mucho y arrasó, por ejemplo, con decenas de farmacias que eran fachada del cartel de Cali. Y advinieron muertos a granel: jueces, periodistas, amas de casa, estudiantes, profesores, policías… Y tantos carros bomba, miles de asesinatos y la entibación de una cultura que todo lo resolvía a bala y que todavía hace parte de una mentalidad en el país.

       No hay que olvidar a las víctimas. Tampoco al verdugo. Y habrá que pensar, como parte de una memoria crítica, por qué una sociedad —la de Medellín, la de Colombia— produce monstruosidades. La transformación del Mónaco debe ser un perentorio llamado al “nunca más”.

 

Pascual Gaviria, “También caerá”, El Espectador, 20 de febrero, 2019

 

       En diciembre pasado el contralor departamental anunció sanciones para los alcaldes que gastaran recursos públicos en pólvora. El próximo viernes se verá en Medellín el mayor gasto de la historia en juegos pirotécnicos. La Alcaldía decidió demoler el edificio Mónaco, donde Pablo Escobar vivió un poco más de dos años, para “derribar una estructura mental: la que acepta la ilegalidad como camino”. La paradójica idea de derribar para construir memoria tendrá un costo de $30.000 millones. Hasta ahora no se sabe muy bien en qué se gastará la plata. Unos cuantos miles en la demolición, $6.000 millones en el parque que se construirá y otro tanto en el espectáculo que casi incluyó narradores deportivos para gritar en el momento cumbre desde el Club Campestre de Medellín, escenario para el avistamiento de la magna implosión.

       La administración de Federico Gutiérrez lleva tres años largos en una lucha denodada contra un fantasma. Al alcalde lo atormenta la sombra de Pablo Escobar sobre la ciudad, los hitos inevitables de su estela de terror, las cicatrices, la herencia de su demagogia millonaria de político menor. Habría que desmontar una buena parte de la ciudad para borrar las huellas de la mafia. Pero al alcalde lo angustia sobre todo el vínculo que hacen los extranjeros entre Pablo Escobar y Medellín. Un tipo de complejo muy común en las sociedades que tienen un sentimiento de culpa y una desmesurada intención de exhibir y exagerar sus virtudes. La administración ha terminado persiguiendo a los hostales que ofrecen un tour tras los pasos de Escobar. El chantaje ha llegado de la mano de sanidad y otras dependencias encargadas de la asepsia material y moral.

       La administración nunca entendió que es más útil construir un discurso que controvierta el que muchas veces ha enaltecido la figura del capo en la ficción. No logró ver el edificio Mónaco como una oportunidad para entregar una versión plural y compleja de nuestras tragedias, más allá del turismo barato y las apologías. No supo aprovechar una parada obligatoria en ese recorrido tras los narcos para hablar de una guerra impuesta, para entregar aunque sea unos fragmentos de las mejores reflexiones Made in Medellín acerca de los efectos de la mafia sobre una sociedad tan ávida como desvalida.

       Es imposible que se marque un punto de inflexión con un estallido oficial luego de 31 años de un estallido criminal. Medellín tiene todavía vivo el poder de la mafia en sus barrios. Llevamos tres años seguidos con homicidios al alza, un estudio oficial reciente en 247 barrios y 61 veredas mostró que en el 80 % de los territorios visitados se hacen cobros extorsivos, los pillos cada vez tienen más poder sobre la economía legal, un secretario de Seguridad nombrado por Gutiérrez terminó en un proceso por sus vínculos con las estructuras criminales. La dinamita solo sirve para que los medios giren la cabeza, para la instantánea y el discurso, para el aplauso complaciente acompañado de palito de queso en el Club Campestre.

       Todas las decisiones en este caso se tomaron lejos de la ciudadanía, a kilómetros de las instancias que se habían construido alrededor de la Casa de la Memoria, huyéndole a la discusión pública, como si se tratara de un ejercicio privado entre algunas empresas “patrocinadoras” y el alcalde. La policía tiene en algún patio la escultura La nueva vida, del maestro Arenas Betancourt, que adornaba el edificio. Buscan sacar unos pesos bajo la lógica de los chatarreros. Muy seguramente terminará en el parque como un dudoso homenaje a las víctimas. La esposa de Escobar dijo en su libro que la escultura era un símbolo de su familia. Una nueva historia para el inevitable peregrinaje.

 

DOS SEMANAS ANTES DE LA DEMOLICIÓN DEL MÓNACO

Del 8 al 22 de febrero de 2018

Caracol Radio 2/12/19

http://caracol.com.co/emisora/2019/02/12/medellin/1549966399_308361.html

El Espectador 2/14/19

https://www.elespectador.com/noticias/nacional/antioquia/todo-listo-para-la-demolicion-del-edificio-monaco-en-medellin-articulo-839816

Blu Radio 2/14/19

https://www.bluradio.com/medellin/ultiman-detalles-para-la-demolicion-del-edificio-monaco-205896-ie1994153

Semana 2/17/19

https://www.semana.com/nacion/articulo/el-edificio-monaco-hogar-de-pablo-escobar-sera-demolido-y-se-construira-un-memorial/601784

Vivir en El Poblado 2/17/19

https://www.vivirenelpoblado.com/el-proyecto-del-edificio-monaco-cuesta-30-000-millones-los-vale/

TeleMedellín 2/18/19

https://telemedellin.tv/la-implosion-del-edificio-monaco/310026/

El Tiempo 2/19/19

https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/edificio-monaco-de-pablo-escobar-sera-demolido-el-viernes-22-de-febrero-328572

Alcaldía de Medellín 2/19/19

https://www.medellin.gov.co/movilidad/component/k2/con-el-derribamiento-del-edificio-monaco

Minuto30 2/19/19

https://www.minuto30.com/audio-asi-seran-los-cierres-viales-por-implosion-del-edificio-monaco/784622/

Las2Orillas 2/20/719

https://www.las2orillas.co/el-pais-entero-celebrara-la-caida-del-edificio-monaco/

El nuevo siglo 2/20/19

https://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/02-2019-discusion-por-demolicion-del-edificio-monaco-en-medellin

Hora 13 2/20/19

https://h13n.com/esta-listo-el-operativo-para-la-implosion-del-edificio-monaco/

La FM 2/21/19

https://www.lafm.com.co/colombia/el-edificio-monaco-simbolo-de-pablo-escobar-por-dentro

El Espectador 2/21/19

https://www.elespectador.com/noticias/judicial/edificio-monaco-pasa-de-ser-simbolo-del-narcotrafico-homenaje-para-las-victimas-articulo-841072

Diario del Cauca 2/21/19

http://diariodelcauca.com.co/noticias/nacional/adios-edificio-monaco-el-simbolo-del-narcoterrorismo-de-pabl-502453

El Tiempo 2/21/19

https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/este-viernes-sera-la-implosion-edificio-monaco-329414

El Universal 2/21/19

https://www.eluniversal.com.co/colombia/este-viernes-derrumbaran-el-edificio-monaco-de-pablo-escobar-en-medellin-GN791769

W Radio 2/21/19

http://www.wradio.com.co/noticias/regionales/todo-listo-para-implosion-del-edificio-monaco-antigua-casa-de-pablo-escobar-en-medellin/20190221/nota/3867057.aspx

El Colombiano 2/21/19

https://www.elcolombiano.com/medellin-es-mas-que-pablo-escobar/edificio-monaco

Publimetro 2/21/19

https://www.publimetro.co/co/noticias/2019/02/21/medellin-se-deshace-del-edificio-monaco-simbolo-del-poder-pablo-escobar.html

Kienyke 2/21/19

https://www.kienyke.com/historias/edificio-monaco-pablo-escobar-mitos

Teleantioquia 2/21/19

http://www.teleantioquia.co/featured/todo-listo-para-implosion-del-edificio-monaco-en-medellin/

El Tiempo 2/22/19

https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/siga-en-vivo-la-demolicion-del-edificio-monaco-en-medellin-329820

Pulzo 2/22/19

https://www.pulzo.com/nacion/asi-fue-implosion-edificio-monaco-simbolo-pablo-escobar-PP648079

Noticias Caracol 2/22/19

https://noticias.caracoltv.com/edificio-monaco/le-llego-la-hora-final-al-simbolo-del-terror-de-pablo-escobar-el-edificio-monaco-ie137

El Espectador 2/22/19

https://www.elespectador.com/noticias/nacional/antioquia/juanes-canto-tras-la-demolicion-del-edificio-monaco-video-841244

https://www.elespectador.com/noticias/nacional/antioquia/demolicion-del-edificio-monaco-la-lucha-contra-el-legado-de-pablo-escobar-video-841238

https://www.elespectador.com/noticias/noticias-de-cultura/otra-bomba-para-el-monaco-articulo-841166

 

El país.com.co 2/22/19

https://www.elpais.com.co/colombia/vea-el-momento-de-la-implosion-del-edificio-monaco-de-pablo-escobar-en-medellin.html

El Heraldo 2/22/19

https://www.elheraldo.co/colombia/lo-que-habia-detras-del-edificio-monaco-derribado-este-viernes-en-medellin-599762

Noticias RCN 2/22/19

https://noticias.canalrcn.com/nacional-pais/asi-fue-demolicion-controlada-del-edificio-monaco-medellin

BBC Mundo 2/22/19

https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-47286796

El Colombiano 2/22/19

https://www.elcolombiano.com/antioquia/edificio-monaco-minuto-a-minuto-de-la-demolicion-HE10271767

La República 2/22/19

https://www.larepublica.co/economia/todo-esta-listo-para-la-implosion-controlada-del-edificio-monaco-en-medellin-2831243

Canal 1 2/22/19

https://canal1.com.co/entretenimiento/virales/video-implosion-edificio-monaco-pablo-escobar-medellin/

Vanguardia 2/22/19

https://www.vanguardia.com/colombia/asi-fue-la-implosion-del-edificio-monaco-en-medellin-NY540942

Radio Nacional de Colombia 2/22/19

https://www.radionacional.co/actualidad/noticias-edificio-monaco-medellin-pablo-escobar

Zona Cero 2/22/19

http://www.zonacero.com/generales/asi-fue-la-implosion-del-edificio-monaco-en-medellin-123083

Red más 2/22/19

http://www.redmas.com.co/colombia/derrumban-edificio-pablo-escobar/

90 Minutos 2/22/19

https://90minutos.co/edificio-monaco-pablo-escobar-derribado-22-02-2019/

Análisis Urbano 2/22/19

https://analisisurbano.org/asi-se-vera-el-parque-que-reemplazara-al-edificio-monaco-de-pablo-escobar/

Diario Occidente 2/22/19

https://occidente.co/mas-alla-del-edificio-monaco/

Crónica del Quindío 2/22/19

https://www.cronicadelquindio.com/noticia-completa-titulo-tres-segundos-bastaron-para-derrumbar-el-edificio-monaco-de-pablo-escobar-nota-127678

Pacifista 2/22/19

https://pacifista.tv/notas/edificio-monaco-pablo-escobar-implosion-medellin/

El Palpitar 2/22/19

http://www.elpalpitar.com/medellin-2/2019/02/cayo-el-edificio-monaco-para-darle-paso-a-un-memorial-para-las-victimas/

La Piragua 2/22/19

http://www.lapiragua.co/nacional/en-video-el-impresionante-momento-en-que-es-demolido-el-edificio-monaco-en-medellin/

Colombia.com 2/22/19

https://www.colombia.com/actualidad/nacionales/ivan-duque-aseguro-que-implosion-del-edificio-monaco-es-un-triunfo-contra-la-ilegalidad-220033

 

ESPECIALES DE FIN DE SEMANA

24 de febrero.

El Tiempo

https://www.eltiempo.com/colombia/medellin/a-un-lugar-secreto-son-llevados-los-escombros-del-edificio-monaco-de-medellin-333520

Medellín Travel

https://medellin.travel/adios-al-edificio-monaco/

La Prensa

https://www.laprensa.hn/mundo/1261239-410/-narcotraficante-pablo-escobar-muerte-capo-narco-narcotours-

El Colombiano

https://www.elcolombiano.com/medellin-es-mas-que-pablo-escobar

 

 

 

NOTA: Para el fin de semana solo se hablaba de los videos virales de “Supuesto Fantasma antes de la demolición.

 

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